Por lo que vagamente escuché, resulta que la pálida chica traía consigo, casualmente, una película que todos querían ver. Yo estaba concentrada en el Feo; era diferente a los demás. Su corteza solo tapaba su cara, era más, una máscara de madera que solo cubría el frente, lo que permitía ver su cabello castaño. Aunque eso sí, usaba la acostumbrada tela café, como capa que le tapaba desde el cuello hasta los pies. Era evidente que seguía a la pálida chica; en ningún momento se apartó de ella.
De alguna forma, los jefes de grupo convencieron a la profesora de ver la película que la clase quería. Apagaron las luces y la película comenzó. Observaba minuciosamente al Feo, flotaba detrás de la chica y no se movía. Me confundió; no podía entender a ese ente. Tal vez se trataba de una especie nueva. De hecho, se veía más versátil. Pienso que su corteza se rompió y solo logró rescatar ese pedazo. Aunque la máscara estaba tallada, tenía un par de agujeros para los ojos.
El Feo se inclinó hacia adelante, bajando su cabeza hasta donde estaba sentada su aparente víctima, tal vez para drenar felicidad, aunque parecía más bien que le murmuraba algo al oído. Enseguida volvió a su postura y se agitó, como un minúsculo escalofrió. De repente, la pálida chica comenzó a reír. Al principio fue solo una risilla, pero pronto se convirtió en un tremendo alboroto, riendo a carcajadas, golpeando el pupitre con su mano y el suelo con los pies. Todos la voltearon a ver, mientras seguía riendo, y el Feo, con mayor moderación, se unió a sus carcajadas.
Todos en el salón solo volteaban a verla, miraban a la chica con rareza, en la película no había nada gracioso, la profesora se levantó pero enseguida se sentó y empezó a reír, lo mismo paso con los jefes de grupo.
Su risa me fue contagiosa y también empecé a reír, a pesar de haberme estado conteniendo. Fue una risa con la boca cerrada que ya no pude aguantarme. Estaba segura de que nadie me podía haber escuchado debido al alboroto. Me calmé mentalmente y revisé al Feo. Este había dejado de carcajear, se mantenía en el mismo lugar solo que concentró su mirada en mí.
Cabe mencionar que mi boca y mis ojos solo son simples costuras, es decir, no son funcionales. Siempre permanezco con la misma mueca, una mirada hacia el frente con una boba sonrisa de muñeca de trapo.
Para estar segura de no resaltar ni llamar más la atención, me quedé completamente quieta, aun así, el Feo me siguió observando. Cada vez se acercaba hacia mí, flotando tan lentamente, eso me irritaba. Ya tenía suficiente de eso por las noches con los Luxes y ahora debía aguantarlo en el día, durante la película, mi única forma de distracción de una vida tan aburrida. El Feo se acercó tanto hacia mí que estaba delante mío a escasos 3 centímetros; en verdad, me daban ganas de levantar la mano y darle una bofetada.
—Estás muerta —una voz femenina proveniente del Feo habló de repente. Por el tono, supuse que se trataba de una adolecente—. Deja este mundo y descansa en paz.
Ahí lo entendí; ella se refería a mí. La verdad, el hecho de que pudiera hablar me dejó perpleja. No le contesté; quería seguir mi fachada hasta ver a dónde llegaba la situación. Además, no podía hablar sin llamar la atención del alumnado.
—Eres peligrosa —continuó hablando—. Estás llena de energía espiritual —siguió la errante entidad. Era como si en verdad estuviera preocupada por mi persona. Con base en su aseveración, era claro que conocía del tema; además, parecía ser un espíritu consciente. Los fantasmas usualmente son muy torpes; no piensan, no tienen capacidad de recordar o analizar, solo los mueven sus asuntos sin terminar, para los luxes, o su instinto de conservación, característica de los fobos. Un espíritu consciente siempre es un producto de evolución, aunque su mera existencia es, podría decirse, inaudita. Uno, solo uno de cada dos millones de espíritus, puede llegar a ser super espíritu.
—No eres una muñeca —me decía el feo—. No sé a quién tratas de engañar. —No dije nada, me mantuve quieta. —Tal vez no está consciente de su energía y sea solo un torpe fantasma llorón —se decía para sí misma de forma condescendiente, como si en verdad pensara que yo no tenía cerebro. Su comentario me irritó. —Sí, el pobre idiota se metió en esta cosa y ni siquiera sabe salir —se burlaba—. Vaya, qué asco de muñeca, pudiste poseer un mejor objeto. No esta muñeca con una mueca tonta.
Esas palabras me llegaron, así que, en un movimiento rápido, arrojé mi machete directo a la cara de esa chocante máscara de madera. Ella lo esquivó, llegando el machete hasta el frente de la clase, chocando contra la tele para proyectar y cayendo al piso, llamando la atención del expectante alumnado y la profesora.
—¿Quién aventó eso? —preguntó la profesora, y le puso pausa a la película. Todos se alborotaron, preguntando sobre el culpable, observando, obviamente, a los chicos al final del salón, de donde creyeron que salió el proyectil. Rápidamente, el Feo, quien al esquivar mi machete mantuvo la vista fija en mi pequeña arma, me miró. Yo volví a mi posición sin que ella lo notara. Sin nada más que decir, se acercó hasta su pálida compañera.
La profesora levantó mi machete, lo miró un momento y terminó por echarlo a la basura. Ella no le vio valor a mi arma, no me importó mucho. Pensé en recogerla cuando el salón estuviera vacío. La película continuó a pesar de que se empezaron a escuchar muchos murmullos sobre el probable "Arroja-mini machetes de madera" del salón. Era claro que nadie sabía que esa pieza era mía o, más bien, ni siquiera sabían sobre mi existencia.
Desde ese momento hasta que la película terminó, pude ver cómo el feo hablaba con la pálida chica. Era más que claro que la chica no lo escuchaba, pues no respondía ni se inmutaba. Durante la película, ella siguió atenta a la trama, riendo cuando debía hacerlo y sorprendiéndose cuando era preciso. Aun así, no lograba entender por qué el feo seguía hablando con ella.
La película terminó y, con mucho orden, todos se fueron retirando, dejando a seis personas para hacer un ligero aseo en el salón: acomodando pupitres, abriendo ventanas, apagando el proyector. De entre estas personas se quedaron la pálida chica y su escabrosa colega. Ella se dedicó a barrer, y mientras tanto, el feo aprovechó la oportunidad para acercarse a mí.
—¿Quién carajos eres? — cuestionó el feo. —Esa espada estaba tan cargada de energía espiritual que pudiste matarme… bueno, por así decirlo.
Seguí sin responder, y ella tenía razón: lancé un potente ataque. Mi arma es capaz de cortar desde objetos físicos hasta espirituales si le aplico la suficiente energía.
—Pero— siguió parloteando —esa energía, la del machetito de juguete, no regresó a ti, se disipó. No eres capaz de recuperar la energía perdida y eso es muy bueno— era muy lista, pudo leer muy bien mi ataque y descubrió mi debilidad —tal vez no es necesario que te vayas después de todo. Con el tiempo, entre más energía uses, terminarás desapareciendo.
La desdichada al fin se alejó de mí, saliendo del salón y apartándose de la pálida chica, quien siguió barriendo.
Todos terminaron de limpiar y acomodar el salón, donde al fin me dejaron sola. Intenté bajar del anaquel y justo en ese momento entró la conserje. Yo ya estaba con un pie en el anaquel de abajo. Pensé que me iba a descubrir y me mantuve lo más quieta que pude. Por suerte, la señora estaba inmersa en un buen cumbión que la mantuvo distraída. Ni siquiera un salón lleno de personas la habría desconcentrado de la pegajosa música y rítmica melodía.
—“…Fuiste mi vida, fuiste mi pasión, tararara ra tara rara… ¡Pero te fuiste!…” — cantaba la señora a todo pulmón, algo desafinada. Eso me dio pie a soltarme, y al hacerlo choqué contra el piso. No dolió para nada, es lo bueno de ser de trapo. Me arrastré y me escondí detrás del librero, donde descansé. Siendo una muñeca, no podría ir muy lejos; lo máximo que me puedo mover es como a veinticinco pasos por hora. Esa sería la desventaja de ser una muñeca de trapo. Desde mi posición no me era sencillo mirar los movimientos de la conserje. A pesar de ello, distinguí cómo recogía el bote de la basura para sacarla fuera.
Pensé que era una buena idea transformarme, sí, volver a ser una humana. Solo que hacer eso me quitaría demasiada energía que no recuperaría. Mantenerme como humana me quitaría más energía, y volver a ser una muñeca me dejaría sin nada. Es por eso que soy este estúpido trozo de trapo. Si me quedo sin energía, terminaría como los demás espíritus luxes, vagando sin rumbo fijo. Así que, aunque esa espada era una parte muy importante para mí, puedo vivir sin ella. Es decir, sigo existiendo y soy consciente. No necesito ese pedazo de madera; solo es parte de mi conjunto y es una pequeña, ínfima parte de mí.
Me sorprendí a mí misma pude tomar la decisión rápidamente, más vale seguir con vida que con espada…
Me quedé en el rincón, un poco a la vista para que, cuando la conserje me viera, me levantara y me pusiera en mi lugar, escuché los pasos y me quedé muy quieta, (el vaquero estaría orgulloso), de repente fui levantada y, enseguida, fui metida en una bolsa negra. El ruido y la confusión me abrumaron, no supe que fue lo que paso, ¿Porque me metería la conserje a una bolsa de plástico?
Lo más probable es que ella me considero basura. No me gustaba la situación entre la oscuridad y el bamboleo dentro de la bolsa, solo podía pensar en una sola cosa, una persona más bien, la única persona que siempre está en mi mente desde que lo conocí, un amigo muy especial para mí, aquel que le dio significado a mi vida y que igualmente ocasiono mi muerte. Siempre en mis momentos más alegres o en los más tristes, con compañía o soledad, es lo único en quien pienso, el vendría y me volverá a salvar una vez más. “Vamos” pensé “No dependas de él para todo” intentaba darme ánimos para no volver a llorar. Si, lloré alguna vez, supérenlo.
Sopese la situación y a pesar de todo no era tan malo, de todas formas, cuando la bolsa fuera botada a la basura, podría abrirme paso de entre los escombros y… y luego, aunque saliera de la basura, seguiría perdida, ¿De qué serviría volver a ese estante de aquel librero? ¿Y si pasan años para que me encuentren?
A quien intentaba engañar, ese era mi destino, terminar entre porquería, olvidada. Jamás debí haber salido del Mictlan, Carmen tenía razón, Carmen me ofreció un lugar con ella atendiendo a Mictlantecuhtli, las dos, juntas por la eternidad, tal vez no era una gran forma para pasar la infinitud, pero ella parecía feliz, siempre expresando una sonrisa.
Será mejor que me explique un poco más, Carmen es el alma de una chica española que murió hace muchos años atrás.
Por azares del destino termine frente al temible dios de la muerte después de mi descenso, Mictlantecuhtli era, lo que se podía llamar, un desgraciado, solo me vio un segundo y me impuso un castigo, mi aparente delito fue el de solo existir. El que debería tener un castigo por su existencia debió haber sido él, su pútrido aspecto era un reverendo insulto a la vista, su colosal cuerpo, como de casi 5 metros de altura, flaco, flaco, flaco, podían asomarse los huesos de su espina a través de su corroído estómago, apenas cubría su figura con pieles putrefactas humanas. Colgaba cráneos, con poca piel, atravesados de costados por un mecate y amarrados en su cintura, usados como cinturón y otro como collar.