ZOE El sonido de la camilla retumbaba en mi pecho más que en el pasillo. Cada chirrido de las ruedas contra el piso encerado del hospital era como un recordatorio de que mi vida ya no era mía, de que la había firmado con tinta y desesperación. Asher iba acostado, todavía con la piel pálida, la máscara de oxígeno cubriéndole la mitad del rostro y un rosario de cables y monitores marcando su fragilidad. Subirlo a la ambulancia fue un proceso rápido, profesional, como si la vida de mi hermano fuera apenas un trámite más en la lista del hospital. Yo me subí a un costado, con las manos apretadas en el regazo. Miraba sus pestañas inmóviles, sus labios entreabiertos, y me repetía una y otra vez que había valido la pena. Que cada cláusula absurda, cada firma que me encadenaba a Nikolai, tenía s

