—Sin embargo, no podemos quedarnos sentados en el suelo. Está muy frío y podrías enfermar. ¿Vamos al sofá? —dijo Olivia con dulzura. El niño asintió de inmediato. Su actitud obediente contrastaba totalmente con la vehemencia que había mostrado antes. Olivia sonrió con satisfacción mientras lo ayudaba a subir al sofá y se sentaba junto a él. Decidió ignorar el desorden que había en el suelo por el momento y comenzó a contarle algunos chistes. Al parecer, al pequeño le encantaban las bromas: su rostro se iluminaba y no paraba de reír. A pesar de eso, seguía sin decir palabra alguna. Al verlo de mejor humor, Olivia le preguntó con suavidad: —¿Puedes decirme por qué estabas tan triste? ¿Es porque nadie juega contigo? Al mencionar el tema, fue como si hubiese tocado un punto sensible. El

