—Scott y Kelly se acurrucaron abrazados en la cama. Martin le entregó el fajo de billetes y le dijo: —Aquí tienes mil dólares. Recibirás la otra mitad al final, como antes.
—De acuerdo —dijo Kelly. Era rica. Contó el dinero con reverencia. Sentía como si se deslizara rápidamente por una pendiente pronunciada. Rara vez había visto billetes de cien dólares, y nunca tantos. Los guardó con cuidado en su billetera.
Scott se emocionó por dentro al verla forcejear con los billetes. Era tan adorable que se derretía de ternura.
—Chicos, esto va a ser así —dijo Martin—. Habrá varias cámaras grabando. Usaré esta Steadicam. Les daré instrucciones verbales sobre qué hacer a continuación. Si quieren bromear conmigo fuera de cámara o criticar mis indicaciones, adelante. A nuestros suscriptores les encanta eso. ¿Listos?
Scott miró a Kelly a los ojos: —Estoy listo si tú lo estás. Ella lo miró, relajada, confiada. A Scott no le gustaba nada la idea de engañarla. No a ella. Inofensiva, sí, pero no quería que esa mirada de confianza desapareciera. La quería allí mismo, acurrucada bajo su brazo, confiando en él para siempre.
Kelly sostuvo la mirada de Scott. Hubo un instante de calma. Cerró los ojos y lo sintió contra ella, firme, cálido, con la respiración tranquila. Nunca se había sentido más segura que en ese momento, en ese lugar tan peculiar, y se sentía libre, completamente libre. Abrió los ojos y miró fijamente el objetivo de la cámara de Martin. —De acuerdo, sí, estoy lista.
—¡Cámaras encendidas! —dijo Martin—. Kelly, ¿podrías contar hasta tres y aplaudir, por favor?
—Uno, dos, tres —Kelly aplaudió.
—Genial —dijo Martin, relamiéndose los labios—. Kelly, ¿por qué no dejas que Scott te ayude a desvestirte?
Había sido tan fácil, tan descuidado, pensó Kelly. Ahora todos los pervertidos sabrían los detalles de su vida s****l. Quedaría todo expuesto para siempre. Al menos, sabrían lo que había sido su vida s****l hasta ese momento. Se sintió mareada, hipnotizada por esa mirada brillante, como si estuviera a punto de saltar de un precipicio. Sintió las cálidas manos de Scott acariciándola y supo que no estaba sola. Mirando la alfombra marrón, se obligó a ponerse de pie. Se obligó a desabrocharse los vaqueros, se obligó a bajarse la cremallera.
Scott cayó de rodillas frente a ella. Era tan deliciosa y tímida. Dejó que él le bajara lentamente los jeans hasta las caderas. Sus bragas también bajaron con ellos. Se aferró a ellas como si jugara a la soga y, con timidez, se las subió de nuevo. Scott, Martin y la cámara alcanzaron a ver fugazmente su pubis rasurado antes de que volviera a quedar oculto.
Scott continuó deslizándole los vaqueros con delicadeza y cariño. Con la mano apoyada en su hombro, ella levantó los pies, uno tras otro. Le prestaba mucha atención, aunque al mismo tiempo se aislaba del mundo. Esa conexión que sentía con ella siempre había estado presente en los mejores momentos de amor que había vivido. Dobló los vaqueros con cuidado y respeto, y los apartó. Le acarició las piernas. Esto era especial, lo sentía con fuerza. Aun así, respiró hondo. Necesitaba mantener la calma y actuar con cierta profesionalidad. Ella, sobre todo, contaba con que él se comportara con serenidad. Dijo: —Hasta ahora todo bien. Mira qué piernas tan maravillosas.
Kelly estaba nerviosa y, al mismo tiempo, se sentía irresistiblemente atraída por Scott. Temblaba de nervios y excitación. Tan solo el roce de sus manos cálidas y suaves sobre sus muslos la hacía estremecer.
Siempre antes, los chicos la habían presionado y apresurado, ignorándola por completo. La habían empujado más allá del momento, más allá de sus propias esperanzas y sueños. La habían empujado hacia lo que querían: eyacular su semen caliente y resbaladizo en algún lugar. En su boca. En su v****a. Y luego se dormían. Y ella lo había aceptado como algo normal en la vida, como algo normal en los chicos, como algo normal en el sexo. Intentando que fueran más despacio, que prestaran atención. Ellos, imprudentes, despreocupados, haciendo lo que quisieran. Momentos vacíos y aislados de un placer tentador e insatisfecho.
Kelly sintió a Scott quieto y firme, disfrutando de ese momento con ella como si fuera eterno. Scott era un hombre. Era realmente su primer hombre; lo sentía profundamente. Qué diferente se sentía estar allí con él. Era un hombre de la misma edad que su padre, y al pensarlo, se estremeció. Pero era tan distinto a su padre. Scott era peligroso de una manera embriagadora. Allí, ahora, sintió sus suaves manos acariciando sus piernas, saboreando cada detalle. Sintió su aliento cálido y deseoso en su rostro y cuello. Sintió su cercanía. Se sintió adorada. Se sintió plenamente mujer bajo la cálida caricia de sus manos.
Scott se puso de pie y, al hacerlo, le quitó la camiseta a Kelly. Sin pensarlo, ella alzó los brazos como una niña a la que desvisten, indefensa en sus brazos. De repente, estaba desnuda de cintura para arriba. Instintivamente, se agarró los pechos y los protegió con ellos. Luego miró a Scott y, lentamente, con un esfuerzo de voluntad, bajó los brazos. Lo hizo por Scott, para entregarse a él. Y sí, lo hizo por Martin y su mirada lasciva, el pervertido Martin. Y sí, incluso lo hizo por los millones de hombres que se masturbaban. Sintió cómo aumentaba su excitación. Los jóvenes se tocaban con timidez por primera vez. Los ancianos alargaban sus últimos momentos de placer. Ahora, cualquier pervertido conocería sus pechos, su forma, sus pezones. De pie allí, desnuda de cintura para arriba, apartó la mirada de Scott hacia la cámara de Martin.
Scott observó cómo Kelly bajaba los brazos y le ofrecía sus firmes pechos y pezones rosados. Su cuerpo era esbelto. Sus pechos, angelicales, tenían el rubor de la juventud. Sus pezones estaban erectos y firmes. Las promesas, tan elocuentemente insinuadas por las arrugas de su camiseta, se habían cumplido de forma espectacular.
—Sabía que tenías un buen cuerpo, Kelly, pero ¡guau!, siento que hemos encontrado un tesoro —dijo Martin.