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1301 Palabras
La comida estaba siendo relativamente tranquila, mi padre hizo unos cuantos comentarios que ofendían básicamente a todas las minorías posibles (como es usual en él) mientras Bruno le escuchaba horrorizado y mi hermana y yo nos entendíamos con miradas y gestos. La suya decía a gritos «que bueno está tu novio», yo le dediqué una expresión de asco como respuesta y seguí comiendo. —¿Me estás escuchando hija?— preguntó mi padre algo exasperado. —En absoluto.—dije sin disimulo y después recordé que estaba en la casa donde soy la chica que saca dieces y es tan delicada que no toca el arpa por miedo a romperse una uña.— Perdóneme padre. —Porque he pecado.—dijo Bruno atrayendo todas las miradas.—¿No lo cogéis? "Perdóneme padre porque he pecado" es lo que se dice cuando...—tardó un instante en interpretar nuestras reacciones.—De acuerdo, ya me callo. —¿Esta es la clase de chicos que te atraen ahora? No entiendo esta fase nueva tuya.— mi padre le miraba con desprecio. —¿Y qué más da? Sabes perfectamente que fuese quien fuese ibas a tener quejas.—estaba harta de sus exigencias. —Solo lo mejor, la calidad ante todo.— siempre tenía alguna frase de ese estilo para dedicarme. —Eso te servirá de slogan, pero no para mí.—separé la silla de la mesa en un solo golpe .—Nos vamos .—le indiqué a Bruno, que se levantó obediente con una mezcla de miedo y nerviosismo. —Ana , vuelve a la mesa.—ordenó aún sosegado mientras tomaba un trago de vino. —Volveré cuando no me trates como a una de tus prendas de ropa hortera. Mi padre bajó la copa seriamente y la dejó en la mesa. —¿Eso es lo que piensas de mi ropa? —Si eso es lo que más te preocupa no sé que hago todavía aquí.— todo tenía que ver con el trabajo y la perfección para él. —Hija no te entiendo.— no hacía falta que lo jurase. —Tú lo has dicho padre. Me alejé sin que nadie me intentara detener y con Bruno nos subimos a la limusina. Pasamos todo el camino en un torturador silencio, hasta que por fin llegamos al edificio y bajamos sin más. —Siento lo de tu abrigo.—murmuré. —No pasa nada, me compraré otro.— Bruno sonrió dulcemente, lo cual fue bastante reconfortante. —¿Comprar? De ninguna manera, iremos a alguna tienda de mi padre y robaré unas cuantas.—no sería la primera ni la última vez que lo hiciese. —No podemos ir robando por ahí.—hizo una pequeña pausa.— Contigo no, te falta práctica y nos pillarían seguro. —Técnicamente no es robar. Antes de que pudiera darme cuenta ella estaba conduciendo MI MOTO hacia el centro comercial. «Bienvenidos a Parquesur» decía el cartel, si supieran lo que íbamos a hacer no nos recibirían con tanto entusiasmo en aquel centro comercial. Entramos por una de las puertas laterales y justo a la derecha estaba la tienda de su padre, llena de gente formal, pero aún así estábamos fuera de lugar con la ropa que llevábamos . —Me siento como una orquídea en un campo de cebollas.— reí. —¡Espera!—paramos en seco —Ya tengo abrigo —se acercó a uno de los percheros, descolgó el abrigo n***o y se lo puso encima del vestido.—¿Qué te parece? —Bien. —¡Oh! Demasiados detalles para comprender.—dijo sarcástica. —Es bonito.—era un abrigo, tampoco se le podía dedicar un maldito ensayo. —Ser bonito, yo acabar de descubrir fuego.—siguió quejándose. —Ya vale, nos están mirando.— por si nuestro aspecto no llamase lo suficiente la atención. —Agh.— se quitó el abrigo y lo colocó estirado en el suelo, sacó una máquina pequeña y quitó la alarma con ella.— Ahora busquemos algo para ti. Después de unos minutos escogió una parca azul marino con botones negros y forrada por dentro.Siguió el mismo proceso para quitar la alarma y salimos de la tienda como si nada. Dimos una vuelta charlando por el centro comercial mientras ella se iba parando para recoger globos con publicidad de las tiendas. —¿Quieres entrar?—señaló el cine. —Invito yo. —fue un poco estúpido ahora que sabía de quien era hija, ese dinero no era nada para ella. —Bonito gesto.—dijo guiñándome un ojo.— Te aviso de que como intentes tocarme te meteré todas las palomitas por la nariz hasta que te estalle el cráneo en una explosión de palomitas ensangrentadas.— después añadió una sonrisa que casi me hace olvidar su amenaza de una muerte dolorosa. —Hecho. Entramos a una película de miedo cualquiera, ni siquiera recuerdo el título, no la faltó repetirme que «si me acercaba a ella me quemaría vivo hasta que mi piel quedase doradita como la de un pavo en navidad». Cuando la película empezó preferí no mirar a la pantalla, estas cosas no son mi fuerte. —¡Esa muñeca es normal! ¡No la acerques al bebé! ¡Se ha movido, destrúyela! ¡No son imaginaciones tuyas! ¡Sal de ahí estúpida!— Eran el tipo de cosas que oía gritar en susurros a Ana. El cine estaba desierto, solo estábamos nosotros, otra pareja y cuatro chicas en la fila de delante que se dedicaban a hacerse selfies. —No tengo tu número.—dije mirándola, para evitar la pantalla. —¡Muere!—gritó enfrascada en la película— No hay manera de matarla . Carraspeé— Digo que no tengo tu número. —No lo necesitas, vives en frente de mí.— no separaba sus ojos de la película. —Es para emergencias y cosas así.—mentí. —Bueno, no tengo teléfono.—puse los ojos en blanco. —Estoy hablando en serio.—aquí empezó una discusión sin sentido a la que ella a penas prestaba atención. —Y yo. —Pues debes tener cien años. —Pues me conservo genial. —¿Por qué no tienes? —Soy la hija de alguien rico y no me apetece que me vayan secuestrando, atracando , localizando o espiando. —Pero no puedes vivir sin móvil. —Mírame, lo estoy haciendo. La película acabó y salimos del cine, ya era tarde así que volvimos a casa. Ella en la suya y yo en la mía. Pasé lo poco que quedaba de tarde leyendo y escuchando música. [][][][][][][][][][][][][][][][][][][][][][][][][][][][][][][][][][][][][] Era el día perfecto, mi cabeza iba a estallar de ideas, tenía material nuevo. Hacía bastante frío, era tarde, a penas había luz ni gente en las calles; todo era idóneo. Hice un boceto de lo que quería en una servilleta, un unicornio con los colores brillantes del arcoiris con esposas en las patas delanteras apoyadas entre los barrotes de una jaula custodiada por un par de hombres sin rostro vestidos con unos trajes negros iguales. Salí a la calle con la mochila llena de sprays y un rumbo fijo. Sabía donde quería hacerlo exactamente, en el campo de fútbol del equipo local, a estas horas estaría vacío y era perfecto para ello con sus paredes altas y lisas. Estaba más o menos cerca de modo que llegué a pie en unos minutos, me tomé mi tiempo para acabar mi obra comprobando mis espaldas constantemente y cuando por fin acabé tenía un graffiti de 4x2 metros que le decía al mundo como veía el hecho de que pusieran límites a la imaginación. Yo soy Free Spray, pero mi identidad sigue siendo un secreto.
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