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1727 Palabras
Huir y dejar su hogar era un verdadero dolor para Loraine. Empacar sus cosas bajo la mirada de su madre era como un puñal directo al corazón, pero su fortaleza y el instinto de proteger a los suyos la llevaban a mentirle. Cuando finalmente estuvo lista, Loraine llevó su equipaje a Rose para guardarlo en el auto. Luego miró a Marian, quien la observaba con lágrimas en los ojos. La joven se acercó y la abrazó con todas sus fuerzas, mientras su madre lo hacía de manera melancólica, sin querer soltarla. —Te vamos a extrañar, Lora —dijo su madre con nostalgia—. Eres toda una mujer que va a perseguir sus sueños. Para mí, siempre serás esa pequeña niña que correteaba por la casa en busca de aventuras y anhelos. El corazón de Loraine se encogió al escuchar esas palabras, mientras sonreía con tristeza y besaba las manos de su madre. Miró los ojos marrones de Marian, recordando que sacaba sus fuerzas por ellas. —Te amo, mamá. Gracias por estar siempre allí para mí —dijo Loraine, con la voz rota por lo que estaba a punto de hacer—. Te agradezco por apoyarme y alentarme en mis sueños. —Siempre contarás conmigo, mi niña —respondió Marian, besando la frente de su hija—. Ahora dirígete hacia allí con la frente en alto y con fuerza —la miró con dulzura, y Loraine asintió con una sonrisa—. Ve, o se te hará tarde. Loraine asintió, con mil lágrimas en el rostro, y abrazó a su madre una vez más. No sabía con exactitud cuándo volvería, pero esperaba que fuera pronto. Recordaría cada detalle cuando regresara a verlas de nuevo. Después de ese melancólico momento, la joven sonrió a su madre antes de dirigirse hacia el auto, aunque su corazón estaba dividido y sentía un profundo dolor en el pecho. Subió al vehículo, se despidió de su madre con la mano y lanzó un beso al aire, momento en el que Marian lo atrapó y lo guardó en su corazón. Rose observó a Loraine mientras buscaba consuelo al encender el auto y comenzar el camino hacia la casa de Safira. La joven miró por última vez a su progenitora, saludándola con la mano y sonriendo. Una vez que ya no pudo verla, Loraine se rompió a llorar, dejando que todo su dolor fluyera en aquel automóvil. Quería gritar y golpear todo lo que encontrara a su paso, pero sabía que debía controlarse para proteger a sus seres queridos y evitar que su expareja los lastimara. —Sabes que estás haciendo lo correcto —le dijo Rose al entregarle un pañuelo—. Es duro, pero se nota que eres una mujer fuerte y lo superarás. —Gracias, porque realmente es un golpe muy duro —respondió Loraine con tristeza, mientras observaba la ciudad que la vio crecer—. Pero si no lo hago, arrastraré a todos a que les suceda algo por mi culpa. Me recuperaré y siempre lucharé por ellos. —Así se habla. Y lo que estás pasando, en el futuro solo será un pasado que podrás borrar cuando lo superes —dijo Rose, sonriendo para reconfortar a la morena. Loraine asintió, melancólica, y miró hacia el camino que llevaba a la casa de su amiga. Dejar su ciudad era como dejar una parte de su corazón atrás. Suspiró, cerró los ojos y dejó que la última lágrima cayera por su rostro, liberando así esa tristeza y dando paso a la fortaleza que su familia le había transmitido. Abrió los ojos de golpe al sentir el sonido de la música y la bocina del auto, que indicaba el cambio del semáforo. Continuó conduciendo, con el corazón conmovido al recordar la despedida con su familia y amigos. Observaba las calles de Uraberg, pero nada se comparaba a su querida Cyville. Su infancia allí era única e incomparable, pero ahora, en su nuevo hogar, sentía una sensación de frialdad y vacío, probablemente debido a las circunstancias que la llevaron a mudarse. Huyó de su expareja para evitar que la lastimara a ella o a su familia, y ahora su mirada se transformaba en ira, así que se concentró en el camino hacia su trabajo. La música de fondo la ayudaba a pensar y a sentirse diferente. La letra de la canción fluía por sus labios a todo pulmón, permitiéndole experimentar una libertad que solo la música podía proporcionarle, lo cual calmaba su interior. Pasaron los minutos y finalmente llegó a su trabajo. Estacionó su auto, acomodó su cartera en su hombro y activó la alarma del vehículo antes de comenzar a caminar hacia el edificio de la empresa. Al entrar, saludó a la recepcionista y siguió su camino hacia el ascensor. Antes de presionar el botón del piso al que se dirigía, una voz masculina interrumpió su momento. —Espere —dijo el hombre mientras Loraine sostenía la puerta de metal antes de que se cerrara. El joven suspiró al entrar al ascensor y, tras ello, Loraine presionó el botón del último piso mientras dirigía una mirada al chico, quien intentaba recuperar el aliento. —¿A qué piso vas? —preguntó de manera educada y amable. —Al último piso —respondió él, aún con la respiración agitada. —Vamos al mismo entonces —dijo Loraine con amabilidad. El ascensor comenzó a moverse, reinando un silencio en el ambiente. Loraine miraba su celular, hasta que la voz del joven a su lado rompió el silencio. —Por cierto, gracias por detener el ascensor —dijo, viéndola. Eso provocó un leve nerviosismo en Loraine. Una extraña sensación se instaló en su cuerpo. No era miedo lo que sentía, sino todo lo contrario. Era una atracción que jamás había experimentado con otra persona. Loraine lo miró detenidamente, tratando de disimular. Notó su trabajado cuerpo, unos fuertes brazos que hacían que la camisa que llevaba pareciera estar a punto de rasgarse. Bajó la mirada y mordió su labio inferior, coqueteando con esos pensamientos tan atrevidos. Luego se calmó y respondió al agradecimiento del chico. —No hay de qué —dijo Loraine con amabilidad—. Mi nombre es Loraine Grayson —extendió su mano. —Un gusto, Loraine. Mi nombre es Alexander Breidston —respondió él, mientras se daban la mano. Una corriente recorrió su cuerpo cuando la mano de Alexander tocó la suya; ambos fijaron sus ojos el uno en el otro, lo que hizo que Loraine sonriera y él le devolviera el gesto. —Igualmente, Alexander —dijo Loraine sonriendo amablemente—. No te he visto por aquí antes, ¿eres nuevo? —intentaba mantener la charla amena. —En realidad, no trabajo aquí —respondió Alexander, mirando a Loraine detenidamente. —¿Cómo? —dijo la joven sorprendida—. Entonces deberías irte, no puedes estar aquí porque es privado —lo miró con confusión. —Sí, lo sé, pero tengo permiso o más bien, estoy autorizado para estar aquí —dijo Alexander mirándola—. Tengo que cuidar a la jefa de edición. Loraine lo miró con sorpresa, ya que ella era la jefa de edición, pero su gran pregunta era por qué debía custodiarla. —¿A mí? —dijo Loraine confundida—. Isabella no me dijo nada de que vendrías. —Sí, lo sé. Ella iba a hablar contigo hoy —dijo, observándola—, pero me adelanté porque me gusta cumplir con mi trabajo a tiempo. —Hablaré con ella, porque aún no entiendo sus motivos —dijo, viéndolo con confusión—. Sé que es tu trabajo y lo respeto, pero necesito hablar con ella para aclarar mis dudas. —Entiendo perfectamente, señorita Grayson —respondió Alexander asintiendo. Sus ojos se encontraron nuevamente, absorbiendo el alma y los pensamientos del otro. Estaban tan perdidos en sí mismos que no sintieron el sonido del ascensor al llegar a su piso. Las puertas se abrieron, sacándolos de su trance. Loraine miró nerviosamente a Alexander y luego al escritorio de su secretaria, que la observaba con curiosidad. Tomó aire para salir del ascensor, y Alexander la siguió, ambos nerviosos por lo que acababa de suceder. Cuando Loraine se disponía a dirigirse a su oficina para calmarse, la voz de Nadira detuvo su paso. —Señorita Grayson —dijo Nadira con sencillez y timidez. —¿Qué sucede, Nadira? —preguntó Loraine, mirando a la chica con tranquilidad. —La señorita Frankfort se encuentra en su oficina —informó la joven, mientras Loraine echaba una mirada a Alexander, quien contemplaba los cuadros del lugar. —Muy bien, la atenderé. ¿Podrías traernos unos cafés?, por favor —pidió Loraine amablemente. —Claro, enseguida, señorita Grayson —respondió la joven pelirroja, alejándose y dejando a ambos jóvenes solos. Alexander vio de reojo a la pelirroja irse y se concentró en Loraine. La joven parecía nerviosa, pero no por miedo a que él le hiciera algo, sino por la fuerte sensación que le producía su presencia. Loraine lo miró, y ninguno de los dos pudo apartar la mirada del otro hasta que la joven recordó a su amiga. —Isabella está esperándome, seguramente para hablar de tu presencia aquí —dijo Loraine, mirándolo—. Si quieres, ¿puedes relajarte mientras hablo con ella o prefieres entrar? —Lo que usted me diga está bien, señorita Grayson —respondió Alexander mirándola. Loraine sonrió amablemente y asintió. —Ve y relájate mientras hablo con Isabella —le recomendó sonriéndole—. Luego te llamaré. Él asintió y se retiró, mientras los ojos de Loraine lo recorrían con cautela. Primero se fijó en su espalda fornida y ancha, sus fuertes brazos la atraían hacia él. Alexander era un hombre corpulento, con una excelente condición física y unos ojos hipnotizantes que hacían que Loraine no dejara de mirarlo detenidamente. La joven tenía miles de pensamientos cruzándose por su mente, pero los desechó rápidamente, ya que aún no estaba preparada para una relación debido a su expareja y a lo mal que lo había pasado a su lado. Las inseguridades que Lion le había causado persistían en su mente. Loraine respiró profundamente antes de dirigirse a su oficina, donde su amiga Isabella la esperaba. También le preguntaría cómo iba su caso y por qué Alexander era ahora su guardaespaldas.
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