– Ya te lo había dicho – dijo con una voz cansada. – Pero no es posible que seas tan testaruda – replicó Liz – ¿Por qué? – Soltó Alex en un bufido – si a él no le intereso, a mí tampoco me interesa él. Alexandra se paseaba como posesa de un lado a otro de la habitación. Cargaba a su bebé en brazos y lo arrullaba, no quería que la ofuscación que sentía se le transmitiera a su hijo y lo asustara. – Está bien, como quieras – cedió Liz tomando su bolso de la cama del hospital donde Alex todavía estaba. – pero no digas que yo no te lo advertí. Serías muy tonta si dejas que Nick se case con esa mujer. Es obvio que él no es feliz con ella. Él te ama a ti. – ¿Él te lo dijo? – preguntó ella incrédula – No, no lo hizo – reconoció – pero eso no significa que no te ame. – Si me amara, me hubier

