Capítulo 4

1068 Palabras
Nos movilizamos entre los sauces. Ocultos en los troncos, nos agachamos. Miré la pistola. ¿Cuándo fue la última vez que disparé? Fue en el campo de tiro de la academia. Clara estaba allí, junto a Verónica. Jonast miraba sin disimulo el culo de Verónica. Ella no se daba cuenta, pero yo sí. Apunté a las dianas que estaban en el centro de las siluetas de madera. Tiros en el blanco, balas en el órganos vitales del ser humano. Debíamos disparar a matar y no herir. El objetivo era acabar con cualquier enemigo en el campo de batalla. —James —susurró Jonast. Presté atención a su mirada cautelosa—: El arma contiene balas anti-magia, son efectivas para acabar con las escuadras de magos que encontremos. Neutraliza la frecuencia de tu energía. —Si lo hago, Clara sentirá que habré muerto —mascullé. —No es momento para sentimentalismos. Vamos, hombre, sé valiente. Yo hago idioteces, pero tú has demostrado tener mejor carácter que yo. En esta situación me sorprende que seas pusilánime —riñó Jonast. Volví a mirar la pistola. ¿Enserio quería combatir? Primera vez que cuestionaba la moral inculcada por la academia. De todas formas, neutralicé mi energía. —El enemigo sabrá que estamos aquí… —Tú avanza por el este, no te cubre por el noroeste. Una avanzada lineal de tu parte, permitirá que obtenga un mayor campo de visión. Iré en diagonal, siguiendo tus pasos. —Buena idea. —Guiñó un ojo—. Saldremos de esta. Estamos en territorio enemigo. Seguro ya saben nuestra posición. Los Rafale siguen en el cielo. Ten cuidado, James, porque las escuadras de mago también neutralizan su energía. De modo que ellos son indetectables para nosotros. En los ejercicios militares, veíamos actuar las escuadras de magos. Eran grupos de cuatro magos: agua, tierra, fuego y aire. Sin embargo, Bianca es conocido por tener magos elementales de nacimiento. Los magos de nuestras escuadras podían aprender cualquier tipo de elemento sin perder fuerza en la ejecución de los conjuros o gastar más energía de lo normal. A hurtadillas, avancé en diagonal. Nos detuvimos en seco cuando escuchamos cuatro disparos en el flanco izquierdo. Me oculté en un seto. Jonast buscó cobertura detrás de un sauce. El otoño era la estación preferida de muchos, pero en el sigilo no jugaba a favor. El crujido de las hojas era nuestra sentencia, dado a ello debíamos ir despacio. Se dispersó el eco de los disparos, esperamos cinco minutos mentales. «Vamos», leí en los labios de Jonast. Me separé de Jonast. Nuestra distancia era entre treinta a cuarenta metros. Aguardé que continuara hacia delante. Barrí la zona con la mirada, comprobé que no había nadie. Al frente, vimos el destello de una bomba, pero la distancia era considerable. Escuchamos la detonación. Jonast se echó al suelo. Avancé hasta reducir los metros. Entre veinte a veinticinco metros sentía que lo podía cubrir mejor. Una lechuza voló encima de nosotros, su vuelo sigiloso me cautivó, es como si no existiera para ella misma la corriente de aire. Ver una lechuza volar es como ver un mago flotar: algo insólito. «Continuemos», leí en los labios de Jonast. Agradecí tener la mejor vista de la academia, porque de noche no puedes ver bien tu entorno. Mi vista ha sido bendecida por un gato. Más adelante había un poste de electricidad. Creíamos que había una calle, pero realmente era las vías férreas de tren. El campo, de izquierda a derecha, estaba al descubierto. Jonast me miró con preocupación, pero no pasaba nada, porque habían algunas casas de aquí y allá que nos podían servir de cobertura. Me oculté detrás de una caja con olor a rata. La lona que lo cubría estaba totalmente sucia. Observé las estrellas. Entré en consciencia que el ruido anómalo del cielo, era producto de los Rafale que nos habían derribado. «Hijos de perra», pensé. El ladrido de un perro nos alteró, pues se escuchó demasiado cerca. Posicionamos las pistolas a la altura del hombro, nos miramos por unos segundos. Jonast temía que nos fueran a descubrir, pero el perro era un animal salvaje que había salido de un seto. Respiramos tranquilos; sin embargo, el animal nos podía hacer daño. De pronto recordé que en los bosques de Urman, habitan criaturas desconocidas para los biólogos. El corazón se me aceleró cuando evoqué la clase de geografía y el profesor nos advirtió que era recomendable evitar adentrarse en el bosque de Urman. «Con la tecnología que poseemos, es imposible investigar, de manera segura, el interior del bosque. Muchos abandonan la tarea de adentrarse allí. Lo recomendable es salir cuanto antes. Por supuesto, si estás en combate, no queda de otra que enfrentar a los engendros del bosque», explicó. «El aeropuerto militar de Urman, está ubicado a kilómetros del bosque. Sería un tiro de suerte que las fuerzas enemigas pudieran atravesar el bosque». Tomé una piedra y se la lancé a Jonast. Él respingó y me hizo una seña con las cejas. «¿Qué ocurre?», traducí su seña. «Clase geografía. Advertencia, ¿recuerdas?», dije las palabras claves moviendo los labios. «No, no recuer… ¡Mierda!», sus ojos se abrieron. «Bosque, peligroso, cierto, pero, no preocuparse. Yo contacto con la rebelión». Asentí. El asunto era que la rebelión estaba mejor armada para combatir criaturas, nosotros a duras penas contabamos con pistolas 9mm. Las balas antimagia funcionan contra magos, pero las criaturas, así sean mágicas, se defienden de otra manera. Un mago neutralizado, a menos que sea combatir, es inservible. En la academia nos enseñaros a disparar, protegernos en el combate cuerpo a cuerpo y asesinar en sigilo. A pesar que poseemos magia, no somos totalmente inmune. Un bala antimagia en el cuerpo, significa cortar el flujo de energía. Por tanto, los conjuros serían inútiles. Además, la herida y el desangrado termina por acabar con el mago. Un enfrentamiento directo con una criatura, era revelar nuestra posición. Desconocíamos que había más allá del bosque. Jonast recibió guía, pero ¿esa guía era confiable? La rebelión de Urman no tomó en cuenta los peligros del bosque. Asimismo las fuerzas de Calvior también se encontraba en serios problemas. La toma del bosque no era dominada por ambos bandos, sino por la naturaleza. «¿Cómo llegaremos ilesos al aeropuerto? Moriremos antes de llegar», pensé. Rogar era la única salida a mi desesperación en el territorio enemigo.
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