Había insultado al hermano de mi jefe recomendándole un urólogo por sus “problemas” de ere**cción (que claramente no tenía porque lo empezaba a recordar muy bien aquella noche) y ahora lo tenía enfrente. Hay que añadirle a la lista que lo acababa de llamar imbécil por otra razón diferente a la cama.
Y sabía que si seguía abriendo la boca definitivamente terminaría cag**ándola aún más. En el fondo me pregunté si el flash que hace olvidar, ese que Will Smith utiliza en Hombre de Ne**gro para crear amnesia en las personas, lo podría encontrar en sss.
Lo único que pasó por mi mente fue que el trabajo tan preciado que tenía, por el que había luchado y dejado la piel para poder ganar las bonificaciones y que pudiera pagar una parte de la renta, y otra parte de los gastos de hospital de mi hermano, se estaban esfumando ante mis ojos.
Las cuentas de mis deudas cada vez se hacían más grandes ante mis ojos, y el hambre me estaba respirando en la nuca como un soplo gélido que te enchina la piel, y no de la manera buena.
Era un hecho que Carlton terminaría despidiéndome por haber insultado a su hermano.
“¡Ay! Zoe, a parte de todo te lo tiraste en una borrachera en una fiesta equivocada y lo insultaste con su hombría al día siguiente”.
— Pues, eso debiste decirme antes de que te llamara imbécil. —Por la manera en como tensó su mandíbula, la había vuelto a liar de nuevo.
— Jo, entonces ¿tengo la culpa de que me llames imbé**cil solo porque no le dije a una supuesta extraña que soy el hermano de su jefe? —Alzó una ceja. Cruzó los brazos y eso era malo. Awww, me sentí como un perro regañado. Juro que no soy mala, pero haberme acostado con este hombre no había sido buena idea.
— Estoy preocupada por mi jefe, su esposa está de viaje y yo no sabía que tenía un hermano, hasta que me lo confesó estando medio dopado por tanto analgésico, y una intrevenosa que lo estaba preparando para recibir anestesia y acto seguido le rebanaran la pierna. —Me aclaré la garganta, aferrando la bolsa de pertenencias de Carlton como si en ella cargara mi renuncia anticipada.
Mi punto es que cuando me ponía nerviosa terminaba cometiendo estupideces, justo como en ese momento.
— ¿Así es como tratas a los clientes y a tus superiores? —Oh, qué desgraciado.
— No. Pero debiste decirme antes que eras el hermano. Así, eh. . . Me habría limitado a ser cordial, claro. —Mis labios sonrieron como si fueran controlados por un titiritero nervioso.
Él arqueó una ceja.
— ¿Cordial? ¿Así llamas ahora a recomendarme a un urólogo?
Era algo que no iba a superar, y él tampoco.
— Yo, bueno siempre pienso en la salud de las personas. —Respondí con una falsa seriedad que se desmoronó apenas salió de mi boca—. Y ahora que lo recuerdo eres casado ¿Cómo quieres que sea cordial si eres un maldito mentiroso?
— ¿Casado?
El hombre me observaba como si estuviera disfrutando de un episodio de comedia que solo él entendía. Yo, en cambio, solo podía sentir cómo cada palabra me enterraba más.
— Además, yo no suelo insultar a los familiares de mi jefe. Fue un lapsus, un error humano, cualquiera lo puede cometer. Aunque te diré que soy una criatura de Dios perdida por ahí. —Tragué saliva—. La verdad es que soy una persona muy respetuosa.
— Claro. Se nota. —Su voz baja era tan peligrosa como esa sonrisa contenida que se negaba a salir. Y tan llena de sarcasmo—. Yo creo que eres una criatura de Satanás, y estas muy perdida.
Para ese momento, se me había olvidado de que estábamos en el hospital, y que mi prioridad era entregarle las cosas de Carlton a su hermano.
Le tendí la bolsa con las pertenencias de mi jefe, intentando no rozarle los dedos, pero fracasé. Tan pronto sentí su roce, me invadió una sensación extraña, como un terremoto interno que hizo que dejara de respirar por un segundo. Sus manos atraparon la bolsa al mismo tiempo que las mías, y por un instante me pareció ver que el ese hermano imbécil se quedó quiero por un momento.
Me solté de inmediato, fingiendo dignidad.
— En fin. Aquí tiene lo de su hermano. Yo ya cumplí con mi deber. Así que me retiro.
Él dio un paso hacia mí, lo suficiente para que mi corazón se desbocara, aunque mantuvo la misma máscara de hombre de negocios.
— Tan rápido. Y yo que pensaba agradecerte.
— No es necesario. —Agité la mano como si me sobrara la seguridad que en realidad no tenía—. Yo no necesito, ni quiero ningún tipo de agradecimiento suyo. Además no es como que nos volvamos a ver.
Mis palabras tropezaban entre ellas. Corrí la mirada hacia el pasillo, buscando la huida.
— Lo importante aquí es Carlton. Sí, eso. Y usted, digo, tú, —me mordí la lengua, maldita contradicción—, digo, usted debería quedarse con su hermano.
El hombre inclinó la cabeza, estudiándome como si disfrutara cada torpeza mía.
— No te preocupes. Me quedaré.
No me dio más. Ni un reproche, ni un comentario sarcástico, y eso me desconcertó más que cualquier insulto.
Lo dejé ahí, con la bolsa en sus manos, caminando hacia la salida como si llevara la frente en alto, cuando en realidad lo único que quería era que la tierra se abriera de una vez por todas.
*
Me estaba yendo a casa, pero la sensación de la calidez de sus dedos sobre mi piel me quemaba. No entendía cómo traía esa sensación por una persona a la que no vería más.
¡Es el hermano de mi jefe! ¡Y un hombre al que nunca más vería!
Regresé a mi casa en el autobús. Por suerte a esa hora estaba vacío, y en lo único que pensaba era en el bendito encuentro que había tenido con el desconocido que me había tirado la noche de la boda.
Me revolví el cabello con la frustración en los dedos.
— Zoe, más vale que prepares tu curriculum, y esperes la llamada de Carlton para decirte que estás despedida.
Me seguí lamentando en mi miseria hasta que mi celular sonó y supe que todo había terminado para mí. Sin embargo, ver el nombre de mi tía Mirta me sacó de mi trance. Por un momento pensé en no responderle, pero al final lo hice.
— ¿Zoe? ¿Cómo has estado? Creí que no me ibas a responder.
— Hola tía. Estoy bien.
— El viernes por la noche me gustaría cenar contigo. Hay algo muy importante que tengo que platicarte.
— Tía el viernes por la noche no sé si. . .
— Es mi cumpleaños, Zoe, ¿podrías al menos estar conmigo ese día?
Sentí un vuelco en el estómago. No quería ser una malagradecida, después de todo lo que hizo por mí y por mi hermano.
— Está bien, tía ¿Dónde va a ser?
— A las ocho en el Cucine di Dante.
Dicho esto, mi tía terminó la llamada y yo solo pedí al cielo que fuera una cena tranquila. No me apetecía verla. Tenía mal carácter y yo no ayudaba mucho.
*
Al día siguiente, supe que sería un día pesado de trabajo, pues con el internamiento de Carlton en el hospital, tenía que ver por sus pendientes y reagendar todos sus compromisos.
Intenté marcarle, pero era inútil no iba a responder si aún estaba con los medicamentos. Madre mía. Tendría que ir en persona a visitarlo.
Aliste una enorme bolsa con todo lo necesario. Agendas, tableta electrónica, la laptop y algunos documentos. Salí de la oficina diez minutos más tarde.
Al llegar al hospital me di cuenta que mi jefe estaba dormido. No podía tomar decisiones sin consultarlo, por lo que decidí hacer un poco de tiempo e ir a visitar a mi hermano, que se encontraba en terapia intensiva.
Habían pasado dos semanas desde que mi vida dio un giro de ciento ochenta grados con la llamada de que estaba en estado crítico porque una camioneta lo había atropellado y el chofer se dio a la fuga. Mi hermano y yo siempre nos habíamos visto el uno al otro.
Lo vi intubado a través del vidrio. Parecía que se encontraba dormido, pero la realidad era que no sabía si en algún momento iba a despertar.
No supe cuánto tiempo pasó. Me di cuenta de que no podía perder mi trabajo, que necesitaba mantener a mi hermano en el hospital y rezar porque se curara pronto.No podía darme el lujo de perder un solo centavo. Podía perder mi dignidad, mi integridad, pero no él, mi única familia. El único que siempre se había preocupado por mí.
Tendría que hacer lo que sea por tener dinero y pagar por su tratamiento.
Así fuera vender mi alma al mismo demonio.