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La perversión del CEO

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una noche de pasión
HE
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pelea
Oficina/lugar de trabajo
secretos
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Descripción

Rosylyn Foster lleva tres años casada con el peor enemigo de su padre en un matrimonio que solo es una patraña para cumplir un acuerdo que beneficiaria a todos. El desprecio de su esposo, la presión de su familia y sus propios anhelos de un amor perfecto la llevan al borde de la locura cuando su burbuja explota.

El divorcio está a la vuelta de la esquina cuando su esposo, Antone Macclain, el poderoso CEO de la empresa más grande del país, encuentra la manera de hundir a la familia Foster sin necesidad de su matrimonio.

Rosylyn queda destruida y se da cuenta de que toda su vida entregada a su esposo y a su familia fue un completo absurdo, entonces decidí vivir por sus propios caminos, pero en un giro del destino, en la misma noche que acepta su divorcio y conoce a un hombre misterioso, su esposo explota revelando su verdadero ser y es entonces cuando la perversión de ese CEO saldrá a la luz.

Pasiones y deseos ocultos se conjugan en una historia de liberación y erotismo donde los celos harán que muchos secretos salgan a la luz.

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Un contrato roto
Un contrato roto POV Rosylyn Foster ―Lo siento, pero esta no será como esas historias de matrimonios por contrato que acostumbras a leer queridita… esta historia no tendrá un final feliz para ti ― sentenció Antone mirándome con ese desprecio desbordante que le hacía dirigirse hacia mí con la peor de las actitudes. ― ¿De qué estás hablando Antone? ―Aquí la chica dulce y mojigata no se quedará con el tipo, Rosylyn. Yo intenté responderle de manera igual de grosera, pero la sala estaba llena de su familia y de algunos socios de la empresa, por lo que me llené de una vergüenza desoladora cuando todas las miradas se fijaron en mí. Me había presentado a la junta con la intención de ocupar mi lugar como la señora Macclain, la esposa del más grande magnate de la industria de hidrocarburos de la ciudad, pero las cosas salieron irremediablemente mal. Antone era un hombre de un carácter tempestuoso. Como esposo había sido un témpano de hielo desde el primer día de esa boda maldita que me unió a un hombre que me despreciaba por el simple hecho de ser la hija de su peor enemigo. ―Antone, yo solo quería ayudar―le dije conteniendo el lamento en mi voz. El sollozar me hacía retener las palabras en mi garganta más de la cuenta, mientras me afincaba sobre mis talones para no caer en el medio de aquella sala. Al fondo, escuché a alguien carraspear, de seguro era Lis, la asistente de Antone que me odiaba por ocupar el lugar que ocupaba. ―No Ros… tú no ayudarás con nada y menos ahora que todo está listo para por fin romper ese maldito contrato ―Antone escupió aquellas palabras con una satisfacción desmedida. Parecía haber estado esperando por años la oportunidad para decirme aquello. ― ¿De qué estás hablando Antone? ―le interrogué con miedo y confusión. No podía entender lo que Antone me decía. Nuestro matrimonio estaba pactado para ser de una duración no menor de cinco años; no importaba como, pero debía durar justo el tiempo establecido. Tenían que ser exactamente mil ochocientos veinticinco días de matrimonio para que el acuerdo mediante el cual las dos empresas se fundirían en una sola, se cumpliese legalmente. ―No pienso repetir ni una sola maldita palabra… retírate a tu habitación… y Ros… ― ¿Qué? ―le pregunté sin poder salir de mi estado de estupefacción. Antone sonrió como muy pocas veces lo hacía estando en mi presencia. Estiró su mano, tomo su vaso cargado de licor y lo elevó como para realizar un brindis imaginario. ―El mes próximo será nuestro divorcio. Abrí los ojos como platos y me quedé muda. Aquello no tenía sentido, pero los presentes, lejos de llevarle la contraria a mi esposo, se sumaron a él en ese brindis. Algo andaba bastante mal. Al final salí de la sala sumida en la vergüenza. La familia de mi marido reía a carcajadas del que había sido mi más reciente bochorno. (…) ―Lo siento papá… se escapa de mis manos. Me había tenido que ir directo a la casa de mi familia. No soportaba el temblor en mis extremidades por culpa de la rabia y vergüenza que me embargaba. La casa donde crecí era una construcción de estilo mediterráneo que colindaba con un lago artificial. En el pasado, la dinástica Foster había dominado el mercado de la industria, pero todo acabó cuando una traición volteó todo el panorama y mi familia terminó al borde de la banca rota. Aún recordaba mis días de infancia en esa casa viviendo como toda una princesa en mi propio castillo. La vida perfecta: Una casa perfecta, una familia perfecta y un futuro prometedor. Planeaba convertirme en veterinaria o tal vez zoóloga, pero recién cumplidos los dieciocho años me tocó despertar a mi realidad: La familia Foster estaba en quiebra. ¿La única esperanza? Un viejo acuerdo mediante el cual las dos empresas familiares, que habían sido rivales durante décadas, se fusionarían para ser una sola sí, y solo si la hija del patriarca de la familia Foster se casaba con el heredero de la dinastía Macclain. Un acuerdo pensado por mi abuelo como vía de último escape para salvar la empresa familiar. La esperanza de toda mi familia estaba puesta en esa fusión que, al final de cuentas, beneficiaria a todos o por lo menos eso era lo que se creía hasta ese día. Mi padre, Tomas Foster, escuchó con asombro lo que había sido el último golpe de la familia Macclain al honor de nuestra familia. ―¡Pero no es posible!… están faltando al acuerdo…. Están faltando al acuerdo ―mi padre repitió la frase con un marcado nerviosismo en su voz. ―Lo sé papá, pero eso parece no importarle ya… Antone ya no me quiere como su esposa. ―Pero si termina el matrimonio ahora, terminará también con la esperanza del acuerdo… si Macclain&Co. No se fusiona con Foster.IN. Ellos perderán la oportunidad de mantener las trasnacionales a raya… si hacen eso ellos serán también perjudicados. Yo asentí con pesar. Yo no era una mujer que viviera pendiente de los negocios, pero aquello era una realidad a la que nadie en la familia podía estar ajeno. ―Lo se papa, pero no sé qué hacer. ― ¡Rosy, pero tienes que esforzarte más! ―al realizar ese reclamo, la voz de mi padre se tornó autoritaria, algo que muy pocas veces hacía conmigo. ―Papá lo hago a diario… a diario me esfuerzo para no quebrarme como un cristal por el montón de desprecios e insultos de ese hombre. ―Pero parece que no lo estás haciendo bien. Mi padre se levantó con furia de aquella mesa y caminó hasta la barandilla para mirar la terraza desde allí. No podía creer que mi padre me estuviese recriminando de esa manera. Yo había llevado el calvario de mi matrimonio en silencio, haciendo de tripas corazón para no hacérmela mártir, pero aquello era inaudito para mí. ― ¿De verdad te atreves a decirme esto? ―a mi padre yo lo respetaba como a nadie en la vida, pero de pronto me sentía abrumada por todo el pesar de los últimos tres años―. Yo soy la que he vivido este infierno los últimos tres años para que toda la familia Foster pudiese seguir viviendo en el paraíso ¡¿Y te atreves a recriminarme por mi compromiso?! ¡Es insólito! Me levanté de la mesa y comencé a caminar a la puerta conteniendo las ganas de llorar. ― ¡¿A dónde crees que vas?! ―gritó la pregunta mi padre. Me detuve en la puerta solo para soltar el aire de mis pulmones con un suspiro antes de decirle: ―Ya me cansé de vivir por los demás papá… esta noche voy a vivir por mí misma. (…) Me coloqué un vestido n***o que llevaba años abandonado en mi armario. Me sequé las lágrimas antes de maquillarme; Ya no quería llorar más. Subí a mi coche y me fui. Stacy me esperó en la entrada tal como lo prometió. Ella era mi amiga de la infancia y la única confidente con quien podía ser yo misma. Mi amiga me recibió con un beso en la mejilla y un abrazo que derrochaba simpatía. ― ¡Rosylyn, pero si estás despampanante! ―exclamó con un gesto sugerente y demasiado vulgar. Me aterré de inmediato. ―Está muy corto, ¿Cierto? ―le pregunté mientras apenada trataba de bajar mi vestido más allá de mi muslo. ― ¡No! ―espetó ella sin dejar de sonreír― ¡Está perfecto! Ven sígueme. Hacía mucho tiempo que ella me había hecho la invitación y yo nunca le hacía caso. Ahora, en cambio, había sido yo la que le había pedido salir. Antone no me limitaba en mi vida diaria. Él no se preocupaba por mí, ni por mi seguridad, ni por mi paradero. Para él yo no era más que un adorno para eventos sociales; un trofeo con el cual tomarse fotografías, pero en el día a día no existía ni la menor comunicación entre los dos. Él no me prohibía salir por mi cuenta, sin embargo, los últimos tres años yo había preferido comportarme con una esposa atenta y leal, algo de lo que Antone ni siquiera era capaz de darse cuenta. Ahora que el divorcio estaba tan cerca, de nada valía seguir manteniendo la esperanza en ese romance que nunca llegó. Yo había sido una estúpida por creer que en algún momento las cosas podían cambiar. Todo estaba perdido. Stacy me llevó de la mano por el pasillo de aquel club que se encontraba sumido en una tenue penumbra. La gente bailaba en la pista mientras otros se encontraban dispersos, cada uno metido en sus propios asuntos. Yo me encontraba fuera de mi elemento, mirando todo como una visitante a un mundo desconocido, cuando provoqué el desastroso inconveniente. El mesero no pudo sostener la bandeja por el golpe que se llevó cuando le choqué. Varias copas se estrellaron en el suelo haciendo que el piso quedase cubierto con un charco de champaña. Mis pies estuvieron a punto de ceder, pero un par de brazos fuertes me sostuvieron con firmeza. ― ¿Se encuentra bien, señorita? ―me inquirió aquella voz profunda y carrasposa. ―Sí, sí ―respondí nerviosa―… lo siento mucho de verdad ―le dije al mesero que se abocó a recoger el desastre. ―No se preocupe, señorita… yo pago todo ―sentenció la voz del sujeto que aún me sostenía. Solo entonces me tomé el tiempo de levantar la mirada para ver al que se había erguido como mi salvador: Era un sujeto de rostro perfilado, ojos marrones profundos, cabello corto y una barba rala. Una estatura considerable y un cuerpo atlético que se adivinaba debajo de su traje ajustado. Parecía una escena de una novela. ―No, no, de ninguna manera yo pagaré ―le respondí, apenas pude ponerme de pie para que él entendiera y me soltara de sus brazos. El sujeto sonrió cuando Stacy volvió trayendo un par de tragos. ― ¡¿Rosylyn?! ¿Qué carajos pasó aquí? ―Stacy solo fue un pequeño accidente. ― ¿Pequeño? Pero si mira el desastre que hiciste ―se burló ella. ― ¡Ya dije que lo voy a pagar! ―bufé mientras acomodaba mi vestido. ―No hace falta, señorita… ya le dije, yo pago todo. ―Y yo ya le dije que no. No hace falta. Yo pagaré. Stacy se quedó muda escuchando la disputa entre nosotros dos. El sujeto me miró en silencio unos cuantos segundos, entonces sonrió y me dijo: ―En ese caso, entonces solo aceptaré que me pague de una manera señorita. ― ¿Cómo dice? ―interrogué impactada. El sujeto dio un paso al frente y extendió su mano. ―Mi nombre es Logan Hoffmann y soy el dueño de este edificio… así que si está dispuesta a pagar por el altercado, le pido que lo haga aceptando tomarse una copa conmigo. Stacy se quedó muda y yo no sabía qué decir. Esa noche yo estaba dispuesta a pasar un rato lejos de las preocupaciones y del dolor de mi matrimonio fallido, pero no tenía en planes cruzarme de frente con el tipo más atractivo del lugar. ―Está bien, acepto ―exclamé con más ímpetu de lo que se podía considerar normal. Logan sonrió. Stacy se me acercó y me habló al oído. ―Rosylyn… Antone. ―Lo siento Stacy… pero esta noche no pensaré en quién no piense en mí. Sonreí y acepté la invitación de aquel sujeto endiabladamente atractivo.

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