Cuando bajo al bar para evaluar cómo es que los empleados dirigen en este lugar, me encuentro con mi secretaria sentada en uno de los taburete junto a un hombre alto y lo que podría considerarse atractivo. Me di cuenta de que los ojos de él se iban bastante al culo de Sofía. ¿Quién podía culparlo?
Si ella se dio cuenta, no dio indicios de ello. Me quedé sentado lejos. Vine por una cosa y terminé haciendo otra, lo que no era propio de mí. Sin embargo, estaba casi hechizado mirando los movimientos de seducción que hacía mi secretaria, aunque claramente no los necesitaba. El tipo estaba más que dispuesto.
Comencé a sentir algo.
Un no sé qué. Confundido, arrugué el entrecejo. Hubiera querido que ella estuviera en su habitación trabajando, es vez de estar aquí coqueteando con hombres al azar. Seguramente terminarían teniendo sexo, y, ¿cómo le gustará a ella? Con su personalidad me imagino que es salvaje.
«Basta Christian», me reprendo a mí mismo.
Me acerco a la barra y el barman se me acerca rápidamente al reconocerme. Le pido un lo más fuerte que tenga porque ahora mismo lo necesito. Sobre todo con el día de mierda que he tenido hoy. Tengo a mis hombres investigando a ese idiota, pero estoy muy seguro que está metido en la organización enemiga. De otra forma, no se habría atrevido a desafiarme.
Pero la verdadera pregunta es: ¿cómo sabía que era yo?
Supongo que cuándo le encuentren…
Un momento… él invitó a Sofía a su departamento, por lo tanto ella sabe su dirección.
Sin embargo, ella va a preguntar por qué se la pido, luego me va a dar un sermón de por qué no debería ir a su casa. Es una entrometida, pero maldita sea si no hace su trabajo como nadie. Todavía tenemos pendiente la conversación sobre por qué ella puede entrar al servidor de la policía. Aunque haya sido muy eficiente y me haya dado una idea de quién era el tipo a mi lado, me genera curiosidad.
Quizás mi secretaria no es tan inocente como yo pensé. Una sonrisa de medio lado se abre paso en mi rostro. El tipo que está con ella baja su mano hasta el culo de Sofía y lo aprieta. Claramente eso no le gustó a ella porque se levantó de un salto y luego de darle una cachetada que hasta yo sentí, y no contenta con eso, le dio una patada en las bolas que lo hizo retorcerse.
Me mordí el puño y me levanté para acercarme a ellos.
—Maldita zorra —gruñe el tipo encorvado agarrándose la entrepierna. Cuando se endereza veo que la palma de Sofía está marcada en su mejilla.
¡Esa es mi chica!
—¿Te dije que me tocaras el culo, perro idiota? —le espeta ella. Abro los ojos sorprendido por sus palabras, pero me divierten mucho. Aunque no debería, porque es bien sabido que tiene una bocaza.
—Me sedujiste…
Ella se le acerca apuntándole con su dedo justo en el pecho.
—Si caíste solo con mi sonrisa, no es mi culpa. Pero si creías que te iba a llevar a mi habitación, estás jodidamente demente.
—Creo que deberías irte —digo con voz ronca detrás de Sofía.
Ella se sobresalta al escucharme y me da una mirada por sobre su hombro. Claramente está bastante sorprendida de verme aquí, sobre toda detrás de ella. Pero qué puedo decir, soy un hombre que ayuda a las mujeres. A encontrar su placer o a deshacerse de idiotas.
—¿Quién eres tú? ¿El novio? —me pregunta él y luego vuelve a mirar a Sofía—. ¡Tenías novio, zorra!
Paso por el lado de Sofía y estampo mi puño en la nariz del tipo rompiéndosela en el acto. Él suelta un alarido y cae al suelo agarrándosela. Odio que los hombres se refieran de esa forma a las mujeres cuando no tienen una razón. Porque sé que algunas sí lo son, pero no mi secretaria que puede entrar al sistema de la policía y da patadas en las bolas.
—No soy su novio, pero soy el dueño de este puto hotel, así que si no te largas de mi vista en dos segundos, te vas a arrepentir —le gruño.
Él se queda helado, y se para rápidamente para irse, pero antes de eso lo agarro de la camisa que lleva y lo posiciono de modo que queda frente a Sofía. Ella me mira con una expresión que no puedo descifrar, y luego vuelve a mirar al tipo.
—Discúlpate con ella —le ordeno.
Él gime como si eso fuera lo más humillante que podría hacer. Balbucea algo y Sofía se inclina hacia él dándome una mirada de su escote. Joder, se ven bastante apetitosas desde este ángulo. Aparto rápidamente la mirada.
—No te escucho —le dice ella.
—Disculpa —dice él, casi refunfuñando.
Lo empujo hacia la salida con fuerza provocando que se caiga al suelo. Sofía ríe entre dientes al verlo y se gira hacia mí. Su mirada me ancla al piso, y no sé qué estoy esperando que diga. Mi cabeza es un jodido caos, debe ser el estrés. No hay otra explicación razonable para mis pensamientos.
—No puedo creer que la única vez que lo veo sonreír, sea golpeando a un hombre —dice.
La miro sorprendido. ¿Sonreí? Bueno me gusta mucho matar, pero solo le di un pequeño golpe a ese idiota.
—¿Hombre? —pregunto enarcando una ceja.
Ella hace un gesto de que está de acuerdo conmigo.
—Tiene razón —responde y vuelve a sentarse—. No esperaba encontrarlo aquí, jefe.
Tomo asiento en el asiento en el que estaba el idiota y me pido otro trago del que me habían traído antes. Esa mierda era jodidamente fuerte, estoy seguro de que ni siquiera debe ser legal. Ahora mismo, no me importa.
—Quise venir a tomar algo más fuerte que el Whisky que había en la habitación.
Ella sonríe y tiene una sonrisa preciosa. Es como si su rostro estuviera hecho para sonreír. Pocas personas que he conocido tienen tal cualidad. De hecho, mi secretaria es la única.
—Ah, yo me di un baño en ese fenomenal jacuzzi —dice y no puedo evitar imaginarla desnuda bajo el agua llena de espumas. Quizás este trago está demasiado fuerte—. ¿Qué está tomando?
Me quita el vaso y le da un sorbo. Dios, cualquiera que la viera no creería que es mi secretaria, menos aún que yo soy su jefe. No recuerdo en qué momento le di tantas libertades. Sofía hace una mueca y me lo devuelve.
—¿Acaso quiere morir? —pregunta. Las comisuras de mis labios se levantan.
—¿No tiene mucha tolerancia al alcohol, señorita Guerrero? —provoco.
Ella enarca una ceja y le habla al barman para que le traiga lo mismo. Él duda un poco, pero finalmente le da un vaso. Se gira hacia mí y lo estira para que choque mi copa con la de ella. Divertido lo hago y Sofía le da un trago hasta el fondo dejándolo con un golpe fuerte en la barra.
—Dame otro.
Se gira nuevamente hacia mí y me mira con esa maldita sonrisa socarrona. Obviamente no puede rehuir a un reto.
—Este es el segundo mío —le digo.
Apenas el barman le deja la copa ella se la empina y la vacía en segundos.
Joder, ahora sí que estoy sorprendido, porque no hizo ninguna mueca.
—Pero todavía está lleno —señala sonriendo.
Me trago lo que me queda de golpe y le hago una seña al camarero para que nos traiga dos más.
—¿Sabe? No debería intentar ganarme —dice.
Enarco una ceja y la miro con atención esperando que continúe, pero no lo hace.
—No he llegado a donde estoy por ser un cobarde, Sofía.
+++
En algún momento de la noche perdí la cuenta de las copas que nos tomamos. Ninguno de los dos quería caer ante el otro y ahora tenía demasiado alcohol en mi cerebro como para pensar con claridad.
—Pienso que es un robot, solo espero que le funcione el pene —dice ella echándose a reír. Esta apoyada en la otra pared del ascensor con la mirada vidriosa porque está jodidamente borracha, al igual que yo. Frunzo el ceño por sus palabras.
—Mi pene funciona de maravilla —respondo.
Ella se encoge de hombros y yo me acerco a acorralándola, colocando ambas manos al lado de su cabeza. O eso creo. Los ojos cafés de Sofía se encuentran con los míos, su respiración está agitada, sus labios están rojos y quiero morderlos con fuerza.
—Quiero mostrarte lo bien que funciona —susurro contra sus labios cuando me agacho para quedar a su altura.
—Cómo puedo decirle que no a mi jefe —susurra ella.
Sonrío y llevo una mano detrás de su cuello para tirar su pelo hacia atrás y darme más acceso a esa boca carnosa, pero justo cuando voy a besarla las puertas del ascensor se abren. Me separo de ella y salimos sin decir nada. Estoy duro, más duro de lo que he estado nunca y eso que estoy completamente alcoholizado. Ninguno de los dos camina derecho y a ella se le salen pequeñas risitas cuando se va hacia el lado.
Ambos llegamos a nuestras puertas y nos miramos. No sé quién de los dos da el primer paso, pero de un momento a otro la tengo afirmada contra la pared mientras la beso con pasión. Una jodida pasión que estaba prohibida hasta hace dos segundos antes. Sé que está mal, pero por alguna razón no puedo parar y ella tampoco.
Un pequeño gemido sale desde su garganta y lo pierdo.
Jodidamente lo pierdo.
Abro la puerta de mi habitación como puedo y la tiro sobre la cama. La giro y aprecio ese magnifico culo que me ha volado los sesos desde el primer día en que la vi. No puedo evitar pensar que debería decirle que se vaya a su habitación y terminarlo. No paro de recordarme que soy su jefe y ella mi secretaria. Pero la mirada lujuriosa en sus ojos me impiden razonar nada más que en lo mucho que quiero azotarle el culo.
—Este culo es una puta bendición —digo acariciándolo.
—Eso me han dicho —dice.
Un gruñido sale de mí, lo que me sorprende y a ella también. En estos momentos no soy un hombre, en estos momentos soy un jodido animal y la voy a devorar de formas que nunca volverá a ver. La desnudo por completo y tengo que parpadear para poder enfocar mi mirada. Un cuerpo curvilíneo que va a ser mi jodida muerte, sin embargo, ahora no puedo pensar en nada más que en besarla.
Envío las consecuencias hasta el fondo de mi mente porque lo único que deseo es escuchar mi nombre salir de sus labios en gritos y gemidos. Lo único que deseo ahora es volvernos locos de placer.