Capítulo: Estoy atrapada

885 Palabras
Serena regresaba a casa con una sensación de triunfo que pocas veces experimentaba. Había sido una jornada productiva en la cacería, y estaba segura de que las ventas serían igual de exitosas. Aunque el dinero que el supuesto hombre llamado Volko le había dejado aún estaba sobre la mesa en casa, intacto, su decisión era irrevocable: no lo tomaría. «Mi padre me enseñó que aceptar dinero ajeno sin haberlo ganado es robar», pensó mientras ajustaba la bolsa con las pieles sobre su hombro. La lección de su padre estaba grabada en su corazón. Era un principio que nunca traicionaría. Al caer la noche, el bar del pueblo parecía un destino lógico. Serena sabía que allí encontraría compradores para las pieles de zorro y la carne de venado y conejo que había cazado. El ambiente del lugar era familiar, pero incómodo, con el olor a alcohol mezclado con el humo de cigarro y las risas estridentes de hombres ebrios que admiraban a las bailarinas. «Solo haré mis ventas y me iré», se dijo mientras esquivaba las miradas curiosas de algunos hombres. Afortunadamente, varios de los más sobrios comenzaron a interesarse por su mercancía, y poco después de negociar, ya había vendido todo. Serena sintió un breve momento de felicidad. Cuando estaba por salir, Andin, un viejo amigo de la infancia, la llamó desde una de las mesas. —Serena Salvaje, ven, toma una cerveza conmigo. Hace tiempo que no hablamos. —Lo siento, Andin —dijo ella con una sonrisa amable—. Mi padre puede volver hoy. Si no estoy en casa cuando llegue, se preocupará. Andin asintió con comprensión, y Serena dejó el bar sin sospechar el peligro que se acercaba. No mucho después, las puertas del bar se abrieron de golpe, y un aire helado pareció invadir el lugar. Los hombres dejaron de reír, las bailarinas dejaron de bailar, y las miradas se posaron en la figura imponente que acababa de entrar. Leonid Volko había llegado. Vestido con un abrigo oscuro y acompañado por un grupo de hombres que irradiaban peligro, Leonid caminó hasta el centro del salón. Sacó un fajo grueso de billetes y lo sostuvo en alto, como si estuviera a punto de ofrecer un trato. —Busco a Serena, hija de Viktor Sorokyn. ¿Quién me dirá dónde encontrarla? El silencio se apoderó del lugar. Las bailarinas se miraron entre sí, los hombres tragaron saliva, y nadie se atrevió a hablar. Nadie, excepto Andin, cuyo rostro palideció al escuchar el nombre de su amiga. Su instinto le gritaba que mentir, pero el miedo pudo más. —Aquí no conocemos a ningún Sorokyn —dijo, intentando sonar convincente—. Pero hay un Viktor Milic y su hija Serena. Viven en la última cabaña antes de la montaña negra... Ella acaba de salir de aquí. Leonid sonrió, y el brillo en sus ojos hizo que Andin lamentara haber hablado. Pero ya era tarde; Leonid le lanzó el fajo de billetes y salió del bar sin decir una palabra más. —Atrápenla —ordenó con una voz fría y calculadora—. Si salió hace poco, no puede estar lejos. Los hombres de Leonid se lanzaron al exterior como lobos hambrientos tras su presa. *** Serena caminaba por el sendero oscuro, sintiéndose satisfecha con su noche. "Papá estará orgulloso", pensó con una sonrisa, sujetando la bolsa con el dinero ganado por sus ventas. Sin embargo, el crujir de hojas secas a su espalda hizo que su sonrisa se desvaneciera. Se detuvo y miró hacia atrás, y su corazón se aceleró al ver varias figuras moviéndose rápidamente hacia ella. —¡Serena! —gritó una voz masculina, seguida de pasos apresurados. Eran demasiados. Diez hombres corrían hacia ella con una ferocidad que nunca había visto. La adrenalina la inundó, y con manos temblorosas, sacó su arco y una flecha, apuntándolos con firmeza. —¡¿Qué quieren?! ¡Aléjense! —su voz tembló, pero su postura era desafiante. Los hombres no respondieron, y, en cambio, sacaron armas de fuego. Serena sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. Nunca había visto una pistola, y ahora, diez estaban apuntándola. —No se acerquen... —murmuró, con la respiración entrecortada. Antes de que pudiera reaccionar, una sombra apareció detrás de ella. Un brazo fuerte la rodeó, y su arco y flecha cayeron al suelo. Serena peleó como una salvaje: gritó, pateó, mordió y arañó, pero su captor era demasiado fuerte. —¡Déjenme ir! ¡Por favor, suéltenme! —gritó desesperada, pero su voz se perdió en la noche. El mundo comenzó a girar, y una oscuridad implacable cubrió su vista. Su cuerpo, agotado por la lucha, finalmente se rindió, y cayó desmayada en los brazos de aquellos hombres que no tenían intención de mostrarle piedad. *** Desde la distancia, Leonid observaba mientras sus hombres llevaban a Serena, inconsciente, hacia el vehículo. Había ganado. —Viktor Sorokyn, ¿es esta tu redención? —murmuró para sí mismo, encendiendo un cigarrillo mientras sus labios se curvaban en una sonrisa fría—. Me dejaste a tu corderito, y ahora, la bestia ha venido por su recompensa. Sin más, se subió al coche y ordenó a sus hombres que partieran. La noche oscura de Cirna Gora ocultó el inicio de un destino que Serena nunca habría imaginado.
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