MEMORIAS AUSENTES
Miré mi mano izquierda, más específicamente, el reluciente anillo dorado en mi dedo anular. La sortija era brillante, simple, solo un círculo adornando mi mano. Pero, extrañamente, el solo verla me aceleraba el corazón; ese era mi anillo de matrimonio.
Sonreí ampliamente y levanté la mano a la luz de la lampara, a fin de que el oro destellara en mi dedo.
—¿Estás feliz? —susurró en mi oído, abrazándome por detrás.
Colocó la palma de la mano justo en mi bajo vientre y, a pesar de traer puesto un vaporoso vestido de novia muy cómodo y sencillo, mi respiración se aceleró. Con las mejillas algo rojas, coloqué una mano sobre la suya.
Luego me volví hasta quedar de frente a mi esposo, mi perfecto esposo. Él me sonrió y yo me puse todavía más colorada.
—Te amo, Lizzy. Gracias por casarte conmigo.
Dado que estaba descalza, tuve que ponerme de puntillas y apoyarme en sus hombros para intentar alcanzar su boca. Al verme en dificultades, me tomó de la cintura con un brazo y me cargó. Riéndome, anclé mis piernas en sus caderas. Me abracé a él por completo.
—Mi señor...
Con nuestras miradas al mismo nivel, delineé sus labios con un dedo, acaricié su mandíbula, me sumergí en el abrasivo color de su sombría mirada.
—Nunca fui tan feliz —suspiré acercando mis labios a los suyos—. No me arrepiento de nada, de absolutamente nada.
En lugar de responder, él colocó una palma en mi espalda baja y me atrajo cariñosamente hacía sí, hasta unir nuestros cuerpos por completo. Y por primera vez, nos besamos al mismo ritmo, a la par, persiguiendo la misma intensidad.
Cuando, entre risas y besos, caí en la cama sobre él, no me avergoncé en absoluto. Es más, le sostuve la mirada mientras me subía la falda del blanco vestido y me deshacía del corpiño.
Apenas quedé semidesnuda, me incliné sobre él y apoyé ambas manos a cada lado de su cabeza. Nos miramos a los ojos, yo midiendo mis deseos, y él apenas conteniéndolos.
—Lo amo, mi señor.
Soltó un ronco gemido al sentirme tan cerca.
—Lizzy, yo también te amo...
Con una tentadora sonrisa, rocé mis pezones contra su piel, logrando que se tensará y soltará un forzado suspiro.
—Entonces hágame suya —susurré en tono bajo e intenso.
No espero un segundo más, me tomó por las caderas y comenzó a besarme con verdadera hambre. Su cuerpo pronto empezó a moverse contra el mío.
Hice una mueca y gemí contra su boca. Todo eso se sentía irreal. Era cómo un sueño, los sonidos eran más nítidos de lo normal, y los colores de la habitación eran muy brillantes y coloridos. Sentía cada toque y caricia, cada aliento y el calor de su piel, pero mi felicidad era tanta que temí estar soñando.
—Lizzy, te amo con locura —jadeó llevando una mano a mi rostro y la otra a mi cintura.
... te amo con locura...
Mi última respiración antes de despertar es profunda y nostálgica. Mis parpados pesados se abren con esfuerzo, como si fuese la primera vez. Y el sueño que acabo de tener, comienza a desaparecer de mi mente rápidamente, se desvanece.
Suelto un suspiro, y noto cómo una pequeña lágrima cálida rueda por mí mejilla. ¿Qué es esa sensación de nostalgia y soledad? ¿Por qué me es tan familiar?
Al principio, mi visión es borrosa y difusa, pero conforme parpadeo, poco a poco todo se vuelve cada vez más nítido. Sobre mi cabeza, hay un techo blanco y luces pálidas, enceguecedoras.
Con una mueca de dolor me llevo ambas manos a la cabeza y me sorprende notar que estoy vendada. Pero más me sorprende ver la intravenosa conectada a mi mano derecha y la bolsa de suero colgada a un costado de la amplia cama. Hay también un sofisticado monitor que mide mis signos vitales.
—¿Sabes cuál es tu nombre? —pregunta de pronto una voz masculina y grave, sobresaltándome.
A pesar del fuerte dolor, giro la cabeza rápidamente hacia la puerta. Estoy a punto de gritar. Recostado contra el marco con actitud despreocupada, hay un hombre joven.
Trago saliva con fuerza, sintiéndome repentinamente nerviosa. Él es apuesto, alto y de complexión delgada, con la apariencia de un corredor. Su cabello tiene un suave castaño claro, que combina con su piel blanca y sus profundos ojos...
—¿Puedes recordar tu nombre? —insiste, arqueando una ceja.
Ante su extraña petición, mi ceño se hace más profundo. Aunque, aun así, trato de pensar en mi nombre, pero para mi sorpresa, no viene nada a mi mente. Todo en mí se encuentra en blanco, no soy capaz de recordar nada en absoluto.
Solo soy capaz de recordar un trozo del sueño que acabo de tener, dónde alguien que ya no puedo recordar me llamaba...
—Creo... que soy Lizzy... —suspiro haciendo una mueca contrariada. De repente noto que me duele la cabeza de una manera insoportable, tanto como para que se me llenen los ojos de lágrimas—. Lizzy es... mi nombre.
Él arquea una ceja.
—¿Lizzy? ¿Diminutivo de Lizbeth, Lilibeth, Lissete, Eliza, Isabel... Elizabeth?
Solo muevo la cabeza, abrumada por esa cantidad de nombres.
—Supongo que, por ahora, eso bastara —dice él acercándose despreocupadamente.
Hasta ese punto noto que el color de su mirada es distinto; un ojo es de un suave marrón claro y el otro de un azul muy cercano al gris. ¿Heterocromía?
—¿Cómo te sientes?
Al verme mirarlo con alarma, tuerce los labios en una sonrisa aliviada y algo divertida.
—Supongo que te sientes desorientada y confundida. Es normal.
¿Qué hago yo aquí? ¿Quién es él? Mas importante, ¿por qué no puedo recordar nada de mi vida, nada en absoluto?
—Tranquila, el medico dijo que tu memoria volverá con el tiempo —me dice, cómo sí adivinara lo que estoy pensando—. Solo es una secuela temporal del coma al que te indujeron por el traumatismo craneocefálico que sufriste.
Sin dejar de mirarlo con recelo, aprieto las manos en puños sobre mi estómago. Entonces noto algo extraño. Con cuidado alzo la mano izquierda, y lo que veo en ella me roba el aliento.
En mi dedo anular, hay un brillante anillo de compromiso con una gema rosa incrustada; y, por encima de él, un anillo de matrimonio de oro blanco, con un grabado de dos iniciales en cursiva E y S.
—Evelyn y Sebastián —explica él deteniéndose a pocos pasos de la cama—. Son nuestras iniciales.
Bajo la mano rápidamente y vuelvo a mirarlo, totalmente conmocionada. Me siento débil, cómo si hubiese vuelto de la muerte, pero sobretodo, asustada, muy asustada. No soy capaz de recordar nada, ni siquiera mi nombre verdadero.
Y estos costosos anillos, solo me dicen que yo y ese guapo hombre frente a mí somos...
Temblando, trago saliva de nuevo, tengo reseca la garganta.
—¿Tú eres...? —ni siquiera puedo completar la oración. No puede ser, es imposible que él sea mi...
Él no dice nada por un momento, se limita a sostenerme la mirada. No luce angustiado o preocupado por mí; solo se ve algo intrigado, cómo si yo fuese una interesante rareza. Y eso logra que empiece a recelar de él, de su relación conmigo.
Intento mantener la calma.
—Cuando desperté, ¿por qué quisiste que te dijera mi nombre?
Él suspira ligeramente y, con una actitud desenfadada mira al techo, balanceándose sobre los talones.
—Bueno, eso es simple. Necesito saber cómo te llamas.
Su fácil respuesta me hace mirarlo con extrañeza. Nerviosa, jugueteo con los anillos en mi dedo.
—¿Necesitas saber... mi nombre? —inquiero despacio, con voz suave y recelosa—. Tú ya lo sabías, no soy Lizzy cómo te dije, sino Evelyn...
—No es así —me corta en seco, volviendo a mirarme. Su expresión ahora es firme y tranquila, demasiado para que me guste—. Yo te puse Evelyn cuando me casé contigo. Yo te bauticé con ese nombre.
Y toda la seguridad y compostura que he ganado durante toda esta conversación, evapora en cuanto escucho esas palabras. Aprieto las manos en puños sobre mi estomago para evitar que tiemblen, y temo de él más que nunca.
¿Quién es este hombre realmente?
—¿Qué... quieres decir?
No me contesta de inmediato, primero se acerca a la cama y se sienta al borde. Yo trato de ocultarle mi inquietud lo mejor posible.
—Lo que quiero decir, es que me casé contigo sin saber nada de ti —explica a la ligera, como si no fuese gran cosa—. No sé de dónde vienes o quién eres. Sé de ti tanto como tú, solo tu nombre, sí es que lo es, Lizzy.
Siento mi alma desplomarse a mis pies. Y, al mismo tiempo, notó como mis emociones se reflejan en mi expresión. Sí él no sabe quién soy yo, ¿cómo es que se ha casado conmigo?
Y de nuevo, él parece tener la habilidad de leerme la mente, porque me mira con algo de diversión y curiosidad, a la vez que añade:
—Todo lo que sé de ti, es que tienes 19 años, tú me lo dijiste en el hospital, y un lindo nombre de 5 letras. Pero, aun así, me casé contigo hace 4 semanas.
¿Hospital? ¿Matrimonio? El pánico me llena y siento mis ojos humedecerse, al tiempo que el labio inferior empieza a temblarme. Quiero alejarme de él, aunque ahora mismo soy incapaz de moverme. Acabo de salir de un coma inducido, ¿y me descubro casada?
—Lizzy, yo estoy tan ansioso por saber quién eres y de dónde saliste, que mientras permanecías en un profundo coma, te he puesto un nuevo nombre y un anillo de matrimonio.
Lágrimas de angustia comienzan a rodar por mis mejillas a la vez que mi pecho se estremece por el pánico que acelera mi ritmo cardiaco. Estoy aterrada.
—¿Qué ..?—musito con voz aguda y trato de incorporarme.
No obstante, mis acciones hacen que él acerque cuidadosamente una mano a mi rostro y yo que me paralice. Entrecierro los ojos y reprimo un escalofrío, asustada de sus intenciones. Pero me sorprende cuando solo ajusta la venda en mi cabeza para que no me cubra los ojos.
—Lizzy, no me malinterpretes, no me molesta este matrimonio, eres una chica atractiva y me intriga la vida de casado, pero me hubiese gustado conocer a mi esposa antes de poner un anillo en su dedo.
Con mucho tiento limpia la humedad en mis ojos. Su mirada de dos colores no es precisamente amable, pero tampoco cruel. Es enigmática.
—¿A qué... te refieres? —pregunto, temiendo lo que dirá.
Sebastián se levanta de la cama y se acerca a la bolsa de suero. La inspecciona con cuidado; sus manos son grandes, de dedos delgados y largos, con las venas y tendones marcados en la clara piel.
—Me he estado preparando para esta conversación desde que mi medico te revisó —comenta con naturalidad, arrodillándose al lado de la cama, frente al buro.
De un cajón saca una bolsa de suero nueva.
—Dijo que posiblemente despertarías sin siquiera recordar tu nombre, y que sería algo normal, dado tu delicado estado de salud.
Con cuidado y profesionalismo cambia el suero, también el delgado tubo trasparente que me conecta a él; incluso me cambia la aguja de la intravenosa y revisa el pulso. Luego vuelve a sentarse a mi lado, aunque no tan cerca, y yo se lo agradezco por dentro.
Me cuesta creer que este apuesto hombre sea mi marido, ¿cómo ha ocurrido algo así? ¿Cómo es que no puedo recordarlo?
—Por favor, te lo ruego, ¡sí sabes algo, dímelo...!
Él exhala profundo, y por primera vez, se muestra serio.
—¿Quién eres, Lizzy? Eso me he preguntado desde hace 4 semanas, cuando te encontré sangrando en esa casa.
Inhalo con fuerza. ¿Cuatro semanas? ¿Encontrarme sangrando?
—Da la casualidad de que acudí a una cena de negocios lejos de aquí, pero cuando llegué a la reunión que tendría con mi cliente en su casa... —hace una pausa para exhalar y aleja la mirada hacia la bolsa de suero—Bueno, te encontré en su jardín, tirada sobre un charco de sangre, con una bala en el costado y una profunda herida en la cabeza.
Todo en mi se vuelve hielo, no soy capaz de expresar nada. Estoy atónita ante esa realidad que describe.
—No eras la única herida en ese lugar, había un gran enfrentamiento a tu alrededor. Soldados del ejército y miembros de la mafia llenaban el lugar de disparos, balas y cadáveres.
Hace una pausa para sacar algo más de la cómoda, se trata de una bolsa negra. La pone sobre la cama, muy cerca de mí. Con mucho esfuerzo y dolor me incorporo. Con precaución tomo la bolsa, comienzo a abrirla.
—¿Qué hacías en medio de un enfrentamiento como ese? —pregunta para sí, sonando intrigado—. Era un campo de batalla, pero tú estabas allí, vistiendo demasiado provocativa y misteriosa...
Dentro de la bolsa descubro un delicado y muy corto vestido de lentejuelas dorado, con una espalda y un escote demasiado reveladores; junto unos tacones exuberantemente altos, de una marca que se ve muy costosa. Y lo que más me sorprende: un glamuroso antifaz de mariposa tipo carnaval, junto a un collar de diamantes rojos y un anillo con una piedra de rubí.
—¿Qué hacía allí alguien cómo tú, una chica de 19 años, entre cadáveres y tiroteos?
Trago con fuerza, mirando esa ropa y temblando por dentro. Todas las prendas y joyas juntas, sin duda resultan en un atuendo que nadie decente usaría a la luz del día.
¿Quién solía ser yo semanas atrás? ¿Por qué estaba en un lugar tan peligroso, vistiendo como una... prostituta?