Una amiga

2199 Palabras
Y por todos los cielos, su cara, sin piel en la mitad de su rostro, se podía ver el cráneo de su frente; no tenía nariz. En sus cavidades oculares contenían una clase de puntos de luz azul que se movían cuando observaba algo o a alguien, eran el reemplazo de sus ojos. Sus dientes estaban hechos de obsidiana, muy filosos. Observé cómo de vez en cuando tomaba un alma para arrebatarle la mitad de su ser de un mordisco y tragarlos. Mictlantecuhtli me prohibió seguir con mi “camino”, el destino que las almas deben experimentar en el momento que pisamos el Mictlán. Debía quedarme ahí, en el Mictlán, y servirle por toda la eternidad como una sirvienta; debía atender todos sus caprichos, el de él y el de su señora. No era la única en esa situación; había otros. Entre ellos, conocí a Carmen, una de las pocas almas que hablaba español y con la que podía comunicarme. Era una niña y siempre tenía una sonrisa cuando hablaba con ella. Me contó las veces que fue comida por el dios de la muerte, solo por gusto o placer: la mandaba a llamar y él, de un mordisco, le quitaba la mitad de su entidad. Y de mitades, le ha arrebatado sus recuerdos, pasiones, sueños, sin dejarla seguir su camino. “Pero él lo prometió: mi tortura terminará cuando alcance la otra mitad”, me dijo, y casi podía ver el brillo de sus ojos. ¿Qué no lo veía? Pobre alma de Zenón, ella se quedará ahí eternamente. Sin importar nada más, nos hicimos amigas. Era muy amigable conmigo; fue lo único bueno en un mundo hecho de pesadillas. Y finalmente logré despertarme. Vinieron a buscarme, entre ellos Quetzalcóatl y mi amigo. Carmen y yo nos despedimos; el dios de la muerte no le permitió venir conmigo, y ella solo lo aceptó. Se dejó ir con la oscuridad del Mictlán; no luchó, ni siquiera replicó, solo aceptó su destino. Sin embargo, si ella no hubiese sido tan derrotista, tal vez todo pudo haber salido de otra manera. Recordar a la pobre Carmen y su nefasto espíritu me hizo darme cuenta de que yo me comportaba como ella y, siendo sincera, esa no era mi forma de ser. De hecho, siempre me ha gustado pensar que soy más afín al vigor heroico de mi amigo, un chico que fue a los confines del Mictlán para ir por mí, pelear contra Mictlantecuhtli y sacarme, solo por el simple hecho de que era lo justo (él lo dejó muy claro). Me menearon dentro de la bolsa negra de un lado a otro. Enseguida, la bolsa dejó de moverse, cayendo al piso, y escuché el murmullo adolescente, un indicio de que no era buena idea salir. Ya tenía un plan: cuando estuviese sola, probablemente a la hora de la salida, yo abriría la bolsa, buscaría mi espada y esperaría a la fea creída para cazarla y obligarla a no seguir persiguiendo a los pobres púberes. El tiempo siguió, y por fin la campanada de salida sonó. Cuando el lugar se silenció, empecé a mover la bolsa un poco, solo para estar segura de que nadie estaba. Si una bolsa de basura se mueve, las personas se asustan; suelen creer que hay algo: ratas, cucarachas o lagartijas. Al no escuchar nada ni a nadie, proseguí con mi escape, lo cual me fue casi imposible. El plástico no cedía, y las inútiles telas que usaba como brazos no tenían fuerza. Intenté usar mi escudo, solo que me fue difícil alcanzarlo. ¿Quién fue el tarado que diseñó el titinetl de esta forma? Es decir, manos pequeñas y débiles con un escudo en la espalda. (Tarado). Titinetl es el nombre del cuerpo artificial que uso. Tengo entendido que fue creado a partir de un ADN modificado más mi ADN, el mismo ADN que quedó esparcido por todos los árboles, una fuente, bancas y el piso del parque donde explotó mi cuerpo. El titinetl es muy hábil, ágil y fuerte, mejor que mi antiguo cuerpo. Además, tiene la habilidad de convertirse en arma y, bueno, un muñeco de trapo. Esa forma, siendo un muñeco de trapo, se es muy vulnerable, por lo que nos dieron una única arma para defendernos. No hablo del escudo ni de mi perdido machete; el ataque se llama “Alfiletero” y es tal como suena: el cuerpo del muñeco de trapo se llena de agujas. Es para dañar a los enemigos que te sujeten o simplemente para que no te toquen. Esa fue la respuesta para salir de la bolsa. Usé el Alfiletero e hice unos pequeños agujeros, lo que facilitó mi salida. Fui muy cuidadosa; me asomé un poco para mirar el exterior. Me encontraba dentro de un salón, encima del escritorio. Extraño lugar para tirar la basura. Me arrastré hacia afuera, mirando siempre hacia la ventana, esperando también que nadie entrase por la puerta. Una vez fuera, frente a mí cayó desde arriba mi espada. —Creí que te haría falta— habló una chica. Estaba detrás de mí. Intenté voltear, pero la chica caminó justo delante mío. Era la muchacha pálida y venía acompañada del feo. —Soy Fernanda, y ella es Maribel— se presentó. Yo guardé silencio. Me moví un poco para tomar mi espada y volví a mi posición, sentada. —Vamos, es claro que te puedes mover y sabes razonar; Maribel ya lo comprobó— continué sin responder ni hacerle caso. —¿Cómo te llamas? ¿Tienes un nombre? —Por supuesto que tiene un nombre— habló el feo—, pero lo más probable es que sea tan tonta que lo olvidó— intentaba provocarme, de nuevo. —No es tan raro que un espíritu olvide cosas— dijo Fernanda. Se mostró algo compasiva. —Tú olvidas el tiempo— la chica parecía burlarse del feo. —Si ella no es capaz de recordar su nombre, ¿Qué tal si por lo mientras la llamamos “Adelita”? —Brillante— habló el feo. —¿Cuánto te costó pensar en ese ingenioso nombre?— Eso me hizo gracia. —No empieces— reprochó Fernanda, poniendo los ojos en blanco. —Y bien, ¿te gusta el nombre?— se dirigió a mí. Yo seguí sin decir palabra. —Bien, Adelita será— la chica parecía estar llena de optimismo, tanto que no le importó si yo le daba una respuesta o no. Enseguida, alguien abrió la puerta: era una chica de cabello n***o. —El autobús ya se fue. ¿Qué es lo que estás haciendo?— preguntó la chica parada en el marco de la puerta. No parecía muy feliz. —No te pedí que me esperaras— contestó Fernanda, menos motivada. —Cuando dijiste que tenías algo muy importante que hacer, no creí que sería estar a solas en el salón— dijo tajantemente. Era claro que, a diferencia de Fernanda, no era capaz de ver a los espíritus. —¿Qué es eso?— preguntó cuando vio mi triste figura. —Una… ¿Adelita?— Fernanda dijo mientras me observaba. El feo se rio. —¿Te la regalaron? —No, en realidad yo solo…— la chica empezó a bajar la voz hasta tal punto que ni siquiera pude escucharla. —No murmures, no te estoy regañando— de alguna forma, todo lo que la chica decía parecía un regaño, a pesar de que no parecía estar molesta. Enseguida se acercó al escritorio y me agarró. Me miró minuciosamente, notando mi desarreglado aspecto. —De seguro la encontraste en la basura— dedujo eso al ver la bolsa negra en el escritorio. —Está harapienta y mugrosa; ni para prender la leña sirve— eso me colmó, y usé Alfiletero. Me soltó y tiró al suelo después de gritar. —¡Esa porquería tiene agujas clavadas! —No fue su intención— me excusó Fernanda. —Claro que no, es una vil muñeca— la chica chupó sus dos dedos que lastimé. —En serio, debemos irnos. Fernanda tomó su mochila, que se encontraba debajo del escritorio, mientras su amiga se adelantaba. —Aún tengo cosas que hablar contigo— me declaró Fernanda a susurros cuando se agachó a recogerme. —¿No hay problema si te cargó?— preguntó antes de tocarme. —Bueno, solo no me pinches con tus agujas. Yo no tenía la intención de usar Alfiletero; solo la dejé levantarme y esperé que me metiera entre sus útiles dentro de su mochila o de regreso a la bolsa. En vez de eso, ella me abrazó, me sostuvo entre su pecho con sus dos brazos y no me soltó. Fue como si sostuviera un preciado tesoro. Solo veía el exterior desde las ventanas del salón. No había salido nunca ni conocía la escuela, ya que fui traída dentro del bolso de la profesora. A decir verdad, en un principio sí tenía curiosidad; sin embargo, fue opacada por mi aprensiva necesidad de “vivir”. Caminamos por los largos y vacíos pasillos; enseguida llegamos al patio y pasamos a un lado del salón, mi “hogar”, reconociendo las mugrosas cortinas carmesí. Pronto salimos de la escuela, pasando por el portal de un enorme zaguán n***o. Las chicas siguieron caminando, excepto Maribel, que salió de mi vista, flotaba detrás, ya que aún escuchaba reproches sobre mi existencia y el por qué no debería ir con ellas. Se detuvieron y esperaron unos minutos hasta que llegó una camioneta negra justo frente a nosotras. El conductor, un hombre algo robusto con cabello bien cortado y traje, salió para enseguida abrir la puerta de la camioneta. Sostuvo la mochila de la amiga de Fernanda, esperó a que las dos subieran y cerró la puerta. —A la casa de la madre de Fernanda— indicó al chofer. —El licenciado de la Rose pidió explícitamente que debía llevarla de regreso a su casa— dijo el chofer y empezó a conducir. —Ángela, tengo visita con mamá— le informó Fernanda. —Ya sé, tranquila— susurró. —De acuerdo, pero no puedo llevar a mi amiga a la casa; no tengo permiso. Por favor, dejémosla en la casa de su mamá. Fernanda me abrazó más fuerte; sentía que me faltaba el aire (un reflejo, ya que no lo requiero como muñeca). —Está bien— contestó el chofer, y seguimos en el camino. No fue un viaje tan largo; solo fueron unos 10 minutos. Se estacionó frente a una puerta roja metálica de una casa pintada de un azul rey, muy deteriorada. Esta vez, el chofer no bajó a abrir la puerta; era claro que el tipo trataba a Fernanda de forma diferente. La pálida chica no parecía querer bajar. —Bueno, abre la puerta— le propuso Ángela. Para ese momento, yo agradecía no tener ojos, pues me los imaginaba ya en el suelo por el semejante apretón que Fernanda me daba. Era claro que tenía miedo; respiraba agitadamente y podía sentir su acelerado pulso. Con una mano temblorosa, abrió la puerta y bajamos de la camioneta. Caminó un paso por la banqueta. Nos pusimos frente a la puerta de la casa, y Fernanda tocó el timbre. Casi inmediatamente la puerta se abrió, recibimos un empujón y entramos de sopetón. Ángela nos había empujado para que ella también pudiera entrar. Rápidamente cerró la puerta y esperó atrancándola. Se oyó un timbrazo: era el chofer. —¡SEÑORITA! ¡ÁNGELA!— gritaba desde fuera. —¡POR FAVOR! ¡DEBEMOS IRNOS! ¡SU PADRE NOS ESPERA! —Pues ve y dile a mi padre que me perdiste y vuélvete parte de la fila de los muchos desempleados, o solo cállate y espérame afuera— respondió Ángela. Enseguida no hubo más bullicio. Ella dejó de atrancar la puerta y se arregló un poco el uniforme. —Oh, Frida, cariño— vociferó y abrió sus brazos. Hasta ese momento me di cuenta de la presencia de una chica muy parecida a Fernanda, aunque más alta y morena. Estaba parada a nuestro lado. Ángela no perdió tiempo y se acercó. —Ven acá, ¿cuánto tiempo? Besito, besito— saludó a Frida abrazándola. —¿Dónde está tu madre?— Ángela soltó a Frida después de darle el abrazo y un beso en la mejilla. Caminó derecho hacia una habitación. Enseguida, Frida saludó a Fernanda. —¿Y esa muñeca?— preguntó Frida y se llevó la mano a la frente. —Ahora te gustan las muñecas— la chica parecía molesta. Se alejó de nosotras, tomando la misma dirección por donde se fue Ángela, dejándonos solas. —Maldita bruja— vociferó Maribel. Tampoco la había notado; pensé que se había quedado en la escuela, ya que los fantasmas no se suben a los carros, solo los atraviesan. —Esa “Adelita” te va a ocasionar problemas con tu familia. Métela a tu morral para que no la vean. —No— contestó tajantemente. —Va a sentir feo— lo dijo como si en verdad se preocupara por mí.
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