Capítulo 3

1620 Palabras
Juliana Oh Dios mío. —Lo maté. Mierda, mierda, mierda —chillo mientras mi cuerpo tiembla. Acabo de dispararle a un hombre, acabo de matarle. —Tranquilízate y dame el arma. —Me sobresalto ante la voz y me vuelvo apuntando a quien sea que me habla en estos momentos—. Bájala ahora. Es el idiota. —Lo maté. —Sí —responde—, pero él iba a matarte a ti también. Fue en defensa. Entrégame el arma. —No —gruño y me preparo para dispararle si se acerca—. No voy a permitir que me hagas daño. —No voy a hacerte nada —dice—. Pero estás demasiado asustada y tus manos tiemblan demasiado. Es peligroso que tengas un arma cargada. —Está muerto —susurro. Mis ojos van hacia el hombre desangrándose en el piso. —No lo mataste, aún respira. Este... —patea al otro hombre caído y sangrando—, creo que ya lo perdimos. —Me iré al infierno. —Ahí es exactamente donde iremos si no nos movemos de aquí. —Busca algo en su pantalón y lo apunto más firme. Ya tiene un arma en su mano, si saca otra, dispararé. No es un arma, es un teléfono. —Aquí Gómez, la cubierta calló. —Se detiene a escuchar lo que sea que le dicen del otro lado de la línea y su mandíbula se tensa—. Sí, hay un testigo, un hombre muerto y dos heridos. —Justo en ese momento, el hombre de color se mueve en el suelo—. Tenemos que salir, uno de ellos está despertando. —Dirijo mi arma hacia el hombre en el suelo, pero el movimiento de cabeza de Gómez me detiene de disparar—. Entendido. —Cuelga y se acerca con cautela hacía mí—. No. Ya tienes un enemigo encima, tenemos que irnos. Dame el arma y sígueme. —¿Qué? No —protesto, pero dejo que tome el arma de mis manos, estoy demasiado asustada en estos momentos y el olor de la sangre empieza a revolver mi estómago—. No te voy a poner tan fácil el que me asesines. —¿Y por qué habría de asesinarte? —pregunta, guardando una de las armas en su espalda. —Soy un testigo, lo dijiste al teléfono —respondo alejándome de sus manos que se acercan a mí. —Así es, eres un testigo potencial que ahora mismo está en peligro. Vamos —ordena y camina hacia la puerta. Me quedo inmóvil en mi lugar procesando la escena, sus palabras y tratando de aclarar mis pensamientos para poder ordenarle a mi cuerpo, actuar—. Ahora. —Yo... sí. Camino tras él, sale al pasillo y observa hacia ambos lados antes de correr hacia la puerta de salida. —¡SAPO! —grita uno de los hombres desde el baño. —¡j***r! —maldice y me hala de la mano para arrastrarme tras la puerta—. Baja la cabeza y no voltees a mirar atrás por nada del mundo. —¿Por qué? Oh Dios, ¿nos va a alcanzar? —Sólo no mires, hay cámaras y pueden identificar tu rost... —Un ráfaga de disparos se escucha apenas y damos un paso fuera del club. —Mis amigas... —No puedes regresar ahí, ya nos encargaremos de eso una vez nuestras vidas no corran peligro. Corre en zigzag. Más disparos suenan, gritos y pasos —muchos de ellos— se escuchan tras nosotros mientras corremos por el callejón. —¡Ahí están! —Disparen. El pánico hace mella en mí y contra la orden del hombre que intenta alejarme de las balas y el caos, volteo mi rostro para ver a cinco hombres correr hacia nosotros. —Jesús —chillo cuando uno de ellos apunta hacia nosotros. Sigo corriendo, tratando de seguir los pasos de Gómez y no caerme, romperme un tobillo, o recibir un disparo. —Mierda, te dije que no voltearas. Las putas cámaras ya te han enfocado. —Me empuja hacia un contenedor de basura y se agacha a mi lado para disparar también. Si mi vida no corriera peligro, esto sería como el vídeo juego de mi primo Lucas. Ese donde él, se supone, es un agente encubierto luchando contra la mafia rusa. El ruido de los disparos empieza a hacer retumbar mis oídos, el olor a pólvora y suciedad pica en mi nariz; me percato de que la que grita soy yo y agarro mi cabeza acurrucándome en mi lugar, orando a Dios que ninguna bala me impacte. El cuerpo de Gómez se acerca a mí y me estremezco, su camisa está húmeda y pegajosa. —Estás sangrando. —Es una herida superficial —responde. Vuelve a asomarse y dispara—. No moriré, si eso te preocupa. —Vuelve su rostro y me sonríe. —¿Cómo puedes sonreír en un momento como este? —Hay que tomar la vida como viene. —Se encoje de hombros y continua disparando. —¿Con cinco hombres disparándote a muerte? —replico—. ¿Acaso no duele? —Duele, pero ya tendré tiempo para quejarme. Ahora, necesito ponernos a salvo. —Toma su teléfono con la mano que está sangrando y me lo entrega—. Marca a Jiménez, dile que necesito una salida ahora, o su mamá no tendrá a quién más engordar con sus guisados. Confundida y asustada hasta la medula, tomo el móvil. Marco el número bajo el nombre de Jiménez y espero sólo un segundo antes de que respondan. —Estamos en camino —dice una voz profunda. —Eh, dice que están en camino —trasmito la razón a el hombre Gómez —Dile que tengo tres disparos más y seremos historia. —Dice... —Lo escuché. —Me corta la voz al teléfono—. Estamos a una cuadra, si pueden correr hasta aquí, háganlo, abriremos fuego a quien los persiga. Trasmito la información y veo en el rostro del chico que la petición es dura de cumplir, los hombres se acercan y estamos sin balas —bueno él lo está— mi respiración, ya agitada, se vuelve mucho más convulsiva y... estoy entrando en pánico. —Lo haremos. —Me mira por el rabillo del ojo, debo decirle a Jiménez que se supone que lo haremos, pero el hombre a mi lado no me da tiempo; antes que pueda abrir la boca, ya está halándome nuevamente y arrastrándome hacía la calle y lejos del callejón. Jadeo a medida que las balas pasan y se estrellan a nuestro lado. Seguimos corriendo en zigzag, intentando no hacerles fácil el apuntarnos; cuando por fin llegamos al final del callejón y corremos hacia la siguiente cuadra, una camioneta negra se aproxima a toda velocidad. Derrapa y varios hombres se lanzan apenas y abren las puertas, todos vestidos con uniforme n***o, chalecos, cascos y armas en mano. —Abajo —grita Gómez y me atrae a su pecho, cubriendo mi cabeza. Lo permito, los "hombres de n***o" nos rebasan y continúan enfrentando a los matones del club—. Sube, rápido. —Soy empujada hacia el interior de la camioneta, un par de manos me toman por la espalda y otro par me recibe dentro. Soy acurrucada entre dos hombres enormes. Los disparos cesan y el resto del equipo sube, no me atrevo a mirar atrás y ver el desastre que queda. El vehículo arranca a toda velocidad, no intento preguntar hacia dónde vamos mientras en mi cabeza las palabras de mi madre hacen eco: No subas en autos de extraños, y menos si los vidrios son tintados. —¿Cómo demonios pasó todo esto? —gruñe el de mi izquierda. —Tenemos un topo dentro. —¿Qué? —Lo que escuchaste Jiménez, alguien les entregó toda la información sobre Iván Gómez Rengifo. —Levanto mis ojos para ver a Iván mirar duramente a Jiménez—. Antes de arrastrarme al baño para... —Sus ojos se desvían hacía mí y suaviza su expresión—, me entregaron una carpeta, mi carpeta. —Mierda. —Y más mierda. —¿Y la chica? ¿Qué hacia ella en el baño de hombres? —Lugar y momento equivocado —responde Iván al tiempo que yo lo hago. —Caso de vejigas. —El enorme y fuerte hombre se vuelve hacia mí con una expresión estoica—. ¡Era eso o perder la vejiga! —Como sea —resopla Iván—, ella es un testigo ahora y... un blanco. —Me estremezco y acurruco entre los dos hombres como si fueran a protegerme, Jiménez hace un movimiento con su mano pidiendo que continúe—. Hirió a uno de los hombres de los Mellizos y probablemente su rostro quedó registrado en las cámaras. —Bueno —silba Jiménez—, eso definitivamente no me lo esperaba. Tienes razón, es más mierda para nosotros. —¿Quiénes son ustedes? —pregunto, cayendo en la cuenta de que no sé nada de estos hombres. —Nosotros, cariño, somos tus protectores ahora. —¿Mis protectores? —Sí —responde Iván con una media sonrisa—, ahora tú y yo, estamos llenos de mierda. —¿Me van a llevar a casa? —pregunto, deseando con todo mi corazón llegar a mi hogar y recibir un abrazo de mi madre. —A tu casa es el último lugar al que debes ir ahora. —Me vuelvo hacia Iván y lo fulmino con la mirada. —¿Qué?, ¿por qué? —Porque justo ahora, ya debes tener un precio sobre tu cabeza.
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