Después de que sucumbieron ante el orgasmo, la diablilla se quedó sentada encima de él, con la cabeza apoyada en su hombro, mientras respiraba profundamente y retomaba las fuerzas que había perdido. Lars acunó su rostro entre sus manos y lo alzó, para que lo viera. Contempló el tono celeste de sus ojos y sonrió, complacido de poder ser el afortunado de disfrutar de semejante belleza. Pasó las yemas de sus dedos por el borde de su mejilla sonrosada y ensanchó la sonrisa. —¿Recuerdas que te prometí que te iba a dar un premio si te portabas bien? —susurró con ternura, como si le hablara a la niña de 7 años con la que antes tenía aquella gran relación. —Eso fue cuando era una niña —espetó ella—. Y ya no soy esa niña. Ahora soy más desobediente. —Le quitó las gafas de lectura del rostro y

