4. Año académico

2479 Palabras
A pesar de los años transcurridos, los extraños sueños que Joseph solía tener con Diana aun sucedían de vez en cuando, por lo que en algunas ocasiones la recordaba preguntándose qué había sido de ella. Su vida amorosa no había sido la más alentadora, pues, salió con algunas chicas e incluso intentó tener un noviazgo, pero no sintió la conexión que deseaba, por lo que esas relaciones no duraron mucho tiempo. Un nuevo año académico había empezado en la Universidad Central para algunas carreras mientras que para otras, un nuevo semestre. Joseph Bustamante iniciaba su segundo año en la facultad de odontología, su padre intentó convencerlo de que siguiera el mundo empresarial, sin embargo, su hijo estaba seguro de no querer seguir ese camino, así que al final, Albert dejó de insistir y le apoyó en lo que fuera que escogiera y se formara en ello como debía ser. Joseph seguía siendo carismático y conversador, por lo que no le fue difícil hacer nuevas amistades. —¡Hey, Marcus! ¿Cómo estás? —Saluda a su amigo con un fuerte choque de manos cuando se encuentran en uno de los pasillos del campus. —¡Renovado! ¿Cómo terminó de irte en las vacaciones? No estabas muy contento con el viaje que harías con tu hermana. —No mucho… Al principio fue algo incómodo porque estaba su novio, sentía que sobraba… Pero luego conseguí con quien salir a divertirme. —Culmina con picardía. —¡Oooh! Esa parte no me la habías contado. —Solo salimos a bailar y por algunas bebidas, nada más… Ya sabes lo que pienso. —¡Qué! ¿No hubo acción? —Joseph se encogió de hombros. Se reservaba ciertos temas. —Carajo, siempre me dejas con la intriga; a veces siento que hablo con un señor de más de 70 años. —Joseph se carcajea negando con la cabeza. —¿Tú que hiciste? —Bueno, yo me dediqué a mis videojuegos, tenía algunos sin terminar y me puse al día. ¡Ah! También me dediqué a comer, dormir y a seguir jugando. —Se agarró la panza con fuerza y la movió. —He aquí los resultados. —Pero no estuvo mal… —Rio. —Por cierto, este fin me acerco a tu casa, dejamos una partida pendiente y voy por la revancha. —¡Hecho! Igual perderás… Marcus era un joven de 1.70 de estatura, corpulento, moreno, utilizaba el cabello muy corto y era algo callado con sus compañeros, excepto con Joseph, con quién había hecho una gran amistad. Ambos continuaron conversando sobre sus vacaciones y videojuegos mientras andaban por los pasillos del campus hacia su primera clase del nuevo año académico, hasta que Joseph se detuvo en seco, mirando atónito a un punto específico, hacia una chica de rostro muy familiar que iba en dirección contraria a él. Su cabellera oscura, su mirada fría y piel pálida eran inconfundibles, Diana empezaba a estudiar en el mismo lugar que él, estaba segurísimo de que era ella, no había cambiado mucho. El corazón de Joseph parecía que saldría de su pecho, suspiró y sonrió embobado, como si hubiese vuelto en el tiempo; sus miradas se encontraron justo cuando pasaba por su lado, ella solo frunció el entrecejo extrañada mientras seguía caminando. —¡Hey! ¡Hey! —Marcus le llamaba sacudiendo su mano frente a su rostro. —¿Qué te pasa? —¡Es ella, Marcus! —Exclama cuando se vuelve a él. —¡Es ella! —Lo agita por los hombros. —¿Quién? —Diana, la chica de la que te he hablado tanto. —Lo agita por los hombros eufórico. —¡Aaaah! ¿¡Y qué esperas para hablarle!? ¡Ve! Joseph dio unos pasos en dirección a la que fue Diana, pero se detuvo y se devolvió hacia Marcus de nuevo. —Hmmm, mejor no. Lo hago luego, no pareció reconocerme... Un día de estos le hablaré. —Dijo nervioso, inseguro. —Espero que de aquí a que terminemos la carrera, le hables... —Si, si... Lo haré, pero no hoy. —Dijo rascando su nuca, pensativo. En muchas ocasiones, Joseph le habló a Marcus sobre Diana, e incluso, sobre los sueños que tenía, éste le sugirió en varias ocasiones que buscara maneras de contactarla, pero Joseph no tenía el valor suficiente, no sabía qué tanto ella había cambiado y eso le intimidada. . Diana tampoco había tenido gran ventaja en el campo amoroso, los pocos chicos que tuvieron el valor de acercarse terminaron espantados ante el mal genio de la joven Scott, lo cual hacía con toda intención. Al igual que Joseph, en algunas ocasiones ella se preguntó qué había sido de él y eventualmente, le preguntaba con disimulo a su amiga Harper por su antiguo compañero, quien aún iba en el mismo colegio. Después de culminar la preparatoria, Diana se tomó un año sabático, tenía dudas con respecto a lo que estudiaría. Bastian la llevaba con él a la empresa varias veces a la semana para que conociera cómo se manejaban las cosas allá y para que probara si el mundo empresaria le terminaba de gustar, en caso de ser así, se compartiría las actividades con ella. Ya él estaba haciendo planes en caso de que ella se decidiera, sin embargo, eso no le agradó; aunque aprendió todos los procesos internos y tratos externos, no se visualizaba en ese ambiente, encerrada toda una jornada en una oficina. Le parecía bastante monótono. Había algo que le resonaba constantemente y le causaba gran curiosidad, esa era la carrera de medicina, lo que le hacía dudar era su carácter y su manera de tratar a las personas, ella estaba consciente de su mal genio. De lo que no se había percado era que aquel carácter cambiaba drásticamente ante la presencia de un niñ0, su semblante se transformaba en el de una persona totalmente diferente, gentil, carismática, dócil, que hacía muecas graciosas sin importar y se instalaba a jugar con ellos si se podía, además, de que los niñ0s se le acercaban sin temor y sin ella hacer mucho esfuerzo en simpatizarles. Eran su debilidad. Durante sus visitas a la empresa, pudo conocer al pequeño Theo de 7 años, hijo de Celeste, la asistente de presidencia, con este pequeño compartía algunas tardes. Hubo un momento en el que Diana empezó a notar con preocupación una diferencia en el comportamiento y apariencia del niñ0, además de que lo llevaban menos a la empresa. Esas pocas veces que Theo iba, tenía menos energía, estaba más somnoliento, su piel era traslúcida y se le podían ver moretones en sus brazos. —Celeste, ¿Theo está bien? —Finalmente indagó, a lo que la asistente hizo un silencio inquietante con los ojos enrojecidos. —Celeste, ¿qué le pasa a Theo? —Volvió a preguntar con más severidad. —Tiene leucemia, señorita Scott. —Responde con voz entrecortada. Diana quedó consternada, luego soltó una bocanada de aire para disipar el nudo de su garganta. —¿La empresa está ayudando con los gastos? —Si, han sido muy generosos y se los agradezco mucho... Hemos visitado a los mejores especialistas. —¿Los tratamientos le están ayudando? —Celeste negó con la cabeza sin poder contener su sollozo. Diana sintió mucha pena y abrazó con fuerza a aquella madre cuyas esperanzas se desvanecían. Ese día cuando llegó a su casa, fue directo a su habitación en donde sus lágrimas estallaron finalmente, esas que contuvo porque no se permitía que alguien la viera llorar. Estaba frustrada porque no podía hacer nada, molesta porque a veces la vida y la naturaleza era injusta con los más inocentes y triste porque le había tomado mucho cariño a Theo. Unos pocos meses después, el pequeño perdió la batalla. Esto le dolió, le marcó, era la primera vez que perdía a alguien a quien le tuviera mucho aprecio, este hecho fue lo que la llevó a terminar de tomar una decisión por la profesión a la que se dedicaría y sería medicina, para luego especializarse en oncología infantil. . Durante el primer día de clases, Diana recorría los pasillos sola, sentía algo de nervios por el inicio, sin embargo, mantenía su semblante antipático y segura de sí misma. Deseaba que su única amiga Harper estuviera en la misma casa de estudio con ella, pero ella aplicó para otra universidad. —¿Diana? —Alguien pregunta y vuelve su mirada en dirección a la voz. —¿Diana Scott? —Ay no... no es cierto... —Puso sus ojos en blanco. —Alan Cooper... —Él se aproximó sonriente. —¡Qué gusto verte! —Ella arrugó la cara. —Ah, ¡qué bien! El gusto no es mío. —Dijo con sequedad y continuó su camino, él le siguió. —Si necesitas algo, puedes preguntarme, se nota que estás llegando, a mí me falta poco por terminar y... —Déjame adivinar, serás médico igual que papi y mami. —Le interrumpe. —Así es... —Alan lo toma con humor. —Pero, qué sorpresa. —Dice con sarcasmo. —Vamos Scott, ¿seguirás siendo antipática conmigo? Ya no somos chicos para pelear como perros y gatos. —Sigo siendo igual con los idiotas... —Bueno, ya no soy tan así. —Ríe. —¿Qué no tienes una clase a dónde ir? —Oh, sí… Voy tarde. Nos vemos, Scott. —Así como apareció a darle la bienvenida, desapareció. Aunque Cooper nunca fue de su agrado, haber visto una cara familiar no le disgustó. Caminando a su primera clase, pudo observar entre la multitud a un chico que la miraba sonriente como si la conociera, una sonrisa particular que pocas veces había visto, con hoyuelos en las mejillas, pasó al lado del chico observándolo con receso esperando que le aclarara si la conocía de algún sitio pero éste no pronunció palabra alguna. Durante los días siguientes, lo observó hacer el mismo gesto casi a diario, pero su actitud obtusa no le permitió ofrecerle algún ademán de cortesía. Diana estaba instalada debajo de un árbol en el campus, desde el segundo día de haber iniciado, se apropió de ese espacio, un poco apartado de los bulliciosos pasillos y espacios frecuentados por todos, ahí podía leer sus apuntes con tranquilidad. Escuchó unos pasos acercarse, pasó su mirada con rapidez hacia los pies de la persona frente a ella. —¿Dígame? —Dice ásperamente volviendo sus ojos de sus apuntes. —Hola... Buenas tardes... —Una voz gruesa y varonil le habló. Diana elevó su rostro para ver de quién se trataba, pero el sol daba en la nuca del chico de manera que no podía detallarlo bien. —¿Estás perdido? —Preguntó sarcásticamente y él se puso de cuclillas intentando no sonreír tanto. Ahora si pudo apreciar el rostro del chico, era el mismo que veía casi todos los días mostrarse risueño con ella. —¿Puedo sentarme por acá también? Es un día caluroso y bajo este árbol es fresco. —Ella entrecerró sus ojos. —¿Qué no hay muchos más en todo el campus? —Él no pudo evitar resoplar una risita y negar con la cabeza, a lo que ella relajó un poco su expresión. Los hoyuelos en sus mejillas y sus blancos dientes perfectos hicieron que Diana perdiera un poco su áspera compostura, aquella sonrisa le parecía familiar. —¿Te conozco de algún lado? —No lo sé, dime tu... ¿me conoces de algún lado? —Hizo un movimiento rápido y se sentó a un lado de Diana, recostando su espalda del árbol, pero dejando espacio suficiente entre los dos. —Espera, no te dije que podías sentarte por aquí... —Él sacó un libro de su mochila. —Me gusta aquí... —Habló despreocupado, pese a su negación. —Al parecer no eres una persona que escuche mucho. —Dijo resignada. —Como te quedaste sin permiso, haz silencio, te lo agradeceré. No me gusta hablar con extraños. —¡Ah! Eso tiene solución. —Él extendió su mano hacia ella. —Mi nombre es Jo... —Se retractó. —Es André. Diana se echó un poco hacia atrás mirando su mano con suspicacia, como si le estuviera ofreciendo un venen0, luego, volvió su vista hacia el rostro del chico pudiendo apreciar el color miel de sus ojos, aquellas cosas familiares le hicieron morder sus labios para evitar que un gesto cortés hacia el desconocido se le escapara, aún así, finalmente estrechó su mano. —Amanda... —Él hizo un pequeño gruñido acompañado de una mueca de incredulidad. —No tienes cara de Amanda, ¿estás segura? —¿Seguro que te llamas André? —Diana devuelve la pregunta con sus ojos entrecerrados. —Si, ese es mi nombre. ¿Por qué? —Ella apartó su mano. —Entonces... ¿sí me conoces de algún lado? —Lo escrutó aún más. —Nop, no te había visto. —Finalmente respondió con certeza después de largos segundos, aunque no estaba segura de su respuesta. —¡Ah! Creí que sí... —Sus palabras le hacen dudar aún más. Ella miró la hora. —Debo irme, chico de nombre poco convincente. —Diana se puso de pie y guardó sus notas en la mochila. —Realmente me llamo así. ¿En serio, ya te vas? Acabo de llegar. —Te cuento que normalmente las personas realizan una serie de cosas en el transcurso del día. Por otro lado, no invité a un extraño para que se instalara conmigo. —Uy, ¡pero que odiosa! —Él añadió en tono divertido. Diana le hizo una reverencia. —Gracias, así soy. —Nos vemos el lunes, Amanda... —Diana, mi nombre es Diana. —Tuvo un mínimo gesto de amabilidad y confianza diciéndole cómo realmente se llamaba. A medida que iba alejándose de él, a Diana se le iba dibujando una pequeña sonrisa. Tal parecía que a los hermanos Scott les costaba identificar a personas que estuvieron muy presentes en su pasado. Joseph André tuvo un cambio drástico, pasó de ser un chico escuálido a medir 1.85 metros de estatura, con un cuadrado y notorio mentón hendido y la sombra de una barba recién rasurada; sin embargo, en su apariencia no cambió, ni lo haría, su distintiva sonrisa con los hoyuelos en las mejillas y el color miel de sus ojos. Joseph finalmente se había armado de valor y se acercó a Diana después de imaginar un sinfín de malos escenarios cuando le hablara, encontrándose con que le fue mejor de lo que imaginó, conociendo lo testaruda que era. En vista de que ella no parecía reconocerlo, decidió no mencionarle que era su antiguo compañero y probar si ahora él le agradaba acercándose como un desconocido en un principio, iniciando desde cero.
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