Capítulo 1
En ese momento, en la tranquila y lujosa habitación del hotel, yo estaba sentada en el cómodo sofá de cuero, con el pelo hecho un desastre y la ropa aún marcada por las manchas de vino. Me quedé quieta, respirando despacio, esperando al invitado que estaba por llegar.
Lo que había pasado en la sala de banquetes hacía apenas una hora… fue, sin duda, la segunda peor pesadilla de mi vida.
Aquel evento debía ser un simple banquete familiar. Un banquete más. Pero cuando llegué y descubrí que en realidad era la fiesta de compromiso de mi prima… con mi novio… mi mundo se vino abajo.
Por mucho autocontrol que normalmente tengo —o creía tener— esta vez no pude evitar explotar. Terminé montando un escándalo y convertida en el chiste de todos: la tonta con hipocondriasis por traición.
Y lo peor… él, el hombre que una vez me prometió protegerme, solo me dio la espalda. Ni siquiera se dignó a mirarme.
Estaba tan perdida en mis pensamientos que tardé en reaccionar. Al oír los golpes, me enderecé un poco y dije con voz baja:
—Entra.
La puerta se abrió lentamente. Una figura alta, impecable y rodeada de guardaespaldas y asistentes entró con paso firme.
Erick Satman.
Traje azul púrpura perfectamente confeccionado, rasgos marcados, presencia fría… Esa aura que hacía que todos bajaran la vista.
Cuando entró, yo apreté los labios y lo saludé con la poca dignidad que me quedaba:
—Señor Erick…
Pero él siguió hablando por teléfono, ignorándome por completo. Caminó hacia la ventana, como si yo ni siquiera existiera. Los guardaespaldas revisaron la habitación y luego salieron, dejándonos solos.
Unos minutos después, terminó la llamada. Solo entonces se giró y me escaneó de arriba abajo. Yo debía parecer un desastre: sencilla, despeinada, manchada de vino y humillación.
Si no hubiera corrido detrás de sus guardaespaldas, insistido y suplicado que me escuchara porque tenía algo importante que decirle, jamás me habría permitido estar aquí.
—Solo dime cómo supiste que estaba aquí —dijo con voz fría—. ¿Cuál es tu propósito?
Me erguí un poco, sin atreverme a relajarme ante esa mirada que parecía atravesarme.
—No lo investigué —respondí tras pensar cómo sonar creíble—. Escuché que podía venir y decidí intentarlo.
Era la verdad… más o menos.
Huyendo del banquete de compromiso, lo vi en el vestíbulo rodeado de gente. Lo había visto antes, sabía quién era. Así que me lancé… sin plan, sin dignidad, solo con desesperación.
Él ni siquiera pestañeó ante mi explicación.
—Dime qué quieres. No tengo tiempo. Si me proporcionas secretos comerciales, te pagaré bien.
Lo miré con los ojos muy abiertos.
¿Secretos comerciales?
¿Yo? ¿Parecía ese tipo de persona?
—Señor Erick, me malinterpretó —tragué saliva—. Solo quiero hablar de… cooperación.
Levantó ligeramente una ceja, claramente aburrido.
—¿Cooperación? ¿Contigo?
Se dio la vuelta para marcharse. El pánico me recorrió el cuerpo y solté la verdad sin pensarlo:
—Sí. Quiero casarme con usted. Esa es la cooperación. —Sentí el corazón golpearme el pecho—. Sé que los altos ejecutivos de su familia y su empresa lo presionan. Si no se casa en un mes, pierde la presidencia. Y hasta ahora no ha encontrado una solución… ¿verdad?
Erick se detuvo de golpe. Giró apenas la cabeza y me lanzó una mirada helada.
—¿Está segura de que no me investigó, señorita Valeria?
Esta vez fui yo quien quedó petrificada.
—¿Sabe quién soy? —pregunté casi en un susurro.
Él soltó una carcajada breve, despectiva, con una mano en el bolsillo.
—Por supuesto. —Su voz sonó tranquila, vaga, peligrosa—. La sobrina del presidente del Grupo Olson. Enamorada del hijo de la familia Muriel en secreto. Descubrió que su prima y su novio se comprometieron y la echaron del banquete por causar problemas.
Sentí la sangre abandonar mi rostro.
—Señorita Valeria —continuó con esa calma hiriente—, es muy ingenua. ¿De verdad cree que un hombre de negocios como yo recibiría a alguien que viene a buscarme sin investigarlo antes?
Y ahí, en esa habitación fría, entendí que ya no había vuelta atrás.
Hacía apenas media hora que Erick Satman había ordenado a su asistente investigar mis antecedentes. Lo supe por la frialdad calculada en su mirada. Si no hubiera sido la exnovia de Enzo Muriel, estoy segura de que nunca habría aceptado verme.
Para él, yo era apenas una nota marginal, un dato curioso dentro de un expediente empresarial.
Al principio creyó que yo, rota por la traición, venía a venderle secretos del Grupo Muriel. Nada me sorprendió menos que eso; así piensa alguien como él.
Pero cuando mencioné la palabra “Casarnos”, lo vi arquear una ceja como si acabara de decir el chiste más absurdo del año.
Aun así traté de mantenerme firme. Enderecé la espalda, fingí calma y dije:
—Ahora que conoces mi identidad, podemos hablar en deta…
No me dejó terminar.
—Señorita Valeria —me interrumpió con visible impaciencia—, usted no está capacitada para hablar conmigo. No tengo nada que ganar con su identidad. Ni siquiera posee una belleza o una figura lo suficientemente sorprendentes como para venir a hablarme de matrimonio y cooperación.
Entrecerró los ojos con burla helada.
—En mi opinión, lo más urgente no es esta “cooperación”, sino que busques un psicólogo.
Sentí cómo su frase me golpeaba como una bofetada. El rostro se me calentó al instante; no de vergüenza, sino de una humillación tan intensa que apenas pude respirar.
—Mi amiga es periodista —alcancé a decir, tratando de aferrarme a cualquier resto de dignidad—. Ella me contó el secreto de tu tío. Esto es para ti…
Él no me dejó continuar.
—Tengo demasiados secretos de mi tío —dijo con frialdad absoluta—. Señorita Valeria, ocúpese de sus propios asuntos y deje de hacer el ridículo.
Y sin más, se marchó.
Así, simplemente. Alto, impecable, inalcanzable.
Me dejó allí sentada, sintiendo que me habían abofeteado públicamente.
Respiré profundo, pero solo logré sentirme más vacía.
Erick Satman era incluso peor de lo que decían: implacable, arrogante, inquebrantable.
¿Y yo había sido tan estúpida como para intentar negociar matrimonio con él?
Sí. Me había vuelto loca. Solo eso podía explicarlo.