CAPÍTULO 10

1833 Palabras
—Lamento que mi hermana se portara de forma tan grosera —se disculpó Fernando, de verdad apenado por el comportamiento de su hermana mayor, cuando iban en el auto con dirección a la casa de Airam. —Está bien —aseguró Airam, acariciando el cabello de la niña que dormía en su pecho. La salida de la casa, tal como la entrada, había sido una afrenta entre dos hermanos, así que María Fernanda había terminado llorando, de nuevo, y Airam se había sentado con ella en el asiento trasero para tranquilizarla, lográndolo cuando la pequeña se quedó dormida. » Está nerviosa, y soy una desconocida a la que su sobrina llama mamá porque a su descuidado padre se le da confiar en los extraños —completó la joven, sonriendo al hombre que, desde el retrovisor, le miraba sonriendo también. —Aunque creo que va siendo hora de que se acostumbre, ya nos conocemos de tres meses —señaló el hombre. —Son solo tres meses —recalcó Airam, enfatizando en su frase la palabra solo—. Fernando, es poco tiempo para dejarme a la niña por las tardes y, ahora, por las noches también. —Dijiste que estaba bien —dijo el hombre, un tanto incómodo por algo que parecía un reclamo. —Para mí sí —respondió la maestra, besando la cabeza despeinada de una niña que adoraba y que dormía recargada en su pecho—, para tu familia tiene que ser incómodo, y lo entiendo, así que no te sientas mal porque la defiendan de mí. Ella no sabe que no planeo hacerle ningún daño a esta chiquita preciosa. Fernando asintió sin decir nada más. Él estaba en serio agradecido con la vida por muchas cosas pues, a decir verdad, le encantaba ver a su hija en los brazos de esa mujer que parecía quererla como ni siquiera su madre la había querido. Luego de esa corta charla, el camino fue silencioso, pero, no por eso incómodo, y llegaron a su destino antes de poder darse cuenta. Airam subió a su pequeño departamento con Fernanda en brazos, Fernando llevaba las cosas que su hija necesitaría y, antes de volver a la funeraria, cenó algo en casa de esa mujer que le encantaba en serio. ** —Vi irse a Fernando —dijo Julissa, a quien Airam abría la puerta de su casa minutos después de que el hombre saliera—. ¿Cómo les fue? —Bien —respondió Airam—, parece que logramos que Mafe lo entendiera sin que sufriera mucho. Ahora está convencida de que su abuelita será su ángel de la guarda y estará siempre con ella, aunque no la pueda ver. —¿Y Fernanda? —preguntó la enfermera, adentrándose a la sala para tomar su acostumbrado café con su amiga, buscándola con la mirada. —Está dormida —indicó Airam, siguiendo a su amiga hasta la cocina—. No tienes idea de lo que pasamos en su casa, la pobre lloró hasta que el llanto la agotó y se durmió. —¿Por qué? ¿Qué pasó? —Pues pasó que la hermana de Fernando fue por ella para dejarla en su casa, con su niñera, y cuando supo que la traería conmigo se molestó —contó la maestra—. Ella y Fernando se dijeron muchas cosas... Fue superincómodo, y la mujer terminó discutiendo con Mafe, quien terminó llorando. Julissa no comentó nada al respecto. No es que no quisiera defender a su amiga, pero, en realidad, Airam no estaba siendo atacada. La hermana de ese hombre estaba en lo correcto al desconfiar de una mujer que tenía pocos meses de conocerlos. En esa situación el único loco era Fernando, que actuaba como si nada, y Fernanda, que se aferraba a una mujer que no se atrevía a alejarse de ellos definitivamente, lo que también la convertía en un poco loca. —Airam —habló la enfermera luego de un rato de silencio, donde el televisor les hacía ruido, pues ninguna de las dos le estaba prestando atención, en realidad—. Dime la verdad... Pasar tanto tiempo con Fernanda, ¿no te hace pensar en tu hija? La cuestionada miró casi asustada a la joven que mencionaba algo que a ella no le gustaba recordar, porque, aunque la había tenido en su vientre por poco más de nueve meses y la había dado a luz, esa pequeña que su amiga mencionaba no era su hija. —No pienso en ella —respondió la joven maestra en un hilo de voz—, y no es mi hija, es hija de esa mujer. —Lo sé, lo sé —aseguró Julissa, que entendía a lo que su amiga se refería—, aun así, creía que tal vez la recordabas de vez en cuando. Es más, si te puedo decir algo tonto, te diré que un tiempo pensé que la estabas buscando. Cuando de la nada entraste a trabajar en la guardería pensé que intentabas encontrarla. —¿Para qué la querría encontrar? —cuestionó la castaña, sintiendo un hueco en el estómago—. A mi lado hubiera pasado hambre, seguro, y hubiéramos terminado en el hospital conmigo endeudándome aún más y ella sin futuro... —Ese es el peor escenario —señaló Julissa, que no veía a su amiga como una mujer sin corazón que solo se olvidaba de que alguna vez tuvo una hija—. ¿Acaso no te imaginaste cuidándola, amándola y dándole todo lo que necesitaba para que creciera bien? ¿No la imaginaste siendo feliz a tu lado? —No —respondió Airam, tajante—, porque no tenía los medios para lograr que ella creciera feliz. Ella está bien donde está, seguro su madre y padre la aman demasiado y le dan todo lo que no hubiera podido tener a mi lado. Julissa miró a su amiga, quien en sus últimas palabras lloró un poco, confirmando lo que ella ya sospechaba: esa mujer extrañaba a la bebé que había sido su razón de ser durante un embarazo entero. —Lo lamento —se disculpó Julissa, llegando hasta ella para abrazarla y darle un poco de consuelo—, en ese entonces era muy idiota, no debí recomendarte semejante tontería... De verdad lo siento. Airam negó con la cabeza. Ella sabía bien que la propuesta que le había hecho años atrás su amiga había sido con la única intención de ayudarle y, en realidad, sí le había ayudado mucho, de otra forma su tía se habría ido mucho antes de lo que lo hizo, aunque no se hubiera ido tan decepcionada de ella. Airam recordaba cómo su tía la había reprendido cuando supo lo que hizo para obtener un poco de ese dinero que tanta falta les hacía, y recordaba también cómo cada día le pedía que se quedara con la bebé. Lupita decía que, si hacía falta, podrían vender un riñón para pagar lo que había obtenido de esa mujer por el embarazo para que ella se pudiera quedar con su hija; pero. Airam se negaba siempre, pues ella bien sabía que no podría sacar adelante a una pequeña cuando ni siquiera podía hacer mucho por ella misma. “Te vas a arrepentir” le había dicho su tía un montón de veces, pero, después de poco más de cuatro años, eso no había sucedido aún. Y es que, cada que Airam pensaba en la pequeña Fernanda, como creía la había llamado su madre adoptiva luego de prometérselo, se repetía que a su lado la niña no habría tenido una buena vida, y no se permitía arrepentirse de haberla entregado a unos buenos brazos. La mujer que había alquilado su vientre se llamaba Fabiana, y siempre estuvo al tanto del embarazo, lo que dejó tranquila a Airam, pues se podía dar cuenta de lo importante que era esa bebé para ella, por eso la entregó sin problemas, porque, aunque la había gestado y dado a luz, aunque era de su sangre y la amaba demasiado, la niña era de Fabiana y de su marido, con quien se encontró solo una vez, estaba segura también de que amaría a esa pequeña que no pudo evitar amar mientras estuvo dentro de sí. Sin embargo, no todo fue pérdida, a Airam ese embarazo le dio un impulso. Sentir vida dentro de ella llenó a Airam de ganas de vivir a pesar de lo difícil que era todo, y la extrañaba siempre, como solo a su tía extrañaba, día con día. » Deberías casarte con Fernando y convertirte en la mamá de esta Fernanda —sugirió la joven que abrazaba a Airam, quien luego de llorar un rato al fin se tranquilizaba—, tal vez la vida la puso en tu camino para que pagues amando a esta niña sin madre por todo el amor que recibe tu hija. —Esa niña no es mi hija —repitió Airam, separándose de su amiga—, y no soy una mujer que pueda ser madre. No lo seré, ni de esta Fernanda, ni de ninguna otra... Yo no merezco ser madre. Julissa miró con un poco de pena a su amiga, que dejó su lugar para recoger dos tazas de café sin terminar y frío. —Claro —concedió la enfermera, dejando también el sofá donde habían estado juntas antes—, no lo volveré a mencionar. Que tengas linda noche. —Te lo agradezco —dijo Airam y, comenzando a lavar el par de tazas, escuchó cómo su amiga se iba de su casa. Ellas eran vecinas, ambas vivían en el mismo edificio de departamentos, a un par de pisos de diferencia, por eso estaban juntas mucho tiempo, por eso y porque de verdad se querían y se apoyaban cuando más lo necesitaban. Airam se secó las manos con una toalla beige que siempre estaba colgada en la esquina de una de las sillas de su comedor para cuatro donde siempre comía solo ella, o ella con Julissa, y, tras dejarla en ese lugar de nuevo, apagó la luz de la cocina, la de la sala y entró a su habitación, que era el único lugar con luz en su casa. Ahí, de pie en el umbral de la puerta, vio a la pequeña Fernanda dormir plácidamente en su cama, entonces esbozó una sonrisa que terminó en llanto. Esa escena era una que había imaginado un millón de veces porque, cuando le dijo a Julissa que no pensaba en su hija, le había mentido descaradamente. Airam caminó despacio, sin hacer ruido y, cerca del cuerpo de la pequeña, sintió un sofoco en su pecho que le provocó dolor de cabeza. No podía amar a esa niña, aunque la quisiera tanto, porque sería muy cruel, de su parte, amar a quien no le había dado el ser cuando a su hija, que había estado en sus entrañas, la había vendido como si un mueble cualquiera fuera.
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