Celos sin control.

1501 Palabras
POV Antone Macclaine Celos sin control. ―No Lis, no necesito nada más, no por ahora. Ella se quedó mirándome sin dejar de suspender sus enormes pestañas con cada parpadeo. Su actitud parecía ser otra durante esa tarde, pero estaba con tantas cosas en mi agenda que no estaba con el tiempo suficiente como para detenerme a prestarle atención. Jules, mi asesora legal y la fuente de mi más reciente felicidad, se encontraba conmigo en la oficina. ― ¿Seguro señor? Puedo ayudarlo con lo que sea necesario ―la rubia de mirada atenta y actitud solicita, parecía empeñada en dejar en completa certeza su dedicación para con el trabajo, sin embargo, solo había una cosa con la que ella podía ayudarme. ―De hecho, si hay algo con lo que puedes ayudarme. ―Dígame, señor Macclain, lo que sea. ―Bueno… vete, eso es lo que necesito: solo necesito estar a solas con la señorita Holding. ―Pe-pero… ― ¡Ya! Lis bufó para expresar su inconformidad. Muchas veces me preguntaba si estaba bien, que yo le soportara tantos berrinches a mi asistente, y la verdad es que no estaba bien, pero ella hacía tan bien su trabajo y estaba tan buena que se había ganado ciertos privilegios como ese. La puerta se cerró al fin cuando mi asistente me dejó a solas con la abogada. ―Y bien doctora… ¿Todo es un hecho entonces? Jules sonrió. Ella era una mujer joven y exitosa, con una carrera prometedora que podía despegar de manera absoluta si aquel negocio que teníamos entre manos se nos daba de la manera que lo esperábamos. La mujer, de cabello rojo y mirada de fuego, cambió el peso de sus piernas inclinándose para el otro costado antes de responderme. ―Solo necesita que su matrimonio sea disuelto de manera correcta en el plazo establecido y de esa manera ella no tendrá nada que ver en todo esto… ella gozara de su porcentaje en la repartición de bienes, pero no tendrá nada que ver con su nueva empresa. ― ¡Excelente! ―celebré con desparpajo. Frente a ella no hacía falta contenerme. Ella era la pieza clave en todo ese plan que se estaba llevando a cabo. Ella era mi mano derecha―. Solo es cuestión de esperar. ―De esperar y de que su esposita no se niegue a último momento ―Jules reaccionó de manera recelosa con ese último comentario. ― ¿De qué estás hablando Jules? ―le pregunté sin ocuparme en nada más. No estaba de ánimos para un cambio en el discurso como ese. Ella se inclinó hacia adelante. Jules Holding era una mujer que vestía siempre elegante y con una clase inigualable, sin embargo, la sensualidad de sus atributos resaltaba por encima de todo. ―Estoy hablando de que su esposa… ―Mi falsa esposa. ―Su falsa esposa ―admitió Jules conteniendo una risita―… es también la hija del patriarca del linaje de la familia Foster, estamos hablando de personas que crecieron con los negocios corriendo por sus venas… siempre cabe la posibilidad de que ella rechace el divorcio y complique el procedimiento. Yo sabía bien que Jules tenía razón. Mi familia ya había advertido esa posibilidad, pero yo no estaba dispuesto a permitir que una menudencia como esa me echara a perder la fiesta; esa misma tarde me había asegurado de humillarla más que nunca para que ese trabajo que venía realizando los últimos tres años, no se detuviese por nada del mundo. ―Eso no sucederá Jules, tenlo por seguro ―le dije para tranquilizarla. Jules mordisqueó su labio inferior antes de mirarme con una coquetería que no había empleado nunca antes de esa tarde. Mi pulso se aceleró un poco más de lo que hubiese querido admitir. ―Se rumoreaba que esa chiquilla se casó perdidamente enamorada de usted señor Macclain. ―Por favor Jules, sabes que puedes llamarme por mi nombre. Ella sonrió. ―Está bien Antone… pero creo que una mujer enamorada no aceptará un divorcio con tanta facilidad… además: ¿Está seguro que después de compartir la cama con ella durante tres años no siente nada por ella? Al escuchar esa última pregunta de la bella pelirroja solo pude reírme con una ligera carcajada. Para alivianar el ambiente, serví un par de tragos y ofrecí uno a Jules, quien al recibir el vaso rozó mis dedos ligeramente. ―Jules, esa mujer ya debe odiarme para estas alturas de la vida… ella y yo nunca fuimos nada. Desde el primer momento todo lo nuestro no fue más que una pantalla. ―Quiere decir que… ―Entre Rosylyn y yo nunca existió nada, Jules―le expliqué con seriedad. ―¿Nunca se acostaron? ―Nunca. Jules sonrió con una emoción contenida. Movió un poco las piernas que mantenía cruzadas una sobre la otra y de manera inesperada se colocó de pie con el vaso en la mano. Yo le imité poniéndome de pie frente a ella. Su sensualidad era magnética. ―Aunque sea así Antone… esto debe ser algo definitivo ―la voz de ella bajó sus decibeles hasta convertirse en un menudo susurro―… ninguna mujer se iría de tu lado sin luchar. ― ¿Ni siquiera tú? Mi pregunta pareció dar en el clavo con ella, pues se quedó en silencio sonriendo levemente al tiempo que daba un sorbo al licor que yo le había ofrecido. ―Haga las cosas bien, señor Macclain ―susurró al dejar el vaso vacío sobre la mesa―… muchas cosas dependen de su divorcio. Al decir esto, Jules me dedicó una última mirada, se dio la vuelta y desapareció de mi oficina. La sensación de vacío que quedó en el lugar después de eso fue abrumadora. Su fragancia era embriagante. Me llevé el vaso a la boca y bebí el licor con desespero. Miré por la ventana y me di cuenta de que la noche ya había comenzado a caer. Había sido un día realmente provechoso en muchos aspectos, pero aún necesitaba cumplir un par de caprichos. Tome mi móvil y marqué el número de Lis. ―Dígame señor: ¿En qué le puedo ayudar? A esa hora de la incipiente noche, la jornada de trabajo de Lis ya había terminado hacía bastante rato, pero ella siempre estaba dispuesta para mí. ―Estaba pensando en otra cosa, pero creo que esta noche saldré… así que mejor te encargaré otra cosa ―le expliqué luego de cambiar mis planes a mitad del camino. ―Lo que ordene, señor ―me dejó saber ella con la decepción reflejada en su voz. ―Necesito que le juegues una broma a mi esposita. (…) A esa hora de la noche, el corazón de la ciudad estaba en ese club. Era un club nuevo y todo el que buscaba donde pasar el rato quería estar ahí, pero no todos podían. Jules me había dejado con un deseo en mi piel que no cualquier chica iba a poder sofocar. Lis era una mujer guapa y atractiva, pero ya no había esa chispa del principio, por lo que sencillamente me lancé en ese mar de gentes con todas mis cartas en juego esperando la mejor presa. Yo no jugaba el juego del millonario comedido que disimulaba su estatus; yo, por el contrario, me lanzaba a tope para gozar de los privilegios que me pertenecían por mi posición. Las sonrisas desfilaban a mí alrededor. Tenía para escoger, pero como un depredador entrenado, seguía esperando aquella que pudiese valer la pena. Entonces la vi: acercándose a mí desde la entrada, enfundada en un espectacular vestido rojo sangre, la abogada ahora iba vestida de asesina Refresqué mi garganta con un último trago, agradecí al cielo por la bendición de haberla encontrado a Jules ahí. Me puse de pie ya listo para abordarla, pero la vista se nubló cuando mis ojos se inyectaron de sangre por culpa de la rabia que me estalló en alma al ver a lo lejos aquella escena: Un tipo atrevido y zalamero tomaba de la mano a Rosylyn llevándola a un rincón. ― ¡Pero qué carajo! No podía saber si Jules me había visto, pero yo no me moví por alguna reacción de mi racionalidad, en cambio, solo fue el instinto de pura ira lo que me empujó a esa reacción sin control. Atravesé toda la pista interrumpiendo los rituales de apareamiento que ahí se llevaban a cabo entre adultos lascivos y sedientos, siendo yo el más lascivo y sediento de placer de todos ellos. Cuando los alcancé, el tipo ya había puesto su mano en el muslo de ella. Mi cabeza dejó de funcionar en ese instante. ― ¡Quita tu sucia mano de mi mujer! ―grité. El sujeto me miró y miró a Rosylyn, quien no daba crédito a lo que yo acababa de decir. Solo entonces me di cuenta de lo disparatado de ese encuentro. Yo acababa de decir una aberración absoluta.
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