Kaitlin, Cian y yo, casi como uno, miramos al Señor Escobar. Esa sonrisa idiota. No sé a qué persona adoraba más, a su esposa o al torero que tan obvia y descaradamente estaba haciendo un tango verbal con ella. En la cena, su baile continuó. A nosotros, los espectadores, se nos permitió un comentario ocasional o una pregunta sobre el rancho, los toros criados para la plaza, o la mejor manera de llegar a Pamplona. Los tres camiones, según lo estipulado en el contrato, permanecerían en el rancho hasta que fueran necesarios para transportar ganado y toros a Madrid. "Pamplona no será un problema", dijo el Señor Escobar. "Gromyko los llevará en el Chevrolet cuando estén listos". Miró a su esposa, quien había detenido su flirteo con Poca cuando escuchó a su esposo pronunciar el nombre de su cr

