—Señorita —el asistente reaccionó de inmediato. Al recordar su caída sobre el señor Campbell, habló con frialdad—: Dijo que tenía prisa, pero supongo que sólo quiere coquetear con el presidente.
¿Coquetear? Olivia seguía aturdida. El hombre que estaba a su lado bajó ligeramente la cabeza y la miró de reojo.
Había tenido muchas mujeres a su alrededor durante todos esos años. De hecho, muchas se devanaban los sesos por acercarse a él. Pero desde lo ocurrido hace cinco años, no había podido desarrollar ningún interés real hacia ninguna. La única mujer con la que había tenido contacto íntimo era la de aquella noche… la madre de su hijo. Pensando en la actitud descarada de la mujer que tenía delante, parecía que buscaba acercarse a él a propósito. La frialdad y el desdén se reflejaron lentamente en su mirada. Por un instante, estuvo a punto de dejarse engañar.
Olivia se sintió molesta de inmediato.
—Dije que tenía prisa. ¿Por qué me miras así? —En el fondo, se sentía agradecida por la ayuda que había recibido.
—Logan —el hombre la ignoró por completo y se dirigió con frialdad a su asistente—. Pulsa el botón del nivel.
Logan Reynolds obedeció y presionó el botón correspondiente. Cuando la puerta del ascensor se abrió, le indicó a Olivia que saliera.
—Por favor, abandone el ascensor. Y la próxima vez, señorita, no use ese truco.
—Oh, vamos, de verdad que no... —Olivia intentó defenderse, pero la actitud implacable del asistente la obligó a callar. Apretó los dientes y le lanzó una mirada furiosa a Edward antes de salir. Murmuró con desdén:
—¿Quién se cree que es? ¿Por qué tendría que coquetear con él? Patético...
Su voz aún era audible. Logan palideció de inmediato, y el miedo se reflejó en su rostro. ¿Acaso la aspirante estaba buscando problemas? La aura dominante y despiadada del hombre que estaba junto a él lo hizo estremecerse. No se atrevía siquiera a mirarlo.
—¡Llamaré al guardia de seguridad para que se encargue de esto! —dijo con voz temblorosa.
—Olvídalo —ordenó Edward. Cuando la puerta del ascensor se cerró, su mirada volvió a la normalidad. Las palabras de aquella mujer aún resonaban en su mente, y, de forma inexplicable, sintió un ligero interés por ella. Entrecerró los ojos. Su voz, más profunda y fría que antes, rompió el silencio:
—Llama a Joshua y dile que asistiré a la entrevista de las diez de la mañana.
—Sí, señor Campbell.
Mientras tanto, Olivia había llegado a la sala de recepción. Al ver lo abarrotado del lugar, una presión inesperada cayó sobre sus hombros. El número de aspirantes era mucho mayor de lo que imaginaba. Tomó una posición al azar y se quedó allí. Unas cuantas mujeres a su lado conversaban con entusiasmo.
—Oye, ¿sabías que el Ceo vendrá personalmente a la entrevista de hoy?
—¿En serio? He oído que tiene un hijo, pero no una esposa... Y que es guapísimo. ¿Será que busca encontrarle una madre?
—¡Podría ser! Aunque también escuché que tiene algunos problemas... Si no, ¿por qué no se ha casado oficialmente en tanto tiempo? Tiene muchos escándalos, ¿será que lo abandonaron?
Tras una ronda de chismes, las mujeres siguieron suspirando por el presidente. No les importaba convertirse en madrastras con tal de casarse con una familia rica.
Al ver cómo competían por el corazón del presidente, Olivia no pudo evitar poner los ojos en blanco y soltar una risa sarcástica. Por lo general, un presidente con hijos debía tener ya más de treinta años y seguramente una barriga cervecera. ¿Y ahora querían hacer creer que buscaba madre para su hijo entre las candidatas? Para ella, claramente sólo buscaba una amante.
Desde el subconsciente, comenzó a desarrollar cierta antipatía hacia su futuro jefe.
—¡Olivia Jones!
—¡Aquí! —respondió rápidamente. Al escuchar su nombre, se abrió paso entre la multitud, respiró hondo y empujó la puerta.
Dentro había cinco entrevistadores sentados con formalidad en el centro del escenario. El que estaba a la derecha hablaba en voz baja con otro hombre, mostrándole una evidente deferencia.
Olivia se quedó boquiabierta al reconocer al hombre del ascensor. Su respiración se detuvo y el pánico se apoderó de ella al ver cómo todos lo rodeaban con un comportamiento halagador. Aquel tipo parecía tener una posición más alta que cualquier otra persona en la sala. ¿Gerente? ¿Director? ¿O tal vez...? Recordó que el asistente lo llamó… Sus ojos se agrandaron.
Edward pareció notarla. Alzó la mirada, la observó fijamente por un instante y luego la bajó con indiferencia, como si no la hubiese visto antes. Habló con frialdad:
—¿Así que te graduaste en la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania?
—Yo… todavía no he recibido mi certificado universitario —respondió Olivia, recuperando al fin la voz. Había colocado ese dato en el formulario de solicitud con la esperanza de obtener una oportunidad. Necesitaba desesperadamente el trabajo.
El entrevistador se mostró sorprendido.
—¿Eso significa que la información que proporcionó es falsa?
Inmediatamente se giró hacia Edward y se disculpó apresurado:
—Lo siento, señor presidente, nuestro proceso de revisión...
Edward levantó una mano para que se callara. Luego miró con frialdad a la mujer frente al escenario.
—¿Quiere decir que vino a solicitar un puesto basándose únicamente en su experiencia previa en el Hotel Mileder de Alemania? —Su voz se volvió más fría con cada palabra—. ¿Leíste siquiera los requisitos del puesto?
Sin disimular su desdén, le arrojó las hojas de información. Ya había visto a través de sus mentiras.
—¡Fuera!
Con el rostro sombrío, Olivia recogió los papeles. Estaba a punto de marcharse cuando la voz helada del hombre volvió a resonar a sus espaldas:
—No vuelvas a usar un truco tan inútil. Ninguna empresa quiere a alguien que falsifica su información.
Olivia se detuvo en seco, indignada. ¡Ese hombre era arrogante y santurrón! Se dio la vuelta bruscamente y lanzó las hojas sobre la mesa con un golpe seco. El ruido sobresaltó a todos los presentes. Los entrevistadores se quedaron boquiabiertos. ¿Alguien se atrevía a desafiar al Sr. Campbell? ¿Estaba loca?
Edward levantó la vista, impasible.
—¿Pasa algo?
—Ya que crees que sólo los títulos académicos prueban la capacidad de una persona, hagamos una apuesta —Olivia sonrió con descaro, mirándolo con abierta provocación—. ¿Te atreves a aceptarla?
Kevin Jackman, que casi se había dormido durante la aburrida jornada de entrevistas, se incorporó de golpe, alerta. No podía creer lo que veía. Era la primera vez que alguien se atrevía a retar a Edward... y con semejante actitud.
—¿Qué quieres apostar, bonita dama? —preguntó con asombro.
Edward le lanzó una mirada fría a Kevin y luego volvió a centrarse en Olivia, con expresión severa.
Ella respiró hondo, sus ojos firmes, sin vacilar.
—Trabajaré en el hotel del Grupo ST durante tres meses, y garantizo que el beneficio mensual aumentará más del treinta por ciento. Si lo logro, quiero que me contraten formalmente, que tripliquen mi salario y... —hizo una pausa— que me pidas disculpas.
Hubo un murmullo de sorpresa entre los presentes. Todos sabían que, durante su año en el Hotel Mileder, los beneficios apenas habían superado el diez por ciento. ¿Cómo podía prometer algo tan arriesgado?
Edward cerró su carpeta y la arrojó a un lado con desgano. Se puso de pie, apoyó ambas manos sobre la mesa y se inclinó ligeramente hacia adelante.
—¿Y si no lo consigues?
La sonrisa de Olivia se amplió. No dudó un segundo.
—Si no lo logro, trabajaré gratis para el Grupo ST durante tres años y obedeceré todas tus órdenes. ¿Qué te parece? ¿Aceptas?
—¡Por supuesto! —exclamó Kevin, divertido—. ¡Si no aceptas, Edward, quedarás como un cobarde!
Se quedó en silencio cuando el CEO le clavó una mirada helada.
—Vuelve y espera la notificación del trabajo —dijo Edward en voz baja. Luego se levantó y descendió del escenario. Al pasar junto a Olivia, se detuvo. Su mirada se posó brevemente en su perfil, en la línea de su barbilla y su nariz. Notó un leve aroma a perfume, no muy fuerte, pero agradable. Interesante. Mucho más que cualquiera de esas mujeres de afuera.
—En cuanto a la apuesta... la acepto —declaró antes de girarse y marcharse.