Capítulo 8

1992 Palabras
La mañana siguiente llegó más rápido de lo que esperaba. El sonido del bullicio de París filtrándose por la ventana de mi hotel me despertó antes de lo que tenía planeado y con una energía que hasta a mi me sorprendía y aunque había pasado gran parte de la noche revisando el mapa de la ciudad, aprendiendo, memorizando para mis planes para el día, no pude evitar sentir un ligero nudo en el estómago al pensar que iba a encontrarme con él nuevamente, con Luc. Un hombre que llegó de la nada a mi vida pero de lo cual, no me arrepiento para nada. Siento que él fue enviado a mi vida con un propósito, porque dudo que todo se haya dado por mera coincidencia o al menos eso es lo que intento creer. Emocionada me levanté y miré la hora. Tenía que salir corriendo si no quería perderme la cita que tenía hoy con Luc y por supuesto, no quería llegar tarde y hacerlo esperar. Así que, tomé una ducha rápida y, mientras me secaba el cabello, mis pensamientos volvían una y otra vez a la conversación que habíamos tenido la noche anterior. Algo en él me había dejado pensativa. Me había desafiado a dejar mi zona de confort, a hacer cosas que normalmente no me atrevería a hacer y claro, no es la primera persona que lo hace, pero la primera que realmente me deja pensando en aquella posibilidad. Pero, ¿sería capaz de seguirlo en esa aventura que parecía estar viviendo de manera tan natural sin pensar en las consecuencias? Se que parte de este viaje es para eso, para dejar por unos días a mi YO y ser una nueva versión de mi misma pero no se, una parte de mí se sigue negando a dejar ir ese miedo por lo nuevo. Moví mi cabeza y eliminé aquellos pensamientos para enfocarme en el ahora. Así que, me vestí de manera simple, como era habitual en mí, pero traté de ponerme algo que me hiciera sentir cómoda pero al mismo tiempo un poco más preparada para un día fuera de lo común. No soy una mujer con un enorme closet y menos estando de viaje, simplemente traje conmigo lo básico, pero de igual manera intente buscar lo que mejor tenía o me podía ayudar. Elegí un vestido azul claro, con sandalias cómodas, y antes de salir, me aseguré de llevar mi cámara. Sentí que ese día podría ser una gran oportunidad para capturar la ciudad desde una perspectiva que nunca había experimentado antes y eso era algo que me tiene emocionada, entusiasmada, eufórica. Al salir del hotel, me sorprendió la cantidad de turistas que ya estaban en las calles, había personas por todos lados. Caminé por las aceras, tratando de no perderme entre la multitud, ya que eso es lo último que deseo. Mi mente estaba en otra parte: en el hecho de que tenía que ser puntual para no perder la oportunidad de pasar un día más con Luc, el chico aventurero que, aunque había dejado claro que no tenía un plan fijo para el día, parecía saber exactamente cómo disfrutar la ciudad y que es lo que haríamos hoy. Cuando llegué al café, ya estaba allí. Sentado en una mesa cerca de la ventana, con un café en una mano y una mirada tranquila pero observadora, estaba él. Su rostro, aún más relajado de lo que había visto ayer, parecía la representación misma de la confianza que él irradiaba a cada segundo, incluso su respiración era única, quizás hasta el aire que respira lo es. Luc estaba vestido con un abrigo largo de lana y una bufanda, y aunque hacía un poco de frío en la mañana, el ambiente que creaba su presencia era cálido. Al verme llegar, levantó la mano con una sonrisa radiante en su perfecto rostro. -Te dije que serías puntual…- me dijo con esa sonrisa traviesa, como si realmente me conociera de toda la vida, cosa que me gusta mucho -...No me lo esperaba, la verdad - Me reí nerviosamente mientras me acercaba a su mesa. -Intenté, de verdad. No soy muy buena para seguir horarios - le digo algo tímida. -Eso lo veo…- respondió -...Pero ¿sabes qué? No hace falta ser puntual, lo importante es que ya estás aquí - Sentí una ligera incomodidad al escuchar esas palabras, pero a la vez una extraña sensación de alivio. No se trataba de llegar perfecto o preparado. Solo tenía que estar allí, y eso era suficiente para él y ahora para mi. Me senté enfrente de él, sin saber exactamente qué decir o que hacer, ya que no estoy acostumbrada a tratar con hombres y menos en este tipo de plan. Salida? Cita? Como amigos?. El camarero se acercó y me ofreció el menú, pero él ya había pedido por mí: un croissant y un café con leche, justo lo que normalmente pediría si estuviera sola, lo que envió de manera directa un cosquilleo a mi corazón. Y aunque me sorprendió que supiera lo que más me gustaba, no dije nada. En lugar de eso, comencé a observar más de cerca. -¿Sabías que el croissant de aquí es uno de los mejores de la ciudad? - me preguntó, como si fuera un secreto que nadie debía conocer. -¿De verdad?...- respondí, sorprendida -...No lo sabía. Es mi primera vez en París - le digo riendo suavemente al final. - ¿Primera vez? Y por todo lo que has dicho, parece que eres una experta. Me habías dado la impresión de que conocías la ciudad de memoria - Él me miró con una expresión de asombro cuando decía aquellas cosas, pero claramente estaba jugando conmigo. - Lo he leído todo, lo he visto todo en películas... pero nada de eso es lo mismo que estar aquí. Es mucho más grande, más ruidoso, más... diferente - Me sonrojé un poco cuando le respondía. - Eso es lo que me gusta de París…-dijo, apoyando el codo sobre la mesa y observándome con esa intensidad que parecía tener no sé si por mi o por la vida misma y todo lo que la rodea -...Es una ciudad que nunca te dejará sentirte en casa. Te obliga a sentirte incómoda. Y eso es lo que te da vida - En esas palabras, sentí un escalofrío en la espalda. Nunca había pensado en una ciudad como un ser vivo, pero había algo en lo que decía que resonaba profundamente conmigo y es que estando aquí, en París, podía entender un poco más ese pensamiento. A lo largo de mi vida, he sido alguien que valoraba la seguridad de lo conocido, de lo controlado. París, en su caos encantador, no podía ser más opuesta a todo lo que conocía en esta vida y que cada minuto que pasaba más aquí, me gustaba un poco más. La charla entre nosotros dos comenzó a fluir más fácilmente mientras el café llegaba a la mesa, y el croissant, de verdad, estaba delicioso, algo que jamás había probado antes en la vida. No pude evitar disfrutar cada bocado, casi como si la comida fuera un atisbo de la libertad que él vivía a diario, como si fuera lo último que fuera a comer en la vida. Conversamos sobre trivialidades al principio: el clima, el lugar donde nos encontrábamos, el caos de las calles, lugares, personajes históricos entre otras cosas. Pero pronto la conversación se tornó más profunda, como si el lugar nos estuviera empujando a ser más vulnerables. - Dime, Charly…-dijo, mirándome con una intensidad que me hizo sentir un poco incómoda -...¿qué es lo que más te asusta? - Me quedé callada por un momento, sin saber exactamente qué responder ante su inesperada pregunta. Si me preguntara eso en cualquier otro momento de mi vida, habría respondido algo sencillo como “el fracaso” o “la soledad”. Pero en París, esa respuesta parecía vacía, carente de cualquier sensación o sentimiento alguno, incluso, hasta racional. Aquí había algo mucho más grande: algo que me estaba desbordando, algo que no entendía bien, que me daba un poco de miedo pero que a la vez me gustaba. - Creo que me asusta no atreverme a hacer lo que realmente quiero…- le dije finalmente, soltando un suspiro entremedio, con el miedo en mis palabras tan claro como el agua -...Siempre he tenido miedo de salir de mi zona de confort. De tomar riesgos. De fallar - Él sonrió con una mezcla de simpatía y desafío. - Es normal tener miedo, Charly. Pero lo que no entiendes es que ese miedo es lo que te impide vivir realmente. Mira este lugar…- dijo señalando a través de la ventana, donde se veía el río Sena y los barcos turísticos. donde se podían apreciar decenas de personas viviendo, caminando, sonriendo -...¿Crees que los que están aquí, haciendo lo que hacen, no tienen miedo? Todos tienen miedo. Pero lo que los hace diferentes es que los enfrentan. Eso es lo que te da la libertad - Sentí que esas palabras penetraban más profundo de lo que quería admitir. Siempre había pensado que la vida sería más fácil si pudiera mantener todo bajo control, pero quizás ese control era lo que me estaba impidiendo descubrir quién realmente era, lo que me impidió disfrutar y ver la vida en los colores que tanto veo en Luc. -Entonces…- dije, tomando un sorbo de mi café -...¿Qué harías si tuvieras miedo de algo en este momento? - Él se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con esa energía inagotable, provocando un leve temblor en mis manos. - Haría lo que más miedo me diera. Porque eso es lo que nos lleva al siguiente paso. La vida no tiene sentido si no te atreves a desafiarla y aunque el miedo está bien sentirlo, debería ser una motivación para superarlo - dice y en ese preciso instante, mientras me miraba fijamente, algo dentro de mí cambió. Podía sentir que el miedo ya no tenía el poder sobre mí que había tenido en el pasado. De alguna manera lograba sentir que ya no estaba presente en mi, lo que Luc decía, aunque retador, comenzaba a hacer sentido. Quizás, solo quizás, estaba lista para dejarme llevar por lo desconocido. Con su invitación a “dejarme llevar” resonando en mi mente, decidimos salir del café y caminar por las calles cercanas al Sena. La ciudad, como siempre, parecía estar respirando con nosotros, nos abrazaba como si fuéramos su más anhelado familiar. El sonido de los coches, el murmullo de la gente, el tintineo de los barcos en el río, la risa de los niños, el sonido de las mascotas... todo se entremezclaba en una melodía única y perfecta. -¿Dónde vamos ahora? - le pregunté, deseando que no hubiera un destino fijo, que todo fuera una sorpresa y algo me decía que era así. - Vamos a perderte…-dijo con una sonrisa -...Hoy no hay mapa, no hay guía. Solo nosotros, la ciudad, y lo que surja - dice con una radiante sonrisa que me contagio. Y así fue como, a partir de esa tarde, todo se transformó en un día lleno de sorpresas y descubrimientos y lleno de aventuras maravillosas, donde mi mente, está llena de nuevos e increíbles recuerdos. Caminamos sin rumbo fijo, atravesamos el barrio latino, nos sentamos en los jardines del Palais Royal y hablamos de todo y de nada a la vez. Mientras avanzábamos, cada esquina parecía mostrarnos una nueva faceta de París, una que ni siquiera había imaginado en mis sueños y que difícilmente habría podido conseguir sola. Y así, el día pasó, y con él, la Charly que había llegado a París llena de dudas comenzó a desvanecerse. Al final, ya no me importaba perderme en la ciudad. Porque, por primera vez, no tenía miedo de perderme en la vida.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR