Capítulo 1. La Traición
Su mirada estaba fija, incrédula, en la escena que se desplegaba ante ella. Daniel, su prometido, el hombre con el que había planeado una vida juntos, estaba desnudo, sudoroso y entrelazado con Bárbara. Su media hermana.
El mundo pareció detenerse.
Estrella había regresado antes de lo previsto al lujoso penthouse que compartía con Daniel Serrano. Al llegar a la oficina, notó que los documentos importantes que debía presentar no estaban en su portafolio. Pensando que los habría olvidado en casa, decidió volver. Jamás imaginó que esa decisión le rompería el alma.
Abrió la puerta principal con su llave, y apenas cruzó el umbral, fue recibida por una sinfonía de gemidos y jadeos que le heló la sangre.
—Oh, cariño… más… no pares… —la voz femenina era un susurro lascivo, inconfundible.
—Me vuelves loco, nena —gruñó Daniel entre embestidas marcadas, cuyo ritmo se escuchaba con claridad.
Estrella, paralizada frente a la puerta entreabierta, no solo fue testigo de la traición… sino también del veneno de las palabras que salían de la boca del hombre que decía amarla.
—Eres tan jodidamente sexy, Bárbara… —susurró Daniel entre jadeos mientras la embestía con desesperación—. No como tu mojigata hermana. Fría. Insípida. No me provoca nada.
—¿Entonces por qué sigues con ella? —ronroneó Bárbara, envolviéndolo con las piernas.
Daniel soltó una carcajada seca, amarga.
—Por obligación. Mi abuelo insiste en esa maldita unión desde que somos niños. “Buena para los negocios”, dice. Pero si fuera por mí, habría terminado con Estrella hace tiempo. Estoy harto de fingir. Tú sí me haces sentir vivo.
Estrella sintió cómo se le partía el alma. Cada palabra era un latigazo, una traición sobre otra. No solo la había engañado físicamente. La había menospreciado, humillado, usado.
Sus manos temblaban. La vista se le nubló por la rabia y la tristeza. Pero se negó a derrumbarse allí. No. Si iba a arder, ellos también lo harían.
Dio un paso decidido hacia la puerta y la empujó con fuerza. El golpe contra la pared resonó como una explosión.
—¡¿Disfrutando, Daniel?! —gritó, la voz le salió rota, pero firme, cargada de una furia contenida—. Qué espectáculo tan… asqueroso.
Por un instante, no pudo respirar. Su corazón latía tan fuerte que temió que ambos pudieran oírlo. Un nudo amargo se formó en su garganta.
La traición no solo le robó el aliento. Le arrancó un pedazo del alma.
Daniel se giró sobresaltado, el sudor aún perlándole la frente, su respiración agitada. Bárbara se cubrió con las sábanas, fingiendo pudor que nunca tuvo.
—¡Estrella! Yo… esto no es lo que parece —balbuceó Daniel, buscando desesperadamente una excusa que no existía.
—¿No? ¿Entonces qué es? ¿Un ensayo para una obra de teatro? —respondió ella con sarcasmo—. Te vi, Daniel. Vi cómo te venías dentro de mi hermana. ¡De Bárbara! ¿O debería decir la serpiente que crio mi padre por compasión?
—¡No empieces con tus dramas! —espetó Bárbara, levantándose de la cama con descaro, envuelta apenas en la sábana—. No me mires como si fueras tan santa. Siempre tan perfecta, tan dueña de todo… incluso de los hombres. Pero Daniel no es tuyo, Estrella. Nunca lo fue.
—Cállate —masculló Estrella, temblando de rabia—. No tienes idea de lo que significaba él para mí. ¡Eres una traidora! ¡Mi propia sangre!
Daniel se acercó, arrepentido de repente, con las manos alzadas como si eso pudiera detener la tormenta que había desatado.
—Estrella, te juro que fue un error. Estaba confundido… fue un momento de debilidad…
Ella retrocedió un paso, sintiendo náuseas con solo mirarlo.
—No me toques. ¿Debilidad? ¿Durante cuánto tiempo? Porque eso no fue algo que ocurrió por primera vez hoy. ¿Cuántas veces, Daniel? ¿Cuántas veces me mentiste, dormiste a mi lado después de haberte revolcado con ella?
El silencio que siguió fue la confirmación que no necesitaba.
Estrella respiró hondo. El dolor palpitaba dentro de ella, pero no dejaría que la destruyeran. No frente a ellos.
—No quiero volver a verte. Ni a ti —miró con desprecio a Bárbara— ni a ti —le espetó a Daniel—. Se acabó.
Dio media vuelta, digna y rota, mientras las lágrimas caían sin permiso. Pero ni una sola vez miró hacia atrás.