7. El Juego...

1556 Palabras
Capítulo 7. El juego continúa. Sol no aguantaba más, esta vez la dosis se había excedido, o era la necesidad que había surgido de estar con ese hombre que la tenía asi. El tono imperturbable y tranquilo de Enzo la enfurecía, la excitaba, al alteraba mucho más. Le molestaba que tuviera razón, nunca podía darse el lujo de demostrar debilidad, pero sentía que esta vez podía hacer una excepción. Estaba cansada de lidiar con los peligros, y también estar alerta de sus propios hermanos, pero esta vez ellos se excedieron, sin embargo, algo le decía que no era a ella a quien querían, era a él, a Enzo Parodi. Y ella por asi decirlo era la carnada. -- ¿Te han drogado antes? – le preguntó Enzo de repente. Parecía estar molesto. Sol lo miró con dureza, no era un tema de conversación, al menos no en su estado, ella necesita otra cosa y no era precisamente hablar. -- No es tu maldito problema – le respondió mientras piñizcaba sus brazos y se clavaba las uñas en ellos. Enzo sonrió, con esa maldita arrogancia que la comenzaba a sacar de quicio y, al mismo tiempo, la hacía querer arrancarle la ropa y montarse sobre él. -- Si te soy sincero, todo lo que tenga que ver contigo se vuelve mi problema en este momento – le dice y señala su auto. Sol sintió que su estómago se revolvía, pero esta vez no por la droga, sino por pensar en lo que sus “hermanos” habían intentado hacerle. El auto derrapó en la grava cuando Enzo giró bruscamente hacia un camino secundario en la carretera, ella había vivido toda su vida en la ciudad, pero no conocía aquel camino, y menos tenía idea de hacia dónde conducía. Podrían ser aquellos lugares prohibidos donde alguna vez la encerraron de pequeña, aquellos donde debió demostrar su lealtad como una Valetta, la misma prueba de lealtad por la que pasaron sus hermanos, o al menos eso le habían dicho a ella, si supiera que eso no es verdad. La adrenalina del momento, sumada al efecto que iba aumentando de la droga la hicieron aferrarse al asiento, sabía que debía comenzar a botar esa adrenalina de alguna manera sino quería sucumbir ante el pecado, ya le había exigido, casi suplicado que se detuviera sin obtener resultados, su cuerpo dentro de poco comenzaría a convulsionar, conocía muy bien los efectos si no hacia algo pronto. -- ¿Qué demonios estás haciendo? – preguntó demasiado alterada, su mente ya no razonaba con claridad, la princesa de papá, la heredera de los Valetta había desaparecido en ese momento, ahora solo quedaba una mujer apasionada, dispuesta a todo por conseguir su antídoto, a todo menos a volver a suplicarle algo a Enzo Parodi. -- Voy a ayudarte a sacar esa basura de tu sistema – le dijo él. -- ¡Te dije que estoy bien! – susurró para luego morder su lengua por quinta o sexta vez. Pero Enzo no respondió. Solo detuvo el auto en un descampado oscuro, donde solo el brillo de la luna iluminaba la tierra polvorienta. Apagó el motor y luego la miró fijamente. -- Bájate – le ordenó. -- ¿Qué dices? – -- ¡Qué te bajes!, ¿eres sorda? – -- ¿Perdón? – -- Te está matando por dentro. No te das cuenta de que mientras más la tengas ahí, es peor. No vas a superarlo sentada en este auto, a no ser que quieras tomarme como antídoto – -- ¡Eso nunca, maldito idiota! – exclamó ella, eso no estaba en discusión. Ya le había pasado antes, solo debía aguantar, ella era fuerte y lo había demostrado antes. El problema era que no sabía cuanto le habían puesto esta vez y mucho menos de que nuevo producto se trataba. Sol le sostuvo la mirada. Quería gritarle, decirle que se fuera al infierno, que la dejara en paz. Pero su piel ardía, su cuerpo estaba sobrecargado de energía y su mente iba a mil por hora, su corazón comenzaba a bombear la sangre con rapidez aumentando los latidos rápidamente. Sol sabía muy bien lo que venía y Enzo también. Sin decir nada, salió del auto y sintió el aire fresco golpear sobre su rostro. Enzo se apoyó en la puerta del vehículo y sacó un cigarro. -- Vamos golpéame – le dijo y ella frunció el ceño. -- ¿Qué? – se asombro Sol. Enzo la empujó con una mano, ella no lo entendía, solo frunció el ceño enfurecida. -- Sácalo todo te he dicho, solo asi te liberaras – Sol se quedó inmóvil. Luego, un destello peligroso cruzó en su mirada. No había pensado en aquella solución, pero él tenía razón. Enzo Parodi tenía la maldita razón. -- ¿Estás seguro de lo que dices, Parodi? – le preguntó antes de actuar, Sol había recibido entrenamiento especial, podía enfrentar a un hombre como su igual, y sí él pensaba que por ser mujer era débil estaba equivocado. Enzo sonrió con diversión, comprendió la batalla interna que luchaba la princesita de papá, pero sabía que era eso, o aceptarlo a él. Asi que extendió los brazos en posición de ataque y la retó. -- Demuéstrame lo que la princesita de Alexander Valetta puede hacer – le dice de manera burlona, retadora. Sol no necesitaba más provocación, ella se lanzó contra él de una, pero Enzo estaba preparado. Sol no fue la única que recibió un entrenamiento especial, Enzo se había preparado por años para enfrentar a los Valetta, para acabar con cado uno de ellos, incluida esa hija de Alexander Valetta a quien no conocía y de quien había oído hablar. Él esquivó su primer golpe con facilidad, pero Sol no era una novata. Ella se giró con rapidez y lo atacó con una patada baja que casi lo hace perder el equilibrio. -- Mucho mejor – murmuró él. Debía cansarla lo más que pudiera. Hacer que elimine toda la toxina de su cuerpo antes de que terminase consumida por ella, aunque en el fondo le hubiera gustado ser su antídoto, era más rápido y efectivo. Ya que este combate les llevaría toda la noche al paso que iban. Sol continuó con sus ataques, descargando toda la rabia acumulada en cada movimiento, todo el rencor que tenía guardado para esos hermanos a quienes no quería amar, pero que lamentablemente adoraba. Enzo la esquivaba, la bloqueaba, la retaba con cada movimiento, con cada gesto. El aire entre ellos se volvió sofocante. Cada vez que sus cuerpos chocaban, se sentía una corriente eléctrica les recorrería la piel. Finalmente, Enzo atrapó sus muñecas y la empujó contra el auto. Sol respiraba agitadamente, su pecho subía y bajaba con cada bocanada de aire. -- ¿Mejor? – le preguntó él, con la voz ronca. Pero Sol no respondió. Solo lo miró, con los ojos brillantes por la adrenalina. Y sin pensarlo, tomó su rostro entre sus manos y lo besó. Fue un choque violento, intenso, como dos tormentas colisionando. Enzo gruñó contra sus labios y la atrapó entre sus brazos. Sol no sabía si era la droga que aún quedaba en su sistema o simplemente el efecto de ese hombre sobre ella, pero por primera vez en toda la noche, sintió que su cuerpo dejaba de temblar. Sin embargo, en el fondo de su mente, una advertencia se encendió. Esto no podía acabar bien. Pero, en ese momento, nada le importó. Sol se aferro a los brazos de Enzo, a sus besos y a su cuerpo. Tembló sobre él, salvaje, llena de deseo y placer. Su vestido terminó hecho un desastre, ya lo estaba luego de luchar, pero ahora era un estorbo para ella, y de un tirón lo destrozó, Enzo vio como cayó sobre la tierra y sin pensarlo la levantó del suelo. Nunca supo en qué momento sus pantalones cayeron también, pero en el momento que la hizo suya sintió que le pertenecía por completo. Fue un momento feroz, lleno de adrenalina, de pasión, pero también de rabia. Ambos hicieron lo que quisieron con sus cuerpos, liberando una nueva batalla entre ellos dos, una que los llevo al clímax más elevado que jamás habían experimentado. El cuerpo de Sol seguía temblando, pero no por las drogas, esta vez eran espasmos de placer, los líquidos de ambos se mezclaban una y otra vez en la noche, gemidos de placer ahogados… Sol hizo lo que quiso hasta que su cuerpo dejó de temblar, hizo lo que necesitó para menguar su deseo… Varias horas después. El motor rugió cuando Enzo Parodi tomó la carretera de regreso. El cielo comenzaba a teñirse de tonos naranjas y rosados, anunciando la llegada del amanecer, pero a él no le importaba. Aún podía sentir la presión de los dedos de Sol en su piel, el calor de su cuerpo contra el suyo, la manera en que se aferró a él cuando el deseo los consumió en medio de ese descampado, ese lugar que solo él conocía muy bien. Enzo no podía desaparecer la sonrisa de satisfacción de sus labios. -- "Demonios, Valetta" – susurró para él, Sol lo había sorprendido demasiado, nunca esperó que las cosas avanzaran tanto con ella, en realidad si lo había deseado, pero no cuando supo quién era en realidad Sol.
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