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El viento juega con mi velo. El tul parece querer acariciarme, mientras el aroma de las flores presuntuosas en cada rincón me provoca náuseas. Se que no va a venir. No va a llegar. Pero tampoco puedo culparlo.
El canto de unas aves a lo lejos retumba en mi cabeza silenciando el bullicio de las voces acusadoras de la centena de invitados que ni siquiera conozco. Cierro mis ojos para concentrarme en el canto, como esa vez, como el día más triste de mi vida, en el que toda mi inocencia me fue arrebatada.
Cierro mis ojos pero las lágrimas se escapan de todos modos. Puedo sentir la compasión. Un halo de misericordia quiere arrullar a la novia abandonada, pero ellos no saben la verdad. No sospechan el motivo real de mis lágrimas y si tengo que ser sincera, creo que nunca van a saberlo.
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6 años después
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-No puedo creer que sea el último día.- la voz de la cadete despierta algarabía entre el grupo de jóvenes que incluso con su respiración agitada, sonríe con entusiasmo.
Los años de agotamiento parecen haber llegado a su fin, confirman sus ojos arrugando sus párpados jóvenes. Llegó la hora de dejar atrás los entrenamientos extenuantes y las guardias de pie con las piernas entumecidas. Llegó al hora de salir a la acción.
El vestuario se tiñe de cantos y bromas. El pelotón se dispersa abandonando la ropa sudorosa y el cabello se libera de la tenacidad de sus peinados estrictamente prolijos.
Pipa lo observa todo pero no puede sonreír, quiere creer que es por culpa del agotamiento, pero sabe que la ausencia de motivación es la clara acusada. Terminó la academia, completó el entrenamiento y cumplió con sus horas reglamentarias. Ha dejado de ser cadete, ahora es teniente, pero aún no está satisfecha. No entró a la policía para obtener condecoraciones. No le interesa escalar escalafones, ella sólo tiene un objetivo, hay una sola cosa que la llevó a abandonar su vida como la conocía para dar ese giro radical. Un sólo fin que puede llevarla a recuperar la sonrisa y ese objetivo aún no parece estar al alcance de su mano.
-Vamos a celebrar en la taberna, ¿te sumas, Pipa?- le preguntá una de sus compañeras, sin esperanza de obtener una respuesta afirmativa.
Pipa siempre se mostró solitaria, no entabló relación con ninguna de ellas y aunque se la vio dispuesta a colaborar cada vez que alguien requirió ayuda, el muro invisible que la rodeaba no daba lugar a dudas.
No faltaron los rumores acerca de ella. Si bien intentaba camuflarse, sus buenos modales y vocabulario refinado desenmascaraba que no pertenecía allí. Podía cubrir su cabello de pesado gel para peinarlo en un rodete, omitir cualquier tipo de maquillaje incluso dejar sus uñas sin esmalte, pero su rostro continuaba pareciendo el de una muñeca Barbie. Era hermosa aunque intentara disimular y sin embargo, ninguno de los cadetes se había acercado a ella. Había bastado una toma para reducir al único que se había aventurado a tocarla y una declaración contundente para espantarlo.
-No sabes quién soy.- había dicho con sus enormes ojos marrones de pestañas largas y enigmas ocultos, clavados en el pobre novato que intentaba disimular el dolor en todo su cuerpo.
Era cierto, nadie sabía quién era y nadie se había animado a averiguarlo. No tenía familiares en la fuerza, nadie sabía dónde vivía, si tenía pareja, ni siquiera sabían si le gustaban los hombres o las mujeres, pero tampoco parecían dispuestos a averiguarlo. Con los años Pipa había logrado lo que quería, pasar desapercibida. O al menos eso creía.
Observó a la joven que aguardaba su respuesta con entusiasmo y decidió que una copa no le vendría mal.
-Dale, me sumo.- respondió sin poder agregar una sonrisa, pero cuando estaba terminando de guardar sus cosas, el silencio anunció la llegada de un superior.
-Felicitaciones novatas, no se como pero lo han logrado.- dijo aquella oficial de músculos engrosados que las había entrenado hasta que el mismo sudor les había provocado dolor.
-No lo arruinen.- agregó en un intento de broma que fue bien recibido, por las jóvenes que no estaban dispuestas a abandonar su clima festivo.
El bullicio regresó lentamente.
-Almada.- agregó la mujer y Pipa se sorprendió al oír su apellido.
-El coronel quiere verla.- le anunció sin esperar la respuesta de la joven.
Pipa se apresuró a juntar sus cosas y alzó sus hombros mientras arrugaba sus labios. Al parecer, tampoco iba a sumarse a los festejos esta vez.
Avanzó dejando atrás la algarabía y tocó la puerta de aquel despacho.
-Adelante.- la invitó el coronel y ella entró saludandolo de ese modo ridículo que tienen las instituciones verticalistas, con una mano firme a la altura de su sien.
-Señor, me dijeron que me mandó a llamar.- le dijo una vez que el hombre inclinó su cabeza para aceptar su saludo.
-Es usted todo un enigma, Almada.- comenzó el coronel avanzando hasta donde ella estaba firme de pie.
Pipa no respondió.
-Nadie daba dos centavos porque se recibiera y mirela. Ya es teniente.- agregó con un dejo de fastidio en su voz.
Pipa alzó su mentón simulando orgullo. No le importaba lo que pensaran de ella, solo tenía un objetivo, repasó en su mente.
-Dicen que estuvo bastante bien en los trabajos de campo.- el coronel hablaba sin terminar de creerlo.
-Me dijeron que solicitó un lugar en la Unidad 32. ¿Se puede saber por qué?- le preguntó realmente intrigado por primera vez.
Pipa tragó saliva, era su oportunidad, su única oportunidad y no quería arruinarla.
-Creo que puedo ser útil.- se limitó a responder con su mirada al frente como tantas veces había tenido que hacer en los últimos años.
-Es una unidad de crímenes. ¿está usted segura?- le preguntó mientras ella podía sentir su respiración sobre sus hombros y el desagrado crecía en forma de náuseas en su vientre.
-Si, señor.- respondió conteniendo la respiración.
-Son muertos, Almada. Muertos de verdad… no crea que porque estudió medicina eso va a parecerse. ¿Alguna vez estuvo en una escena del crimen, no es como en las series, el olor es repulsivo, hay un hedor que lastima las fosas nasales. Se lo estoy advirtiendo… en modo amistoso. No creo que sea el lugar para una chica como usted...- dijo acercando su dedo a su mentón, para acariciarlo de un modo incluso más repulsivo del que estaba narrando.
Pipa contuvo el aliento. Ella debía entrar a esa unidad, por eso había aguantado todo, por eso había dejado todo atrás, su familia, su carrera, su vida como la conocía. No iba permitir que un cerdo como ese coronel le arrebatara su objetivo. Debía ser valiente, esta vez debía ser mucho más valiente.
-Sí, señor. Lo sé. Y aun así, lo quiero.- se limitó a decir con sus dientes apretados mientras sus uñas se clavaban en las palmas de sus manos para evitar reaccionar.
El coronel se acercó aún más, sus dientes amarillos dibujaron una sonrisa macabra y Pipa supo lo que seguía. Así eran los hombres, pensó con impotencia, sin permitirse moverse. Necesitaba esa unidad, la necesitaba si quería recuperar algo de lo que alguna vez había sido.
Unos golpes en la puerta actuaron como su rescate. No le gustaba tener que ser rescatada, odiaba esa sensación, pero en ese momento lo agradeció. Si se hubiera defendido sola, no hubiera obtenido el trabajo.
-Coronel, su reunión de las once acaba de llegar. - anunció su secretaria, intercambiando una mirada breve pero elocuente que le confirmó a Pipa que su intromisión no había sido azarosa.
El hombre emitió un bufido de fastidio y regresó hasta su escritorio.
Pipa eliminó todo el aire de sus pulmones e intentó agradecerle a la mujer con su mirada.
-¿Entonces tengo el puesto?- se aventuró a decir como último intento de que todo su esfuerzo valiera la pena.
El coronel la miró un instante con fastidio, el mal humor lo había invadido y no quería lidiar con él.
-No me diga que no se lo advertí.- se limitó a decir, colocando un sello sobre un papel para entregárselo después ignorando el brillo de satisfacción que se había encendido en los ojos tristes de aquella inquietante jovencita.