Capítulo 3

2531 Palabras
Varios años más tarde... La noche estaba fría, ni con un abrigo podía cubrir el increíble frío que hacía, estaba temblando y los escalofríos me recorrían una y otra vez, invadiéndome. Me levanté de la cama de una vez por todas, no podía dormir simplemente así, iba a tener un resfriado si no hacía algo. Mis dedos tocaron el piso helado, haciendo que mi pecho se sobresaltara un poco. Sonreí ante mí reacción, mi corazón estaba acelerado, pero no tanto como cuando escuché la puerta de la casa cerrarse con algo de fuerza. Eran las 12 de la madrugada, el silencio y la oscuridad reinaban en el vecindario en el que vivía. Estaba más que segura que antes de irme a mí habitación y acostarme, había cerrado esa puerta con seguro. Pero al parecer, ¿No fue así? Cielo santo, estaba muy asustada, más que asustada petrificada del miedo, pero debía de creer en mí, yo había cerrado esa puerta ayer con seguro, lo había hecho, lo recordaba perfectamente. Respiré hondo y deslicé mis pies en unas zapatillas negras que tenía, coloqué los mechones de cabello que me estorbaban detrás de mis orejas y me levanté dispuesta a saber que era lo que estaba pasando en realidad. —¡Tap, tap, tap, tap...! Empezó a resonar por toda la sala y mis mejillas palidecieron ante este. ¿Qué suena así? ¿Qué lo provoca? —¿Hola? – Alcé un poco la voz. – ¿Hay alguien allí? Caminé un poco más, el pasillo parecía infinito ahora, que me encontraba tan nerviosa. Avancé hacia el interruptor, para encender la luz de la sala de estar, y para colmo esta no funcionaba. O me estaban haciendo una broma de mal gusto o estaba por pasar una desgracia en esta casa. Se habían cambiado las bombillas hace unos días, era imposible que se fueran quemado así de rápido. Encima de ser más caras que un ojo de mi cara. Porque sí, mi madre era un poco generosa cuando se trataba de cosas para el hogar. Una oleada de viento, levantó mi espeso pero desordenado cabello y miré quien lo provocaba. La ventana, había dejado abierta la ventana. La cerré como pude, ésta siempre solía ser un poco forzosa la verdad. -Tap, tap, tap...! – Otra vez aquel sonido se apoderó del ambiente. Eran las gotas, al parecer se encontraba lloviendo. Y estas golpeaban el vidrio que se instalaba en cada una de las ventanas. Respiré hondo. –Cálmate Victoria, estas exagerando un poco las cosas... No es como que haya alguien dentro de esta casa, a excepción de ti misma. – Y apenas cruzó aquel pensamiento por mi cabeza, el olor nauseabundo del cigarro, empezó a inundar el espacio. —Mierda. Nadie, que conociera fumaba. —Eso es una enfermedad — Solía decir mi madre. Y el recuerdo, no hizo más que erizar toda mi piel. ¿Qué puedo hacer? — Se pregunto mi mente enseguida. Tenía que hacer algo, el asunto se estaba volviendo ya más raro de lo normal. Si había entrado alguien, realmente en casa, ¿Qué podría hacer yo? Una chica de 16 años, que apenas tenía fuerzas para alzar un jarrón. Un jarrón, j***r eso puede servir. Escaneé la habitación que se extendía al frente mío. Al encontrar el elegante jarrón de cristal, mi corazón se calmó un poco, sólo un poco. Mi corazón latía a trompicones mientras caminaba en el pasillo que me llevaría nuevamente a mi habitación. No tenia de otra, al parecer ahora alucinaba con escuchar cosas. Pero fue sólo cuestión de segundos, el escuchar algo quebrarse. — Jodeeer. Los dedos de mi mano libre, atravesaron mi cabello sin saber qué hacer. El sonido provenía de mi habitación, no podía simplemente ir y hacerme la valiente, debía huir, así fuera solo, un puñetero gato. Tenía que hacerle caso a mi madre y quedarme con la niñera, j***r. Estas cosas solo me pasaban a mi, por ser tan terca. Como si fuera arte de magia, el teléfono empezó a sonar y maldecí entre dientes, por haberle olvidado, por haberle dejado en aquella almohada. Estúpida sería poco para definirme pero ya no tenía de otra. Corrí, corrí sin fuerzas, pero lo hice, y al llegar a la puerta, las llaves estaban también y me alegré por ello, a pesar de mis manos temblorosas y a la vez desorientadas. Pasé saliva al sujetar la llave entre mis dedos temblorosos y sudados. No fue hasta que moví la llave en la cerradura, cuando unas manos jalaron de mi torso con fuerza. Estoy muerta. Mis pies retroceden al ser jalada, alejándome por supuesto de mi única salida. Un grito ahogado sale de mis labios y posteriormente, puedo sentir mi cara palidecer y los nervios caer en mi, como una semejante cachetada. Estoy a punto de perder completamente los estribos, de atravesar los niveles desconocidos del llanto pero una voz, una puñetera y estúpida voz, hace que me detenga en seco. —Vick— Su voz es como un vaso de agua fría. — Vick soy yo, cálmate un poco. Y entonces despierto. Todo ha formado parte de una espantosa pesadilla. Mi cabeza a pesar de ello, se mueve rápidamente hacia donde se dirigían aquellas palabras en el sueño. Y al verle, al ver su sonrisa hermosa, el alivio recae en mi, ahora soy yo quien sonríe de manera nerviosa, mientras le aprieto contra mi pecho en un abrazo. Su calidez va calmandome poco a poco, mientras que a la misma vez me eriza por completo. Le abrazo con todas mis fuerzas, tal vez con más de la necesaria, pero lo hago. Sus manos alcanzan mi cintura después de unos segundos, mientras escucho su corazón latir a trompicones al igual que el mío, y al separarme finalmente, mi cara es de poker por supuesto. —Estás jodidamente loco ¿O qué? —Suelto levanto la voz y la sonrisa en sus labios es reemplazada por una de temor. —Yo... —Yo nada Santiago, cómo se te ocurre entrar en la casa así, ¿Qué mierdas te pasa? — Pensé que no había nadie, lo siento amor. Además las llaves estaban pegadas a la cerradura, pensé que tal vez las habías olvidado y bueno... —No le dejé terminar. —¡¿Que las llaves qué...?! —Sí, estaban en la cerradura, yo sólo, quería entregártelas y pues como venía para acá, entré de una vez, ¿Qué tiene eso de malo? —Tiene de malo, que casi me muero del susto j***r, debiste al menos, tocar la puerta, no sé. O entrar por la ventana como siempre haces ¿Sabes el problema que tendría, si mis padres se enteran de esto? Mis padres no sabían nada de Santiago, nos veíamos siempre por las noches, el tocaba a mi ventana y yo salía tal como doncella en apuros. Nunca me habían dejado tener novio, pero me era imposible con Santiago. Era el mejor dolor de cabeza que me había pasado en años. —¿De que dejaste las llaves en la puerta, o...? —j***r, las dos cosas. Y lo siento por gritarte así, no todo es tu culpa, pero estaba dormida y me desperté así tan de repente... —Lo entiendo amor. ¿Tenías pesadillas? Yo asiento mientras su boca besa mi mejilla con suavidad. Cuando toma distancia, mis ojos le repasan lentamente. Sus ojos miel consiguen los míos enseguida con tal ternura, y su pelo espeso y n***o, recién cortado lo hace ver más atractivo de lo que ya es normalmente. Costaba mucho enojarse con él, viéndose así tan guapo. Parece poco creíble aún, que ha sido él, el que había entrado en la casa y no un sádico desquiciado. —Te eché muchísimo de menos, ¿Tú no? — Al soltar aquellas palabras, intenté pasar saliva. La realidad era que yo también, ya hacía dos meses que no le veía, se había ido con sus padres a España, donde tenía a la mayoría de su familia. Y al tener la costumbre de verle siempre por las noches, me sentía rara, como si algo dentro de mi faltara. Un vacío difícil de explicar... Su rostro se acercó al mío, uniendo nuestras frentes. Mis mejillas empezaron a ruborizarse y maldecí entre dientes. Era demasiado blanca por mamá, e inexplicablemente, mis mejillas a cada cuanto se sonrojaban por cualquier estupidez. Coloqué una mano en su mejilla y el sonrió. Su sonrisa era perfectamente alineada, como esas de los comerciales, sin ningún espacio de por medio. Mi boca junto a la suya, era lo único que necesitaba para volver a tener paz en mi sistema. Su contacto me volvía completamente loca, desde que lo conocí había sido así, una chispa inminente desde el primer momento, como volar sin alas, como gritarle al cielo lo que siempre te haz querido guardar para ti. Fue increíblemente delicado y despacio. Para cuando miré sus ojos un brillo en ellos, me hacía poner temblorosa. Lo peor de todo, él notaba todas y cada una de las cosas que me hacía sentir. Miré hacia la puerta y él también la observó nervioso. La realidad es que nunca había estado sola con él. Ni con nadie de mi sexo opuesto en realidad. Mis padres siempre me dejaban con algún encargado o niñera. No soportaban la idea de que su consentida se quedara sola en casa, y menos con mi carácter. Pero ésta vez, todo había sido diferente. Les habían llamado para hacer una novela nueva, la cual tenía lugar 6 horas de donde vivíamos. Debían estar lo más temprano posible, para el papeleo y toda la cosa. No entendía muy bien, lo exigentes que eran con ellos mismos, pero suponía que cuando algo te apasionaba en la vida, resultaba ser así: No vez como te desgastas, como tu vida va en un hilo, sólo lo feliz que eres con ello. Y pues aveces eso resultaba lo más importante, pero no siempre. Mi padre, estaba mal de las rodillas, le habían operado pero igualmente sufría de ello de vez en cuando, y a mi madre, se le estaba cayendo el cabello, estaba más delgada de lo usual y aunque tenía una figura de envidia para muchas mujeres de su edad, se le veía cansada y poco saludable la verdad. —¿En qué piensas amor? —Su voz me sacó del trance. Y le miré con ojos de enamorada que siempre me delataban. — Nada. — Mentí. Noté como sus ojos escaneaban el lugar, dando por olvidado el tema. — ¿Y ese jarrón en el suelo qué? Sonreí sin poder evitarlo. —Con lo que te iba a pegar, por andar de indiscreto. Perfecto, al parecer era sonámbula ahora también. —Amor, me ibas a matar con eso. — Abrió los ojos de par en par. Yo me encogí de hombros. — Sigue, para que veas. Y su boca encontró mi hombro, en una mordida tierna. —Santiaaago. — Sonreí con escalofríos que me recorrían todo el cuerpo. Sus brazos empujaron de mi y me sentaron en su regazo, ahora ambos estábamos sentados. — Te amo. — Le escuché decir. — Yo también. — Musité, enterrando mi cabeza bajo su cuello, deseando que el momento tal vez durara para siempre. — ¿Qué quieres hacer? — Su respiración golpeaba mis mejillas, haciéndome cosquillas. — No lo sé, todavía no puedo creer que estés aquí. Su mano encontró la mía y mis comisuras se elevaron, al sentir su calidez. — ¿A qué hora vendrán tus padres? —Mañana en la tarde, supongo. Deben asistir a una entrevista de trabajo primero. — ¿Y cómo es que te dejaron sola? — ¿Les supliqué? Odio las niñeras, no hacen más que estorbar y joderte la paciencia, ya tengo 17 Santiago, tampoco es que necesite de una. —Sí pero eres hija de millonarios Vick, no es como que fueras una chica como cualquier otra. —Rodé los ojos al escucharle. Me tenía hasta la coronilla esa frasesita. — Sí, pero no por eso, viviré siendo una mojigata.—Apretó mi mano.— O una niña mimada, como se diga. —Volteate. — Me indicó y lo hice sin pensar dos veces. — Mis piernas tomaron lugar alrededor de su cintura y me quedé un poco embobada, al mirar sus labios. — El término mimada, tal vez te podría quedar antes Vick, cuando no podías ni siquiera comer por ti misma. Ahora sólo eres una chica, que quiere revelarse porque está en la adolescencia. — ¿Estoy revelándome ahora? — Mi boca esparció besos por todo su cuello y una de sus manos apretó mi pierna. —Vick... Santiago tenía 18, me sacaba una cabeza de altura y tenía seriamente prohibido estar con él. Santiago se ganaba la vida, cargando cosas, no era muy adinerado, pues era de una familia de 6 hermanos. Mis padres, aunque fueran estrictos, solo querían lo mejor para mi y me lo repetían una y otra vez. Querían que estudiara en la mejor universidad del país, una de esas en las que no tienes tiempo ni para respirar. Había crecido escuchando, que si no era lo que quería, podía ser actriz como ellos, pero simplemente, yo no compartía ni el talento, ni la pasión por ello. Y vivían recordándome, que necesitaba ser juiciosa, que el estudio estaba primero y el amor después. A pesar del "gran" ejemplo, que me brindaron. Lo sabía todo, mi madre había estado con mis padre a los 16 añitos, mi padre le llevaba siete años de por medio, ¡Siete! Aun así su amor perduró con los años. Eran como Romeo y Julieta, pero con un final mucho mejor...Se querían, y lo hacían de verdad, en su mirada todavía prevalecía, aquella magia, aquel brillo de amor, que muchas parejas perdían tras el pasar del tiempo. —¿Vick? — Sus manos sujetaban mis mejillas con preocupación. Había perdido el hilo del asunto. —Eh, ¿Qué pasó? Sus labios sonrieron al escucharme. —Estás muy perdida amor, ¿Está todo bien? —Lo está, es lo mismo de siempre. El temor a que nos descubran, mi padre te mataría, ¿Lo sabes no? — Lo sé, pero vale la pena. — La mano que apretaba mi pierna, ahora se deslizaba, en mi mejilla. —Eres perfecta, mi amor. Me dijo tras besar mis labios, con una condenada dulzura, como si se tratara de un manjar, algo asombroso de probar... Mis manos se concentraron en su pecho, sentía su respiración mezclarse con la mía. Estaba más fuerte que antes, más hombre, y mi cuerpo no tardó en enterarse, una sensación encantadora se esparció por mis piernas. y así entre parloteo, besos y sonrisas se nos fue lo que quedaba de noche sin darnos siquiera cuenta. Nos habíamos quedado dormidos en el sofá y ya nos habíamos besado de todas las maneras posibles. Apenas salir el sol sus labios se juntaron en mi frente. Debía irse a trabajar. —Te amo. — Me dijo despidiéndose y yo le respondí de la misma forma. Porque lo hacía, lo hacía como una tonta enamorada.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR