La limusina era aún más grande de lo que parecía por dentro y Bruno estaba totalmente anonadado observando cada detalle .
—¿Estás bien?— pregunté.
—¿Cómo has pagado esto?— dijo mientras seguía analizando el interior del vehículo.
—Es de mi padre.—traté de quitarle importancia. Noté que esperaba más información.—Verás, yo intentaba encontrar el momento perfecto para contarte esto...pero no ha llegado, por eso te lo cuento ahora .—él asintió— Mi padre tiene una cadena de tiendas de ropa muy popular con bastantes beneficios.
—¿Sois ricos?—preguntó cortando mi charla.
—Puedes decirlo así, pero no delante de mi padre.— me aterraba lo que pudiese pasar.
—No te dejaré en evidencia, sé comportarme.— asentí agradecida.—¿Si eres una pija qué hacías por mi barrio?
—Digamos que mi padre no es como los otros ricos, él de joven era un chico normal y decidió que es algo que yo también debía vivir, por eso me mandó a vivir a ese lugar.— puse los ojos en blanco.
—Primero, no está tan mal.—tenía razón.—Segundo ¿no se te ocurrió mencionarlo antes?—dijo intentando disimular lo indignado que estaba.
—Ya ya, la charla de la sinceridad, no está bien que te mienta.—admití.—Pero en realidad no llegué a mentirte, solo hay cosas que no mencioné, yo los llamo detalles omitidos.
—Eso para mí es mentir.—retiró la vista a la ventanilla.Sentí su decepción como un manotazo en la cara.
—¿Qué pretendías ? ¿Que le contase a mi nuevo vecino con pinta de pertenecer a una banda, que soy rica y solo estoy probando a vivir con la gente normal?—según salían las palabras de mi boca me daba cuenta de que la estaba cagando más con cada una de ellas.
Hubo un largo e inquietante silencio, al final decidí que no tenía razón, puse mi mano sobre la suya y él se volvió hacia mí.
—Lo siento. Tengo claro que puedo confiar en ti , no dudaré más ¿crees que podrás perdonarme?— esperaba que no fuese muy rencoroso.
—Lo difícil sería no hacerlo.— una sonrisa surcó sus labios carnosos.
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Bajamos del coche y cogí su mano suavemente, más bien era una caricia a larga duración.
—Señores.— dijo una señora que se inclinó con una reverencia y supuse que sería una doncella o algo por el estilo.
—¡Sara!—gritó Ana con entusiasmo y corriendo a abrazarla fuertemente.
—No me trate así ante los invitados por favor.— La apartó molesta y avergonzada sin embargo, Ana seguía sonriendo como si ya esperase esa reacción.
—Hola, soy Bruno.—dije y coloqué el brazo sobre los hombros de Ana.
—Buenos días, señor, ¿me permite su abrigo?—extendió un brazo donde yo coloqué mi chaqueta al igual que Ana, y Sara se retiró.—No puedo creer que tengas...¿servicio?¿Los llamáis así o...?
—¡No tenemos criados imbécil! ¡Esa es mi hermana!—me tuve que tragar mis palabras.
—¿Y el chófer?— definitivamente no podía ser familia, no se parecían ni en el blanco de los ojos.
—Bueno... Ramón el chófer y María la cocinera.—parecía avergonzada.— Pero no los tenemos esclavizados, cobran bien y no se pasan el día aquí metidos.
Bueno, no eran tan asquerosos como me los imaginaba, por lo menos no había un mayordomo que limpiase mis pisadas.
Seguí a Ana hasta un inmenso comedor. Las paredes y el suelo eran de mármol blanco, a la izquierda había una televisión de pantalla plana con dos sillones de terciopelo n***o en frente, a la derecha un conjunto de mesa y cuatro sillas negras, que ya estaban preparadas para comer en ellas.
Me fijé en uno de los cuadros, era un oso panda con sombra de ojos rosa tocando una guitarra eléctrica en la típica clase de cualquier colegio, el cuadro chocaba con el resto de la decoración elegante y refinada.
—Lo hice yo.— dijo Ana al verme mirándolo.
—¿Por qué no lo firmaste?— ya llevaba un rato fijándome para encontrarla.
—Porque no me importa si al mundo le parece bien o mal, solo quiero mostrar mi manera de ver las cosas sin que las juzguen por ser yo quien las piensa. Un tipo corriente puede pensar lo mismo pero nadie le escuchará, sin embargo si yo lo digo les parecería lo mejor que han visto en su vida y no quiero eso.
Me quedé boquiabierto, no esperaba que ella dijese algo así, tan profundo.
«Eso es precioso, creo que me estoy enamorando de ti»
Eso era lo que quería decir.
—Mola.—fue lo que salió de mis labios en su lugar.
—Gracias.— se dio la vuelta y comenzó a caminar. Yo la seguí sintiendo que era un estúpido y ella acababa de darse cuenta.
Llegamos a una habitación, la primera de las puertas del lado izquierdo del pasillo. Era una pequeña sala, con estanterías repletas de libros de todo tipo, en el medio había un escritorio de madera oscura. Tras él, sentado en una silla de cuero n***o con el libro "Matar un ruiseñor" en sus manos, estaba un hombre que rondaría los cincuenta años con el pelo blanco vestido con un elegante traje de chaqueta de color marrón con unas gafas que resbalaban en el puente de su nariz. Este despegó sus abismales ojos marrón oscuro y los fijó directamente en mí.
Tragué saliva. Su cara reflejaba hostilidad, no por nada en especial, su gesto no era el de un padre amable sino el de alguien que estuviese planeando un asesinato con una sonrisa.
—Buenos días, padre.— Ana usaba un tono seco que no tenía nada que ver con el afable que había utilizado con Sara.
—Confío en que el nombre de este joven no sea como alguno de los anteriores.— la miré confuso.
—No, padre.— me acerqué a ella lo suficiente para poder susurrar en su oído.
—¿Quiénes fueron los anteriores?— no estaba preparado para un interrogatorio de ese hombre.
—Pues fueron bastantes.—al parecer no lo dije tan bajo como yo creía porque él me había oído.
—Síguele la corriente.—murmuró ella.
—Sí, eres el primero que tiene el valor de venir, pero creo que recuerdo algunos.— noté cómo Ana se ponía aún más tensa.—Los recuerdo a todos.—colocó el marcapáginas y cerró el libro de golpe.—Jace Herondale, Patch Cipriano, Peeta Mellark y, el peor de todos, Cuatro.
Hice un enorme esfuerzo por aguantar la risa, le había dicho a su padre que salió con personajes de libros.