V

2575 Palabras
Luego de la desagradable noche en la que Evah había tenido que soportar todo tipo de comentarios, decidió que no dejaría que la vuelvan a insultar o la denigrara nadie por debajo de su nivel. Por ello, comenzó su ardua labor con la más insubordinada: la ama de llaves. Tomó el desayuno media hora antes de lo habitual, alterando a la señora Smith hasta el punto de casi provocándole una urticaria feroz. Aunque la susodicha corrió al amparo del señor de la casa, Evah no pensaba doblegarse ni por ella ni muchísimo menos por él. Pero, para desagrado de la Señora Smith, no consiguió que él le recriminara o le dijera nada. Más solo se ganó un compromiso de parte de él, en respetar los horarios en lugar de su esposa. La casa se revolucionó desde temprano por aquella simple acción. La señora Smith puso el grito en el cielo con las empleadas y las obligó a cumplir a raja tabla sus órdenes. Las pobres recibieron reprimenda que la mujer gruñona no pudo darle a la señora de la casa. Luego del desayuno, fue por su siguiente “victima”. Se dirigió hasta la biblioteca y se sentó al piano a tocar un par de notas, lo suficientemente molestas para despertar a todos en la casa. Y con todos, se refería a Neil quien se la pasaba deambulando hasta las tantas. Luego, se puso de pie y, presurosa, esparció los libros de la mesa de té. Pronto sus ojos se encontraron con el libro de Henry y lo tomó, saliendo, casi a las corridas, del lugar. Y con el libro en mano, se escabulló al jardín para leer un poco. … Cuando el sonido del piano lo despertó, Neil maldijo por lo bajo. El dolor de cabeza lo invadió y tuvo que cubrirse con la almohada para mitigar la claridad que parecía afectarle aún más. Las migrañas y el mal humor eran características típicas en cada despertar del menor de los Wright. Entonces, molesto, se puso de pie y observó a la joven muchacha que dormía aún, desnuda sobre las sábanas. Chasqueó la lengua disgustado y se inclinó sobre la mesa de noche para esnifar la línea de cocaína que había olvidado consumir la noche anterior. Se vistió y bajó las escaleras en un leve trote. Se encaminó hasta la biblioteca y, cuando vio la puerta abierta, se dispuso a entrar. Entonces la notó vacía y sus ojos se dirigieron al desorden de libros que Eva había hecho. Era demasiado notorio cuando todo a su alrededor estaba pulcramente ordenado. Frunció el ceño y se apresuró a rebuscar el libro sin mucho éxito. Furioso, empujó parte de los ejemplares al suelo y se puso marcha para salir de allí. No sin antes patear la mesilla, haciéndola caer y desordenando todo, ahora sobre el suelo. - ¡¿Dónde está?! –gritó de camino al gran comedor– ¡Señora Smith! - Señor, buenos días. –le saludó la mujer, quien salió a su encuentro– - ¿Dónde está la maldita perra molesta? –soltó apretando los dientes– - ¿A quién se refiere señor? - ¿A quién más? A la señora de esta casa. –soltó sarcástico– - Se ha levantado muy temprano hoy y ha roto las normas de la casa. - No te pregunté esas mierdas. Te pregunté dónde carajos está ella. –dijo con la mirada encendida por el odio.– ¡¿Dónde?! –la mujer dio un respingo y retrocedió un paso.– - En el jardín, señor Wright. Cuando la ama de llaves acabó de hablar, lo vio marcharse al jardín con pasos presurosos, entonces no supo hacer otra cosa que correr hasta la oficina donde Oliver solía pasar la mayor parte del tiempo y dónde lo había visto hacía media hora. No le caía para nada bien la señora, pero tampoco quería que la mataran cuando no había pasado ni siquiera el mes de casados. Evah, por su parte, esperó pacientemente la llegada de Neil al jardín. Tarde o temprano la descubriría y saldría a reclamarle por su comportamiento. Le había insinuado la última vez que ese libro no se podía tocar, pero aún así, estaba dispuesta a demostrarle que nadie le diría que hacer, Porque esa era su casa ahora. - ¡¿Qué mierda haces?! – la voz enfadada de Neil la distrajo de las hojas del libro, el cual leía desanimada– - ¿Que te parece que hago? –soltó volviendo la vista al párrafo que había abandonado por un instante.– Leo. - Tu, Maldita Stewart. Te dije que no tocaras lo que no es tuyo. - Qué yo sepa, soy la señora ahora. Todo lo que hay aquí ahora es mío. - Quita tus sucias manos de ese libro. –dijo al borde de ponerse rojo de rabia.– - ¿Por qué no te vas a dormir o a fumarte algo? –soltó dando vuelta la hoja para seguir leyendo. Pero Neil le arrancó el libro de las manos haciendo que parte de la hoja tomada entre los dedos de ella se rasgara. Entonces, el menor de los dos, levantó el brazo y le soltó una bofetada con todas sus fuerzas, la cual la hizo caer sobre el banco que había estado usando– ¡Te volviste loco! –soltó sorprendida y asustada. Un segundo golpe le continuó al primero. La mejilla le ardía, como si le hubiesen quemado con fuego– - ¡Neil! –la estridente voz de Oliver le distrajo cuando volvió a levantar el brazo para golpearla una tercera vez, esta vez con más fuerza – - ¡Lo rompió!. ¡La perra de tu esposa lo ha roto! –gritó furioso– - Ya es suficiente, Neil. – dijo acercándose a ambos. Entonces, Evah pudo observar que en la puerta estaba la señora Smith con el semblante asustado.– Tú. –dijo girándose hacia su esposa.– Regresa a la habitación y espérame allí. Ya hablaré contigo luego. –la voz fría y la mirada penetrante la obligó a encogerse en su sitio. Pero se armó de valor–. - No quiero. Soy tu esposa, por ende, la que manda aquí también. - No me provoques y obedece. –notó que todo su alrededor se oscureció y que no sacaría nada bueno de eso si seguía haciéndose la dura. Por ello, se puso en pie y salió de allí, presurosa. Cruzó por al lado de la señora Smith, quien cerró la puerta dejando a los hermanos solos en el jardín. Evah tembló de miedo ante lo que había vivido y la incertidumbre que le causaba el pensar que haría Oliver cuando fuera por ella. La señora Smith carraspeó algo confusa, no sabía bien lo que había pasado y tampoco quería indagar mucho, había aprendido que nunca era bueno involucrarse en temas de los señores. Pero, la curiosidad le ganaba. Aún así, dejó de lado todo lo que le producía la situación o la señora misma. - Será mejor que suba a su cuarto y espere al señor. Yo iré por algo de hielo para que no se inflame más de lo que ya comienza a estar. - Gracias. –soltó realmente agradecida y subió las escaleras casi corriendo– Entonces se encerró en su cuarto y el miedo la embargó completamente. Se acarició la mejilla y encogió el rostro por el insistente dolor. Pudo notar en el interior de su boca un corte, se había mordido producto de la brutalidad del impacto. Y tembló asustada ante el inminente futuro inmediato. No quería estar allí, nadie la respetaba ni le daba su lugar. A nadie le hacía feliz tenerla allí, mucho menos a ella que era la primera en querer huir a toda velocidad. También sabía que nadie la defendería de Oliver cuando viniera a exigirle cuentas. Sabía que la odiaba y estaba segura que se divertiría mucho con su sufrimiento. Entonces, se dispuso a buscar sus maletas, dejándolas abiertas sobre la cama. Fue por su ropa y tomándolas a todas juntas, las llevó de regreso al cuarto. Las dejó sobre la cama también y comenzó a armar su equipaje nuevamente. Prefería ser la esclava o la sirvienta de su madre quien la degradaría a ese puesto apenas volviera, por haber fallado en su matrimonio; que quedarse allí a soportar maltratos, insultos y golpes. Total, su esposo no sufriría, ni siquiera sentiría su ausencia. - ¿Qué crees que haces? –la fría y furiosa voz de Oliver la obligó a detenerse cuando iba por su segunda maleta– - No pienso quedarme en una casa donde deba convivir con trogloditas. –ni siquiera se giró a mirarlo. Es que sentía miedo de hacerlo, por eso se quedó doblando un par de prendas que también empacó– Entonces, él se dirigió hasta donde ella estaba y tomando las maletas, las arrojó al suelo, deshaciéndolas en el impacto. Ella dio un respingo y retrocedió un paso levantando los brazos a la defensiva, para protegerse de algún posible golpe. - No te he dado la autorización de irte a ningún sitio. –la sujeto de los brazos y se inclinó para estar a su altura al hablar– - ¿Que caso tiene que me quede? Tú me odias y tú hermano también. –dijo levantando la vista hacia él para mirarle a la cara. Tembló al encontrarse con la mirada de su esposo. Jamás había conocido tal grado de maldad en los ojos de alguien– - ¿Y qué? Tu eres mi garantía, mi pase. Tu me abrirás la puerta a tu mundo de hipócritas e interesados. –sonrió de lado y ella apartó la vista. Entonces, él soltó uno de sus brazos y tomándola de la mejilla la obligó a mirarlo otra vez. Ella se quejó ante la fuerza ejercida en la zona herida.– Te quedarás aquí, dejarás de provocar a mí hermano y sonreirás como si realmente te murieras por mí. - Eso es imposible. Jamás me moriría por alguien como tú. Eres un bruto. –él apretó un poco más sus mejillas y ella soltó un quejido – - Y puedo serlo aún más. No me provoques. –le susurró y ella comprendió la amenaza– Ahora ve y recoge tus hermosos vestidos, elige el más bonito y cámbiate. Irás a pedirle disculpas a Neil. –la soltó y se apartó para salir de la habitación– - No lo haré. –habló entonces, luego de tomar coraje. Sujetándose la mejilla que ahora palpitaba de dolor– - ¿Qué dijiste? –dijo girándose hacia ella– - Puede venir y matarme a golpes, no voy a disculparme. - Tu tenías prohibido tocar ese libro. - A mí nadie me prohibió nada. A demás si me disculpo, ustedes también deberían disculparse. –él soltó una risa floja y ella se enrojeció de odio– Por llamarme escoria, por hablar de mí como un conejo. ¡Por llamarme perra, sucia y asquerosa! Por denigrarme. –gritó ofuscada. Un par de lágrimas se le desprendieron de los ojos– - Deja el drama, ¿Quieres? - Ahora también dramática… –dijo girándose de espaldas a él.– primero habla de mí como si yo fuera una puta y luego me golpea. Tu le apañas insultándome y obligándome disculparme luego. Si quieres puedes golpearme o matarme pero no lameré las botas de un imbécil. –entonces sintió a su esposo pegarse a su espalda y se estremeció de miedo, más no iba a dejar que la viera asustada– - Cuida tu maldita boca si no quieres que realmente te duela. –le susurró y ella dio un paso adelante para apartarse. Pero él la atrajo nuevamente hacia su cuerpo– Tú eres una transacción, un monto de dinero, una deuda saldada. Tu eres menos que persona, eres mía. Puedo dejarte vivir en paz en mi casa, bajo mis normas o puedo hacerte vivir un infierno. Puedo obligarte a que te arrodilles si se me da la maldita gana, porque para nadie existes ahora. Evah Stewart ha muerto hace tres semanas, cuando me aceptaste en el altar. Ahora solo eres mi juguete, si quiero puedo romperte y botarte y a nadie le va a importar. - Eso no es verdad. Tengo mucha gente que me quiere. –soltó entre sollozos. Se sentía abatida y lastimada por aquellas palabras– - ¿Quién? ¿Tu familia que te vendió? ¿O acaso tus amigas que trajiste a la boda y que no han vuelto a contactarte desde que te casaste con un mafioso? ¿O el imbécil de Nick Harrison que se revolcó contigo y te abandonó? –primero se le heló la sangre al oírlo nombrar aquel suceso. Siempre supuso que él estaba enterado pero confirmarlo de primera mano la avergonzó. Pero luego, al notar que se burlaba del amor que ella y Nick se habían profesado la hizo reaccionar. Se giró y le dio una bofetada que lo obligó a voltear el rostro por la fuerza implementada– Evah se cubrió los labios realmente arrepentida de lo que había hecho. Ni bien tomó conciencia de su acción, se quedó en blanco, sin saber bien que hacer o que decir. Entonces, estiró la mano para tocarle la zona afectada, pero él la sujetó con todas sus fuerzas desde la muñeca. - Lo siento, no quise. –Se quejó de dolor cuando sintió como la presión se intensificó– - Tú. –murmuró él y empujándola, la obligó a chocar contra la pared. Pronto la siguió, acorralándola contra esta y su cuerpo, inmovilizándole las muñecas a cada lado de la cabeza.– Te haces la puritana, cuando sabemos lo cachonda que te ponen los establos. ¿Acaso fue por eso que no quieres dormir conmigo? Porque prefieres revolcarte como los animales. –sonrió con satisfactoria maldad cuando nuevas lágrimas rodaron por su pequeño rostro.– Va a ser que te prende la paja y el heno, como a las yeguas o las perras. - Hijo de puta. –soltó forcejeando para que se apartara.– Eres un hijo de puta. - Oh… ya veo. A ti lo que te pone son los campesinos. Mira tú, que chica mala con el morbo del subordinado. –le susurró al oído y ella intentó encogerse inútilmente. Sollozaba ya sin ánimos de contenerse– - Te odio. Me das asco. - pero mira que doble moral se cargan ustedes, niños ricos. –dijo apartándose de ella.– Te advierto una cosa: ni se te ocurra volver a pensar en irte porque me encargaré de que lo lamentes tú y tu familia. Evah se deslizó por la pared hasta caer en el frío suelo y se deshizo en sollozos y espasmos producto del irrefrenable llanto. Se abrazó a sí misma y deseó que todo eso fuera un horrible sueño del cual pronto despertaría. Y ella sentía que lo aborrecía, le asqueaba aún más la idea de haberse casado con aquel monstruo que no lograba más que humillarla. No podía comprender porque nadie la entendía. El amor que había vivido con Nick fue realmente puro y bonito. No habían hecho nada malo, sólo se había enamorado de quien no debía y sentía que ya estaba pagando un precio que consideraba demasiado injusto como para soportar esto también.
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