Capítulo: 3

2536 Palabras
Florence era demasiado calculadora. Pero aquello no era algo con lo que pudiese lidiar. Mientras manejaba al colegio de la pequeña Darcy para dejarla en otro día más de jardín de niños, su cerebro trabajaba como la maquinaria de un reloj. Cada engranaje arrastrando al otro, creando soluciones y propuestas de proyectos.  Antes de aparcar dio un rápido vistazo a la pequeña que estaba sentada con su cinturón de seguridad puesto y su mochila bien abrazada.  —¿Has traído algún juguete?— la niña automáticamente negó. Entonces Florence se giró a verla y Darcy soltó un suspiro.  —El Señor Miel no es un juguete, es mi amigo—sentenció la pequeña rubia.  —Solo déjalo en la camioneta—  Darcy miró a su mochila por unos segundos, los cuales le fueron suficientes para que una de las madres voluntarias le abriera la puerta.  —Adiós mamá, te quiero— Darcy ni siquiera le dio tiempo para reaccionar cuando ya se encontraba corriendo de la mano de la señora Charlotte.  —¡Darcy!— la niña apenas se giró le lanzó un beso a su madre y siguió su paso acelerado. —¡Darcy ven a dejar al Señor Miel!— Iba a bajarse a por el oso de felpa cuando el carro detrás de ella hizo sonar su bocina. Florence soltó un suspiro derrotada por su pequeña hija de tres años y puso la camioneta en marcha. Florence no tenía tiempo para aquello y aunque no lo dijera en voz alta, deseaba que Darcy fuera más como Morgan. La mayor siempre había sido bastante obediente, cumplía con todo lo que Florence y Ezra le pedían. Pero Darcy... Ella era un punto y aparte. Nunca lograban que comiera sus vegetales o que vistiera lo que pedía, ¡Ni siquiera lograba que se despegara de aquel oso de felpa! Hubiese bajado y hecho a la niña dejar el peluche, pero Florence tenía demasiadas cosas que hacer.  En aquel momento manejaba en dirección al club social para reunirse por mera "casualidad" con la señora Grace Jensen. Pero claro que el encuentro no tendría nada de casual, ya que llevaba planeándolo aproximadamente dos semanas —Desde que Violet le había dado la noticia—. Sabía a la perfección que le diría y el cómo la convencería de convertirse en socia del corporativo "Tremblay".  Eso era lo que hacía Florence y no había nadie mejor que ella. Bajó de la Suburban blanca y ajustó sus lentes de sol. Con un paso bien decidido y firme caminó hasta donde el grupo de cinco señoras estaba sentado. Todos los lunes aquella mesa cerca de la sombrilla era testigo de la acalorada discusión de los chismes de la élite de la ciudad.  —Escuché que Katherine, la hija mayor de los Lewis ha quedado embarazada— escuchó que decía la señora Dennings.  —No me sorprendería— contestó la señora Hendrix.  —Hola a todas— Florence le dio una de sus mejores sonrisas a aquel grupo de chismosas que le producían cólera.  —Hola, Florence— le saludó Grace mientras se sentaba, —Nos estamos poniendo al día— —Florence, he escuchado que Oliver le ha comprado otra sortija a Violet— la señora Badr mencionó aquello mientras Florence tomaba asiento, —Significa que le pasará la reliquia familiar a Logan— A Florence le dio demasiado gusto que la señora Badr introdujera aquel tema, por primera vez no le molestó que se entrometiera en un asunto que no le incumbía.  —El domingo por la tarde Logan le propondrá matrimonio a Morgan—  —¿No son muy jóvenes?— preguntó la señora Evans con el entrecejo fruncido.  —Ambos apenas y tienen veintiún años— apoyó la señora Dennings.  —Por supuesto que no se casarán de inmediato— espetó, —Pero si es una boda que llevará su tiempo preparar. Además, Morgan y Logan se han involucrado demasiado en el nuevo proyecto del corporativo. Ambos tienen sus prioridades en orden— —Entonces, ¿Por qué comprometerse?— insistió la señora Evans. Florence intentó dar una sonrisa amplia.  —¿No es obvio?— aquello lo había preguntado con el único objetivo de ganar unos cuantos segundos para ingeniar lo siguiente que diría. —Si lo hacen después las personas dirían que solo es por la unión de los corporativos— —¿Eso es un hecho?— la señora Dennings estaba demasiado sorprendida, —¡Será la unión del año!— —¿Aún aceptan inversores?— quiso saber la señora Evans. Florence soltó una pequeña risa, demasiado armoniosa y bien practicada.  —Ezra le ha propuesto al esposo de Grace invertir en nuestro nuevo negocio la semana pasada—  —Ten por seguro que en cuanto Morgan tenga ese anillo en su mano Arthur correrá para ser inversor de ese negocio— sentenció Grace.  Florence sonrío triunfante al oír aquellas palabras que tanto había ansiado escuchar.  * Florence no podía parar de sonreír. Aquello había sido el salvavidas que la salvaría de ahogarse —o al menos lo veía de esa forma—.  Morgan solo necesitaba continuar reteniendo a Logan con su cara bonita y aquello no quedaría sino como un mal recuerdo.  Y claro que la joven no haría nada que pusiera en peligro aquello. Prácticamente podía darlo por hecho. Florence manejó hasta aquel callejón que conocía a la perfección. Dudó unos segundos antes de bajar hasta que por fin lo hizo. Entre sus ropas ocultaba una pequeña arma; una pistola de oro que le había dado su padre. Aquel revólver era una reliquia familiar, pasada de generación en generación. Su bisabuelo había asesinado a alguien con él, pero eso no importaba.  Metía su mano dentro del bolsillo de su abrigo n***o donde tenía esta, aferrándose a ella y preparándose mentalmente por si tenía que jalar del gatillo. Lo había hecho dos veces antes y en una ocasión incluso hirió a un hombre. Gracias al cielo no lo mató.  Su paso era lento y una vez adentro de esa bodega lo único que se lograba escuchar era el repiqueteo de sus tacones. Bien erguida y con la cabeza en alto mantenía su mano derecha en el bolsillo.  —La señora Tremblay nos honra una vez más con su visita— soltó Paul O'Neill.  Solo Dios sabía por todo lo que aquel joven había pasado y claro que solo él sería quien pudiese determinar su castigo. Cada vez que Florence iba a aquel lugar no podía evitar pensar que ese chico lleno de tatuajes, era solo unos años mayor que su primogénita.  Florence trataba con aquel criminal desde hacía más de dos años.  —Tengo excelentes noticias— soltó.  —Entonces dilas— —Mi hija estará comprometida muy pronto— Paul frunció el ceño sin comprender el cómo aquello lo beneficiaría. —Significa que pronto nuestros negocios terminarán—  El chico soltó una carcajada, demasiado sonora y falsa. Florence entonces desconfió y cuando estuvo a punto de retroceder, él se le abalanzó y la sujetó del cuello.  Florence intentó sacar su arma para defenderse, pero esta se le cayó y lo único que pudo hacer fue llevar sus manos a donde el chico tenía las suyas.  —Escucha maldita— no podía respirar e intentaba idear algo, pero a causa de la falta de oxígeno esto no le era fácil. —¿Sabes todo lo que tuve que hacer para ayudarte? No, no lo sabes.  De aquí no te vas hasta que yo no diga que lo haces ¿Entiendes cómo funciona? Como yo lo veo tienes dos opciones o sigues mis reglas y te vas cuando yo lo ordené o te largas con un plomazo entre ceja y ceja ¿Captas?— Apenas si asintió. Su cabeza dolía demasiado y ella ya estaba demasiado roja.  Entonces reaccionó.  Su m*****o.  Cuando estuvo a punto de patearlo él la soltó haciendo que cayera.  -Y te llevas tu porquería— espetó Paul pateando su arma.  Florence permaneció en el piso de aquella bodega hasta que pudo respirar con normalidad. Con manos temblorosas tomó su pistola y apuntó a la nuca del chico. Él se giró.  Al ver a Florence quien apenas y podía ponerse de pie, apuntarle con el arma sujeta por ambas manos temblorosas no pudo evitar reír.  Por su parte ella mantenía el entre cejo fruncido y el revólver apuntando a él. Si le disparaba en aquel momento la bala terminaría entre ceja y ceja. Quitó el seguro del tambor y bajó el martillo. Este hizo un ruido apenas perceptible cuando volvió a subir.  —Te reto a que lo hagas— Paul se acercaba a ella. Demasiado desafiante para alguien que podía morir en segundos. —Venga Florence, dispara—  No se movía. Su cabello seguía desacomodado y no le era posible parar de temblar. Pero ella no quería dejar de apuntarle, sabía que aunque no lo demostrara él tenía más miedo que ella.  —¡Dispárame de una maldita vez Florence!— no lo hizo. Bajo el arma.  Entonces Paul volvió a reír. Con aquellas sonoras carcajadas que no hacían más que revolver el estómago de Florence.  —Lárgate de aquí antes que te mate— ordenó, —Y no creas que esto se quedará así— Florence volvió a guardar el arma dentro de su bolsillo y salió de ahí.  Al subir a su camioneta arrancó lo más rápido que le fue posible y se detuvo a unos kilómetros en el estacionamiento de un restaurante de comida rápida. Entonces ahí se permitió a sí misma soltar un gran suspiro.  Sus manos volvieron a tener aquel temblor y las llevó hasta el retrovisor el cual acomodó para lograr ver su cuello en el reflejo. No pudo evitar pasar sus manos por este y hacer una mueca al ver las marcas que le había dejado. Le dolía, si, pero le reconfortaba saber que no sería eterno.  Como pudo tomó su bolsita de cosméticos de su bolso y tomó el corrector de ojeras. Con este empezó a cubrir las marcas lo mejor que pudo.  No fue suficiente.  Después sacó un corrector verde, de nuevo aquel color piel y una esponja. Estuvo haciendo su mejor trabajo hasta que logró un resultado "aceptable" y solo entonces se derrumbó.  Por unos segundos y casi imperceptible. Pero lo hizo.  Con su rostro apoyado en sus manos bien extendidas se maldijo por sus decisiones. Aún podía abandonar aquello y regresar con sus padres. Florence también venía de una familia bastante adinerada.  La familia Shepard era bastante conocida por todos los hospitales, edificios y fraccionamientos de los cuales eran dueños. Pero claro que el hermano de Florence, Peyton, era quién se hacía cargo. No ella. A ella no le correspondía aquello por ser la segunda hija. Y ser mujer.  Recobró la compostura y miró el reloj de la pantalla del estéreo. No había forma en que llegará a tiempo por Darcy, tendría que inventarle una excusa a la pequeña. Entonces recordó donde estaba aparcada y manejó hasta la ventanilla de servicio.  Odiaba aquellas comidas tan llenas de aceites, grasas y conservadores. Pero Darcy, Dios, Darcy podría pasar su vida entera comiendo aquello, en especial las patatas. Y encima vivir en plena felicidad con los juguetes que el paquete para niños traía consigo.  Florence pidió el paquete para niños, especificando que era para una niña y que quería nuggets y papas grandes con su orden.  Una vez que su pedido le fue entregado manejó lo más rápido que le fue posible hasta el jardín de niños en el cual Darcy estudiaba.  Algunas maestras ya la habían citado para hablar respecto al comportamiento de Darcy. Era una niña bastante inteligente y creativa, pero al ser su primer año en el jardín de niños las maestras esperaban que estuviera ansiosa por tener nuevas amigas. Pero no. A la pequeña rubia le era bastante difícil aquello de hablar con las otras niñas.  —Es una Tremblay— siempre decía Florence.  —No es que se sienta superior- insistía la maestra Belle, —Darcy no se siente cómoda—  Y para menos, las otras niñas eran crueles con ella. No entendían su fascinación con las tiaras y el Señor Miel. Bueno, nadie lo hacía. Ni siquiera su madre.  Darcy amaba las tiaras y tenía un montón de ellas, tanto con y sin joyas. Pero aquella colección valía una fortuna.  Las niñas no sabían eso y ni siquiera les importaba. Para ellas Darcy Tremblay era una niña tonta que prefería jugar con un estúpido peluche a saltar la cuerda. Además de que creían que era bastante engreída —¿Quién demonios sabía sumar y tocar ciertas notas en el piano, a los tres años?—, a pesar de que la pequeña nunca presumía.  —Hola, cariño— Florence le sonrió de la manera más amplia en que le fue posible.  —Florence ha sido una hora— la reprendió la señorita Belle, —Y es lo más temprano que has llegado este mes— —Lo sé y de verdad lo siento— contestó girándose para abrochar el cinturón de seguridad de la pequeña. —Ha ocurrido algo en el trabajo y he tenido que solucionarlo— La señorita Belle se despidió cordialmente y Florence tomó la comida del asiento del copiloto.  —Adivina que te compré pulga— la niña sonrió ampliamente y abrió la bolsa apenas su madre la colocó en su regazo.  No fue hasta que le dio un rápido vistazo a la pequeña por el retrovisor que se dio cuenta de que Darcy estaba algo despeinada. Hizo una mueca. No era un despeinado de haber estado corriendo o jugando, no. Le habían jalado de sus trenzas.  —¿Qué tal ha estado la escuela hoy?— preguntó. Darcy terminó la patata que tenía en su boca, le dio un gran sorbo a su malteada y soltó un suspiro.  —Mis compañeras me han dicho que doy mala suerte—  —Cariño ese es un chiste tonto que nos toca a las pelirrojas, no a las pequeñas ricitos de oro—  Darcy tenía su cabello de un color rubio cobrizo. Cualquiera podría confundirla con una pelirroja bajo el sol.  —Han dicho que no puedo jugar con ellas, me han jalado de las trenzas y se han burlado de mí— Darcy hacía su mejor esfuerzo por no llorar. —Y los niños no han querido que juegue con ellos porque la pelota no es un juego para niñas—  —¿De verdad?— —Yo creo que tienen miedo a que les gane— señaló la pequeña. Florence se quedó sin palabras. Llevaba días pensando en cambiar a la pequeña de jardín de niños, pero aquello no era una opción. Un Tremblay nunca se rinde.  Intentaba encontrar las mejores palabras de aliento para su hija, pero esta la distrajo al soltar un grito demasiado emocionada.  —¡Me ha tocado la princesa con vestido rosa!— Darcy se veía demasiado feliz, como si no hubiese pasado un día fatal.  Darcy era una niña realmente asombrosa. Y Florence la amaba.  Juraba que haría cualquier cosa para proteger aquella inocencia.
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