CAPITULO 37

933 Palabras
Eran apenas las siete de la mañana menos ocho, Rachele entraría a trabajar recién a las once así que teníamos más de cuatro horas por disfrutar… -         Te llevaré a un lugar hermoso –le dije antes de que suba a mi moto. -         Yo solo espero que no sea algún hotel –me respondiendo bromeando. -         ¡No puede ser! –grité muy efusivo– pero si me arruinaste la sorpresa cariño… ¿Ahora a dónde te llevaré? -         Sorpréndeme –me susurró al oído y luego en un movimiento hábil se subió a la moto. Lo del hotel era mentira, yo tenía planeado llevarla a un lugar al que ella quizá no fue nunca en su vida, y si se lo decía, estaba arruinando la sorpresa. En el trayecto ella ya no se agarraba de las barras de sujeción como la primera vez, sino que se aferraba a mi como solo ella lo hacía, para hacer que yo me sintiera completamente suyo. El viento a esa hora de la mañana era muy húmedo y el cielo estaba triste, hasta que Rachele empezó a cantar la canción que sonaba en el parlante de mi moto… “Tienes, la sonrisa más perfecta de este mundo, eso tienes; la mirada más sincera, y esos labios que me dejan sin aliento, sin siquiera… hablar… hablar… Tienes, tu mi vida entre tus manos, mis caricias, mis abrazos, mis desvelos en mis noches, eso tienes…” Rachele cantaba “Tienes” mucho mejor que Annie –la cantautora– de quien se decía que tenia la voz más dulce de América Latina; ganadora de mas de 10 Premios de Grammy en los últimos 6 años. “Si Rachele se dedicara a la música –pensé– sería muy famosa”, y parece que ella me leyó el pensamiento. -         ¿Crees que podría ser una buena cantante? –me preguntó cuando estábamos detenidos frente al semáforo de la calle Vermont. -         Si eso implicaría que millones de chicos te sigan como locos admiradores y enamorados, pues creo que serías una pésima cantante cariño. -         Eres extremadamente celoso… JAJAJA. -         Como no serlo si tengo la novia mas hermosa del mundo –ella se aferró a mí con tantas ganas que sentí como sus manos tocaban literalmente mi corazón. El resto del viaje me fui disfrutando de su hermosa voz, ya no me erizaba la piel escucharla cantar tan cerca de mi oído; por el contrario, me daba cierta tranquilidad, paz interior, porque eso es lo que Rachele transmitía a mi vida desde que llegó y si eso no era señal de que ella era una persona única y especial, yo ya no sé quiénes son buenas personas en este mundo. Cuando llegamos a la playa, Rachele estaba tan emocionada como un niño al ver sus regalos de navidad al pie del árbol navideño. Se puso en cuclillas y empezó a palpar la suave arena de playa, se sacó sus zapatillas y medias y se remangó el pantalón hasta por encima de sus rodillas y se fue corriendo hacia el mar, tan emocionada y tan alegre que hasta yo me emocioné de verla a ella tan feliz. -         ¡Es precioso! –gritó al cielo, sin importarle quien la escuchara– ¡Es lo más hermoso que he visto en mi vida! –Yo ya la había alcanzado. -         Después de mi claro –le dije mientras la abracé por detrás. -         Por supuesto, mi amor –saltó en mi encima y yo traté de sostenerla, pero mi pierna izquierda se desestabilizó y terminamos cayéndonos y tragando agua salada luego de que una ola pasara por encima nuestro. -         JAJAJA… -ambos reímos como dos tontos, que no tenían el menor reparo en dejar de disfrutar del momento. -         Jamás había probado algo tan salado –me dijo Rachele y yo no dejaba de reírme. Le ayudé a pararse, y luego volví a tumbarla, ella se quedó mirándome con ganas de venganza y yo me fui corriendo… - ¡Thomas! –volteé a mirarla y una bola de arena me cayó en la cara, caí en la arena y sentí como Rachele venia corriendo a mí– Cariño, lo siento, lo siento mucho –yo estaba bocabajo y cuando volteé a mirarla ella me miró un tanto asustada- ¡Que feo estas! –me mencionó riendo. -         ¿De verdad? -le pregunté, ella asintió riendo– pues de esta no te salvas cariño –en un movimiento hábil de mis brazos la sujeté y la jalé junto a mí, y empecé a hacerle cosquillas por toda la barriga y costillas… -         Thomas, por favor para –me decía sin parar de reír– Thomas por favor… Ay Dios… -         ¿Quién es feo?... Dime ¿Quién es feo? -         Tu no, tu no cariño… ¡Paraaa por favor! –una vez que me salí con la mía, dejé de hacerle cosquillas– Jamás me había reído tanto, hasta quería llorar. -         Lo siento cariño –ella me sonreía muy contenta– ¿Sabes qué acabo de descubrir? -         ¿Qué cosa? –me preguntó jadeando. -         Que la arena mojada tiene un sabor peor al del agua salada –ella sin dejar de reír se recostó en mi hombro. -         Eso te pasa por querer ahogarme… -         Pero yo no quería ahogarte cariño… -          Yo si quiero ahogarte –no entendía que me quería decir hasta que me ahogó, pero con sus besos y en ese momento a mí no me importaba morir ahogado, ahogado por su amor.
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