Capitulo 20

1729 Palabras
Me dejé caer sobre la cama de Luca apenas crucé la puerta, pasada la hora del almuerzo. La habitación estaba igual de fría y silenciosa que ayer, como si ni siquiera el aire quisiera quedarse a vivir aquí. Lili me había dicho que debía organizar unas cosas antes de volver para ayudarme a alistarme, pero yo no estaba segura de cuánto tardaría. Y el silencio… el silencio cayó sobre mí como un peso. Por primera vez desde que todo esto comenzó, me sentí realmente sola. Vacía. Como si el día se hubiera tragado poco a poco cualquier pedacito de estabilidad que había intentado conservar. Tenía ganas de llorar y ni siquiera sabía por qué exactamente. Solo sentía ese nudo en el pecho desde el momento en que salimos de la tienda y no vi a Luca por ninguna parte. Debí bufar, rodar los ojos, incluso alegrarme de que se hubiera ido. Pero lo único que quería era llorar. Su cercanía se había sentido tan… natural. Tan familiar. Como si por un segundo, solo un segundo, todo lo que nos rodeaba pudiera dejar de ser peligroso. Como si pudiéramos pasar el resto del día en paz. Como si yo pudiera soltar el miedo. Y luego, simplemente… desapareció. No me importaba qué cosas tenía que hacer o qué asuntos urgentes lo sacaron de allí. Al final, yo era la que debía fingir frente al mundo por un motivo que aún no entendía por completo. Él era quien debía darme algo—una pista, una palabra, un acceso—que me llevara hasta mi padre. Solté una risa amarga. Marco había sido el primero en hablarme de todo esto. Tenía esa ansiedad en los ojos cuando me contó el plan, ansiedad que yo compartí durante la semana antes de presentarme en la oficina de Luca. Pasé esos días imaginando lo peor. Pensando que Luca sería tal como todos decían: violento, arrogante, peligroso. Un hombre que no conocía límites ni escrúpulos. Un hombre capaz de aplastarme sin dudar. Y ahora… Ahora lo único en lo que podía pensar era en que estuviera aquí. En sentirlo cerca. En escuchar su respiración detrás de mí, incluso si eso me ponía nerviosa. ¿Por qué diablos necesitaba su presencia para no sentirme rota? Bufé, sacudiendo mi cuerpo con una frustración que no sabía dónde poner. Saqué mi celular para distraerme y marqué el número de mi hermano. Ni siquiera llegó al primer tono cuando su voz ya estaba explotando por el altavoz. —Hasta que la señorita se digna a aparecer —bufó, cansado y molesto—. ¿Nos tienes preocupados, sabes? Intenté rodar los ojos, pero lo único que salió fue una risa pequeña, un suspiro disfrazado. Solo habían pasado dos días sin verlos, pero para mí eran una eternidad. Esta casa era demasiado grande para no sentirme perdida, demasiado silenciosa para no extrañarlos. —También los extraño —dije sonriendo sin querer. Y pude notar cómo a él también se le escapaba una, aunque no lo admitiera ni muerto. Un silencio se extendió entre nosotros. Solo escuchaba su respiración y el bullicio lejano del fondo: voces, autos, vida… justo lo que aquí no había. Recordé lo que él me había dicho la noche anterior sobre el negocio de papá y la culpa me apretó el pecho. Yo acá, en una cama enorme, en una casa que no era mía, mientras ellos lidiaban con un infierno que apenas empezaba. —¿Cómo estás, A? —preguntó finalmente, su voz más baja, más rota—. Dime que estás bien, que ese cínico no te ha hecho nada. Cerré los ojos con fuerza. —Estoy bien —susurré, como si mis palabras fueran demasiado frágiles para decirse en voz alta. —No me mientas, A —gruñó, y esta vez había rabia. Rabia de preocupación, de impotencia. Solté otra risa suave. No sabía si era por nervios o por el simple hecho de escucharlo preocuparse así por mí. Mi hermano nunca había sido bueno expresando cariño, pero en ese momento su voz lo gritaba todo. —De verdad lo estoy, Ángel —dije, dándome vuelta para quedar boca abajo en la cama, hundiendo la cara en la almohada—. Solo que esta casa… es demasiado grande. Estoy sola todo el tiempo, no conozco nada, no tengo a nadie. En serio los extraño. Ángel guardó silencio un par de segundos. Pude imaginar su mandíbula apretada. Luego gruñó. —Nosotros también, A —admitió. Después suspiró y añadió, desesperado: —. No tienes idea de lo furiosa que está Sofía porque no te despediste de ella. Sofía debió sentir mi ausencia en la casa. Después de todo, solo eran tres y yo dudaba que ella estuviera bien. Las cosas ya estaban desarmadas desde hacía mucho antes que papá desapareciera y ella era la más cercana a él. Aunque nunca mostrara ni una pizca de tristeza, estaba segura de que por dentro tenía un mar completo de emociones que no sabía expresar frente a mamá ni mucho menos a Ángel. Mi partida debió golpearla como una patada en el estómago. Más fuerte que a todos. Solté un suspiro, sintiendo cómo la culpa me hacía un nudo en la garganta. Había hecho todo mal. A las apuradas. A mi manera. Sin pensar en nadie más que en mí misma. Me sentía terrible. —Espero que algún día me perdone —murmuré, sin energía para fingir otra cosa. Ángel soltó una risa suave, como si intentara hacerme sentir menos miserable. —Lo hará... —dijo, y pude escucharlo moverse, quizá acomodándose el celular entre el hombro y la oreja—. Sería bueno si al menos pudieras venir a cenar hoy. Ella va a estar allí. De hecho… está desde que te fuiste. Estoy seguro de que cree que es una broma. Mi hermano rió, pero yo no pude. Sentí cómo la risa se me atascaba en la garganta justo cuando un golpe sutil en la puerta me sobresaltó. La madera se entreabrió y, a través del pequeño hueco, vi la figura de Giulio acompañado de Lili. —Creo que debo colgar, hermano —susurré, como si alguno de ellos fuera a delatarme por estar con el celular —. Luego te llamo. No esperé respuesta. Tiré el celular a un lado y me incorporé de un salto justo cuando Giulio abrió la puerta por completo. Él se hizo a un lado para dejar entrar a Lili, que traía dos maletas pequeñas, un bolso y la misma sonrisa agotada de la mañana. —Señorita Park, estaré cerca de la habitación por si me necesita —dijo Giulio con una leve inclinación de cabeza antes de desaparecer por el pasillo. Me quedé observando a Lili, que ya estaba supervisando cómo tres hombres dejaban bolsas, cajas y más bolsas por toda la habitación. La habitación de Luca. De Luca. Tragué saliva cuando vi el desastre crecer a mi alrededor. Toda esa ropa. Todo ese lujo que no necesitaba. Toda esa invasión al espacio que Luca parecía cuidar como si fuera un santuario. Hice una mueca. —No creo que esto sea buena idea —dije finalmente, lo suficientemente fuerte para que los hombres se giraran hacia mí al mismo tiempo—. Esta no es mi habitación. Y si Luca ve esto… se va a molestar con todos. Ellos se quedaron congelados, como si no supieran si detenerse o seguir. Solo Lili soltó una risa nerviosa, llevándose una mano a la frente como si necesitara despejar el caos que había a su alrededor. —Quizá deberíamos dejarlo en la otra habitación… —intenté. —El señor Moretti nos dio la orden de dejar las cosas aquí —respondió uno de los hombres. El más pequeño del grupo. Tenía el cabello ondulado que le caía por la frente, y una expresión tensa, como si temiera equivocarse—. Su padre anunció que se quedará una noche más. La noticia me heló la sangre. El padre de Luca… aquí. Otra vez. Sentí la garganta cerrarse mientras asentía sin poder articular palabra. Los hombres comenzaron a salir con pasos firmes, y la habitación quedó en silencio salvo por el leve sonido de las cremalleras de las maletas. Lili se acercó con una sonrisa amable, pero sus ojos tenían un brillo calculador: estaba analizando mi rostro, seguramente midiendo cuánto podía presionarme sin que rompiera a llorar. —Bien —dijo con una voz suave, casi musical—. Tenemos que empezar a arreglarte si queremos llegar a tiempo. Ven, siéntate aquí. Obedecí como si mis piernas ya no fueran mías. Me dejé caer en el borde de la cama, y Lili empezó a abrir cajas, sacar brochas, sombras, perfumes. El cuarto parecía transformarse en un pequeño estudio de maquillaje improvisado. Mientras me recogía el cabello con delicadeza, mi corazón retumbaba como si quisiera escaparse por mi garganta. Intenté respirar, pero cada inhalación me quemaba. El padre de Luca estaría ahí. Con esa mirada fría que había visto solo una vez y que me había dejado temblando por dentro. ¿Qué pensaría al verme usando un vestido que ni siquiera elegí por voluntad propia? ¿Qué diría sobre esta… relación falsa? ¿Y si no aprobaba nada de esto? ¿Y si decidía que no era suficiente? ¿Y si cortaba todo antes de que pudiera obtener una sola pista sobre mi papá? Mi estómago se revolvió con fuerza. Sentí un nudo tensarse entre mis costillas. Todo en mí gritaba que estaba caminando directo hacia un precipicio. Lili comenzó a aplicar base con una esponja suave, y yo parpadeé varias veces para evitar que las lágrimas subieran. No podía llorar. No ahora. No podía fallar ahora. Mi mente saltaba de un pensamiento a otro, todos igual de aterradores. Si el padre de Luca lo arruinaba todo, no solo perdería mi única oportunidad de encontrar a papá… también arriesgaba la seguridad de mi familia. Ángel y Sofía seguían allí afuera, creyendo que yo podía con esto, que no estaba haciendo una locura. Que podía sobrevivir a este mundo. Y yo… ni siquiera podía dejar de temblar mientras Lili me retocaba los labios. —Respira, Alessia —murmuró ella, quizá notando mis manos cerradas en puños sobre mi regazo—. Te prometo que lucirás hermosa. Hermosa. Ojalá fuera tan simple como eso. Ojalá fuera suficiente.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR