«Para investigar la verdad es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas» "Descartes"
La música seguía sonando, pero la vibra en la mesa había cambiado. Yo aún me recuperaba del mini infarto que me dio al ver a Héctor tocarle la pierna a Brandon bajo la mesa. La mano estaba allí, descarada, temblorosa, húmeda por el alcohol y los nervios.
—Te amo, Brandon. Lo sabes —dijo en voz alta, con su lengua apenas obedeciendo—. Ya estoy harto de fingir y callar maldita sea, hazme caso bebé.
El silencio se volvió denso. Las risas se apagaron como si alguien hubiera cerrado una puerta invisible. Solo se escuchaban los vasos chocando al fondo y la música lejana. Yo me quedé paralizada, con la botella a medio camino de mis labios.
Las demás... no parecía sorprenderles. Claudia bajó la mirada hacia su cerveza. Imaray rodó los ojos. Camila tomó un largo sorbo, como si no fuera con ella. Natalie simplemente suspiró.
Yo era la única con la mandíbula en el piso.
Brandon apoyó ambas manos en la mesa y se levantó con calma.
—Hamlet —dijo, mirando al otro alfa—. reo que ya está bueno por hoy. Llévatelo, por favor. Yo me encargo de las chicas. Mañana hay trabajo.
Hamlet asintió sin decir palabra. Se acercó a Héctor, que apenas podía sostenerse, y se lo llevó sin rechistar. Pero antes de irse, me dirigió una última mirada... intensa. Stry, su lobo, pareció murmurarle algo al mío. Thy se removió en mi interior, nerviosa.
Una vez fuera de escena el drama, todas comenzamos a movernos. Natalie sacó las llaves de su auto.
—Camila, ¿te llevo? Me queda de paso.
—¡Perfecto! —dijo la rubia emocionada. Ambas se despidieron con un abrazo rápido y Natalie intercambió un beso en la mejilla y un apretón largo con Brandon. Su cercanía era cálida, íntima, pero no romántica.
Claudia no esperó instrucciones. Se subió atrás al carro de Brandon como si ya fuera su asiento reservado. Yo me quedé parada, procesando todo. Imaray, sin perder el tiempo, ya estaba abriendo la puerta del copiloto con toda la naturalidad del mundo.
—¿Subes o qué, Samanta? —me gritó Claudia desde atrás.
No me quedaba de otra. Me senté a su lado con una mezcla de alivio y fastidio. Alivio por no estar al lado de Brandon... fastidio por haber perdido mi lugar sin siquiera luchar por él.
El trayecto fue silencioso. El aire parecía cargado. Imaray hablaba por momentos con Brandon, como si trataran de retomar una conversación vieja. Pero yo ya no oía nada. Solo veía.
Cuando por fin llegamos a una torre de apartamentos imponente, ella se giró hacia él.
—Gracias por la noche... —su voz bajó de tono, como seda sobre la piel—. Me divertí demasiado.
Se inclinó. Y justo cuando iba a besarlo, él giró apenas el rostro. Sus labios rozaron su mejilla, nada más.
—Buenas noches, Imaray —dijo firme.
Ella rió bajito, pero la incomodidad era obvia. Salió del coche sin más.
Yo, mientras tanto, me repetía lo mismo: Esquivó el beso porque es gay... porque si no, ¿quién rechaza a semejante monumento de mujer?
Pero en el fondo, mi loba sabía que había más de lo que parecía.
Y que tal vez... Brandon también la había sentido a ella.
A mí.
Thy no me dejaba tranquila.
Y yo no podía callarla.
Brandon aceleró al salir del frente de la torre. No dijo nada, pero el silencio estaba cargado. Un par de calles después, Claudia fue la siguiente en bajarse. Se giró desde el asiento trasero, su sonrisa era pícara incluso a esa hora de la noche.
—Cuídala, Brandon —dijo—. Y tú, Sami… compórtate. No me la dejes entera, ¿eh? —soltó una risa traviesa y cerró la puerta.
Yo deseé que la tierra me tragara. ¿Por qué Claudia decía esas cosas? ¡él debe pensar que somos dos locas de remate!
—¿Quieres pasar adelante? —me pregunta Brandon con calma.
—Estoy bien —murmuro, cruzando los brazos y mirando por la ventana.
Pero durante todo el camino sentía su mirada en mí, como una caricia rasposa que venía desde el retrovisor. Cada vez que lo atrapaba mirándome, fingía ajustar el espejo o revisar la calle.
—¿Te gusta Hamlet? —pregunta de repente.
Me giré, sorprendida.
—¿Qué? No. Es un buen tipo, nada más. Solo una persona muy sociable.
—Ajá… —musita, con esa voz grave que me erizaba la piel.
Cuando llegamos, estacionó frente a mi edificio. Yo me bajé rápido, sin siquiera esperar que apagara el motor.
—Buenas noches —le dije, girándome para despedirme. Pero él se bajó también y me tomó de la mano antes de que pudiera dar un paso más.
El contacto fue eléctrico. Thay aulló en mi interior, agitada por su cercanía y el alcohol que aún cosquilleaba en mis venas.
—¿Quieres seguir con otro trago? tengo bourbon, tequila, coñac, whisky y otros más—me dice, con la voz baja, peligrosa.
—Tenemos trabajo mañana y… —tragué saliva— no quiero interponerme en lo tuyo con Héctor.
Sus cejas se alzaron y abrió los ojos como si le hubiera soltado una bomba.
—¿Qué?
—Yo… lo siento. No diré nada. No tienes que explicarme nada. Yo… entiendo, no debí verlos frente a los baños—dije a toda velocidad, retrocediendo un paso.
Pero él me agarró por la muñeca.
—Ven aquí.
Antes de que pudiera protestar, ya subíamos las escaleras hacia el segundo piso. Yo hablaba nerviosa, intentando calmar la tensión con mis palabras.
—No tienes que arrastrarme… lo siento, no diré nada, de verdad. No me degüelles como un pato al horno por ver algo que no debía…¡soy una maldita tumba!
La puerta de su apartamento se abrió sola con un comando de voz. Tremenda tecnología, pensé antes de seguir parloteando, aún más nerviosa dentro del lugar que olía a madera, café y algo puramente masculino.
Y entonces…
Me acorraló contra la pared.
Y me besó.
Un maldito beso. Fuerte. Salvaje. Arrebatado.
Sus labios me callaron, sus manos firmes sujetando mis caderas, y sentí como Thay jadeaba dentro de mí, encantada, rendida. Mis rodillas casi se doblaron por sentir sus labios carnosos.
—Cállate —susurró contra mis labios—. No soy gay.
Yo parpadeé, aturdida, aún temblando.
—¿Qué?
—Héctor sí. Y me ha declarado su amor más veces de las que puedo contar. Lo aprecio, es un buen tipo. Mañana pedirá perdón delante de todos, como siempre. Pero no me gustan los hombres.
Volvió a besarme, más lento esta vez, como si sellara lo que estaba por decir. Se adueña de mi trasero entre sus manos.
—Me gustas tú, Samantha. Desde el primer día.
Mi corazón dio un brinco tan fuerte que creí que se me saldría por la boca y me lanzaría por la ventana.
—Tu loba, Thay… sedujo a mi lobo, Klas, desde el primer segundo. Tus feromonas llegaron hasta aquí. Hasta mi apartamento. Pensé que ya lo sabías.
Me quedé en silencio. Porque no, no lo sabía.
Pero mi loba sí.
Y esa noche... no pensaba callarla.