Instintos, tragos y secretos.

1826 Palabras
«La realidad es meramente una ilusión, aunque una muy persistente.» "Albert Einstein" Cuando salimos del edificio, Claudia fue directo al asiento trasero del coche de Brandon como si fuera lo más natural del mundo. Ni siquiera esperó una invitación, solo abrió la puerta y se metió como si lo conociera de años. Yo, en cambio, me quedé congelada junto a la puerta del copiloto. Brandon se acercó con paso relajado y me la abrió como todo un caballero. —¿Subes o quieres que te cargue? —bromea. Trago saliva. Ese hombre era un Alfa. Y no lo digo en sentido figurado, lo digo con el cuerpo entero. Tenía esa presencia que te apretaba el pecho, que te hacía querer bajar la cabeza y suplicar sin saber por qué. Me senté, fingiendo que nada pasaba, que mi pulso no estaba descontrolado, que no me dolía el estómago de tantas emociones encontradas. Ser Omega nunca me había afectado tanto… hasta hoy. No quería ser como las demás. No quería mirarlo como si fuera una fantasía. Porque no era sano soñar con un hombre así. No cuando algo tan perfecto escondía cosas. Algo dentro de mí me decía que Brandon no era solo su sonrisa ni su talento. Tenía cicatrices, sombras. Algo roto. Y yo tenía claro que no iba a caer en la trampa de masturbarme pensando en un Alfa así como alguna vez lo hice, como esa vez que me sentí tan sucia que lloré después. Algo en mí lo asociaba al peligro. A la pérdida de control. El bar estaba infestado de gente. Ruido, risas, música a todo volumen. Claudia se emocionó y se metió al lugar con una energía de viernes por la noche. Brandon fue detrás, como si fuera parte de nuestra pequeña tribu. Yo apenas podía respirar. —¡Mira quién llegó! —gritó una voz masculina, y un tipo alto, de sonrisa encantadora y ojos marrones cálidos se acercó a Brandon con los brazos abiertos—. ¡El hombre del día! —Héctor —saludó Brandon con una sonrisa real por primera vez. —Hola, hola —dijo Héctor, abrazándolo fuerte. Llevaba una camisa negra y jeans entallados. Elegante, seguro, un poco ebrio. A su lado, llegaron dos mujeres que parecían salidas de una revista. —¿Tú eres la nueva, cierto? —me dijo una pelirroja de ojos avellana. Tenía una mirada aguda, estudiadora. Imaray. —Sí —respondí, con una sonrisa educada. —Imaray, líder de proyectos. Trabajo con Leo y Camila. Ella —señaló a una rubia despampanante con ojos azules fríos— es Camila, la recepcionista… y mi mejor amiga. —Y fan #1 de Brandon —agregó Héctor con sarcasmo. Camila le lanzó una mirada fulminante. —No todos tenemos mal gusto, Héctor. —Yo diría que tengo demasiado buen gusto —replicó él, y le guiñó un ojo a Brandon. Me di cuenta de inmediato. Ambas mujeres estaban marcando territorio. Era tan evidente que me dieron ganas de reír, si no fuera porque… dolía un poco. ¿Acaso yo también quería competir por él? No. No podía. Tomamos varias rondas de tragos. Claudia se reía con Imaray, Héctor no se despegaba de Brandon, y Camila me ignoraba olímpicamente. Yo solo escuchaba, observaba, y trataba de relajarme. Pero había algo en el ambiente que comenzaba a sentirse espeso. Tenso. Brandon se levantó de pronto. —Voy al baño. Héctor lo siguió segundos después, dando un trago largo a su cerveza. —Lo acompaño. Quiero hablarle algo importante —dijo, y se fue sin esperar respuesta. Fue entonces cuando lo sentí. Esa punzada en el pecho. Esa intuición de que algo pasaba. Me disculpé, fui al baño y al girar por el pasillo, los vi. Brandon estaba con la espalda contra la pared. Héctor, delante de él, demasiado cerca. —¿Por qué no puedes aceptarlo, Brandon? Siempre estuviste ahí para mí, pero nunca me diste una oportunidad —dijo Héctor, y su voz estaba cargada de emoción, no solo alcohol. Brandon alzó una mano como queriendo calmarlo. —Héctor, estás pasado. No hagas esto otra vez. —¿Otra vez? ¿Entonces lo admites? ¿Que hubo algo? Me pegué contra la pared, oculta, el corazón a mil. No escuché bien lo que Brandon respondió. Solo vi cómo Héctor intentaba besarlo y Brandon lo detenía con firmeza, pero sin violencia. Retrocedí en silencio, con el corazón en la garganta. Un pensamiento frío cruzó mi mente como un rayo: Brandon es gay. Y no sé por qué… me sentí traicionada. Me encerré en el baño, apoyando las manos contra el lavamanos mientras respiraba hondo. Me miré al espejo. Tenía los labios un poco descoloridos, el delineador empezaba a correrse. Tomé el labial de mi bolso y comencé a retocar el maquillaje como si eso pudiera arreglar el desastre emocional que tenía dentro. Mi loba interna… lloraba. Era como si se estuviera desmoronando, confundida, herida, como si le hubieran robado una esperanza que ni siquiera sabía que tenía. ¿Por qué te importa tanto? —me dije. No era mío. No era nada. Pero… la conexión, ese magnetismo, la forma en que su presencia me aceleraba el corazón, todo eso… no era imaginario. —Si es gay, nunca te verá como algo más que una compañera. Un error. Una broma—me dijo Thay mi loba interior. Me forcé a respirar profundo, limpié mis pensamientos lo mejor que pude y salí. La música seguía fuerte, la risa de Claudia era la misma de antes, pero algo en el aire había cambiado. La mesa estaba más llena ahora. Brandon ya estaba de vuelta, bebiendo tranquilo. A su lado había una mujer de cabello oscuro recogido en una coleta baja, con una elegancia tranquila. Sus ojos grises eran como acero templado. —Samantha —dijo Brandon al verme—. Te presento a Natalie. —Un gusto —dijo ella, ofreciéndome la mano con una sonrisa sincera, aunque estudiadora—. Analista de datos. Y mejor amiga de este hombre desde que éramos mocosos. —Desde que me partí la cabeza en el parque y ella pensó que estaba muerto —agregó él con una sonrisa ladeada. —Lamentablemente, sobrevivió —respondió Natalie, divertida. Me reí un poco. Pero era raro ver cómo ella lo tocaba con confianza, cómo lo miraba con complicidad. ¿Sabía de… Héctor? ¿De sus gustos? ¿De sus traumas? También había llegado otro más. Hamlet. El mismo Alfa que nos había asignado las mesas en el trabajo. Pero ahora… me miraba diferente. Sus ojos, antes profesionales, ahora me recorrían de forma más lenta. Más intensa. Sentí un escalofrío recorrerme. No era desagradable. Al contrario. Su presencia era firme, segura, como un lobo que ya había olido a su presa. Y la mía… reaccionó. No me lo esperaba. Thay se estremeció dentro de mí como si hubiera descubierto una nueva frecuencia, un nuevo eco. Como si Hamlet también pudiera ser algo más que un compañero de trabajo. —¿Todo bien? —pregunta Hamlet con tono bajo, acercándose un poco. El olor de su colonia era terroso, cálido. Su voz me hizo girar la cabeza. —Sí, solo… mucho ruido —mentí. —Si quieres salir a tomar aire en algún momento, avísame. No todo el mundo está hecho para las multitudes. Asentí, intentando no morderme el labio. Me estaban mirando todos. Brandon. Natalie. Claudia… incluso Héctor, y las otras dos omegas, aunque mantenía cierta distancia ahora. Pero Brandon… su mirada había cambiado. No sabría decir si era posesiva, incómoda o simplemente celosa. ¿Celosa? —No, Samantha. Él no siente nada por ti. Él prefiere a Héctor… ¿cierto?—murmura Thay. Pero entonces… ¿por qué esa mirada? ELa loba dentro de mí rugía. Herida, confundida… pero aún viva. Y yo… ya no sabía a cuál de los dos alfas quería más cerca. —¿Bailamos? —me pregunta Hamlet, ofreciéndome la mano con una sonrisa ladeada que contrastaba con su actitud profesional de la oficina. Por un momento dudé, pero Thay—mi loba interna— aulló de emoción. Algo en la energía de Hamlet me llamaba, me arrastraba hacia él con una seguridad que no había sentido antes. Tomé su mano y me dejó guiar hasta la pista de baile. La música era movida, nada demasiado sensual, pero el ritmo y la cercanía nos envolvieron rápido. —No pensé que supieras bailar —le dije, algo nerviosa, pero sonriente. —Tampoco pensé que aceptaras —replicó, con una sonrisa más amplia—. A veces es bueno dejar de ser el jefe por unas horas. —¿Y lo estás logrando? —Contigo, un poco —dijo con honestidad, y su mirada se volvió más profunda—. Soy Hamlet, un hombre común y corriente. Mi lobo se llama Stry. No es muy sociable, pero cuando encuentra algo que le gusta… lo protege con todo. Sentí el pulso acelerarse en mi cuello. —Soy Samantha y me encanta el café y regar mis plantas. Mi loba se llama Thay. Y... creo que no está acostumbrada a que la miren así. —¿Así cómo? —Como si supieras exactamente lo que quieres. Hamlet rió suavemente, bajando la cabeza como si no quisiera intimidarme. Pero lo hacía. De otra forma. Más limpia. Más cálida. Aun así, algo dentro de mí no podía dejar de mirar hacia la mesa. Y ahí estaba él. Brandon. Sentado, con su bebida en la mano, los ojos oscuros clavados en mí como si estuviera leyendo cada centímetro de mi cuerpo con solo mirarme. No bailaba. No hablaba. Solo… observaba. A su lado, Héctor lo miraba también. Con una devoción apenas disimulada. Y del otro extremo de la mesa, Imaray lo contemplaba con esa mezcla de deseo y frustración que conocía bien. Camila, su amiga, la rubia con cara de ángel, también seguía cada movimiento de Brandon, aunque intentaba disimular riendo de vez en cuando. Las únicas que parecían fuera de esa guerra silenciosa eran Claudia —quien conversaba tranquilamente con Natalie— y la propia Natalie, que se notaba cómoda, relajada, como si supiera que nadie podría quitarle su lugar en la vida de Brandon. —No soy el único que te observa —murmura Hamlet, inclinándose un poco más hacia mí—. Brandon está… tenso. ¿Hay algo que deba saber? —No lo sé —respondí con la verdad—. Creo que ni él lo sabe. Hamlet me dio una vuelta ligera y volvió a acercarme, con sus manos cálidas y firmes en mi cintura. —Pues espero que lo descubra pronto. Porque si no lo hace… quizás se le adelante alguien más. No supe qué responder. Porque en ese momento, Thay dentro de mí dejó de llorar por Brandon y se quedó en silencio. Escuchando a Stry el lobo interno de Hamlet. Y yo… me dejé guiar por la música.
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