Cap. 11 - LA SOLEDAD COMO YUNQUE
No somos estrellas de cine ni de ningún medio, claro, pero en estos encuentros con las del grupo de terapia, siempre hay una protagonista y no fui yo. Se permiten mostrar su fragilidad, mostrarse indefensa. ¿Y yo cuándo?
Estamos para apoyarnos, y desde que se creó el grupo, allá por el 2020, quedamos unidas, hasta en el w******p, entre nosotras, acicateándonos, para que la vida no nos lleve olvidar ningún pedido de ayuda. ¿Cuándo me animo?
El tango y sus embates, el tango y esa pasión que no sentía desde hace…ya perdí la cuenta. El abrazo, la conexión interna desde el pecho, la misma que te cierra los ojos, pero abre las heridas. El miedo a volver a amar y que te defrauden.
Es intenso ese ritmo, uno de los tantos que incorporé a mi vida. Yo avanzaba hacia los ritmos, ellos llegaban mansos, con su enjambre de alumnos en círculo, hasta mi arribo y el destartalar equipos. Creo que soy torpe como cada quién lo es en su primera vez. Esa frase le agradaba a Gus, compañero de Comunicación Social, que la citó en su libro, me invitó a la presentación y no fui. El no fui me persigue. Al casamiento de Moni, la niña que ayudé a criar cuando tenía 10 años y el instinto maternal muy desarrollado; y ella una mamá muy ocupada.
No fui a atestiguar en favor del chofer del micro que atropelló a dos niños, en una desolada ruta de La Pampa. No fui… decisiones
Debería desmenuzar mis no fui y mis decisiones. Me falta tiempo, no tengo agallas.
En fin, aprendí a bailar folclore, con corta edad y me tenían como a una mascotita. Ciento cuarenta y tantas coreografías conforman el baile nacional de mi país. Época linda, vivía mi tío el hermano menor de mi mamá, que me adoptó para enseñarme, a su criterio, lo que valía el esfuerzo, aprender. Para mi desarrollo personal, para mi crecimiento. Como mi segundo papá. Cuando somos jóvenes, la vida nos atropella, sin tiempo suficiente, con ambiciones y sin poder delegar. Entonces aparecen estos ángeles, vestidos de padrinos o tíos mayores que brindan, tiempo y diversión.
Mi papá era muy trabajador, no permitió que nada nos faltara, ni sus ausencias…pero, había una mamá que demandaba mucho dinero, por sus nanas psiquiátricas.
El tema es que me incluyeron en aquél grupo de danza y fui creciendo, flaquita, muy flaquita, intensa y voraz. Quería aprenderlo todo. Ya. El desbarajuste que armaba siempre, era glorioso, inolvidable, jajaja. Volaba con los mil giros y contra giros de la Fortinera, danza de galanteo, independiente y vivaz. ¿Vivaz? ¡Madre del Amor Hermoso! Tan liviana me sentía que temía levitar con el ritmo. Me fui ganado el espacio, hasta me invitaron a formar parte del ballet de la Institución, para que la representara en el gran evento sobre el escenario del Monumento a la Bandera. En algún 20 de junio, día de nuestro emblema nacional. ¡Fahh, qué orgullo! Mamá tampoco pudo asistir, pero le hubiera encantado. A ella le gustaba cantar.
Otra vestimenta, un par de trenzas en un pelo lacio y oscuro, que dejó de serlo con una primera tintura de adolescente curiosa. Cuando empecé a perseguir los cambios.
También pude asistir a las reuniones de los folcloristas en casas familiares, guitarras, vino y empanadas. Cantantes que a medida que corría el alcohol, lo hacían mejor, el interpretar, digo.
Ya no era tan delgada, empezaba a tener mis seguidores. Un viudo desubicado me pretendía, aunque podía ser su nieta.
-Pero tiene plata- me decían
Era una jovencita plena de ilusiones. Y a Edmundo, así se llamaba el viudo, lo veía como a un padre. ¿El tercero? No, es mucho. Un segundo abuelo, queseió. No, no por dinero.
En aquella ocasión cantaba el n***o Beltrán. Un tablón con mantel, sillas a ambos lados: La cabecera para el cantor, se oía Y circulaban, como el vino, el tiempo, como la sobriedad. ¡Porque para todo hay que tener una conducta! A mi lado, Edmundo, enfrente Laura, Zamba para olvidar en la punta, ganando el alma de los concurrentes.
No sé para qué volviste
si yo empezaba a olvidar
no sé si ya lo sabrás
lloré cuando vos te fuiste
no sé para qué volviste
que mal me hace recordar.
Y yo con expresión perdida, mientras Edmundo escanciaba de nuevo mi copa, y otra vez, un Malbec de peña, ¡que saben tan rico! Podía ver nítida, el alma de todos en aquél momento, con ésta sensibilidad que me extravía entre sollozos y sentimientos. La que quiero conservar porque así soy yo, con esos extremos que asustan, que llevan a decir que soy dramática, ¿Y qué si lo soy? Así soy.
Como todo en la vida tiene un principio y un fin, y aquél buen pasar también culminó. Levantaron los utensilios usados, las botellas que eran muchas y vacías. Me aferré a la copa, cuando quisieron separarnos, para comprender que estaba sola en la mesa. En la silla, en verdad, todo habían guardado, menos a mí, a la mascota. Jajaja Sola, y con la mirada vidriosa, estaba para una pintura de pintor desvelado. A mi alrededor, nada.
Edmundo educado, se comidió a llevarme, tenía auto cero km, brillante en un tono celeste de cielo despejado, o así lo describía orgulloso. Todo él era así, en su lugar, ordenado, prolijo, bien oliente. Hasta aquella noche. Mi tío no había ido, me dejó a cargo de Laura y ella no hizo los deberes jajaja. La que suscribe, inexperta en materia de alcoholes, debe confesar haber sufrido su primera y bochornosa borrachera. Archívese y olvídese.
Algo consciente de mi falta de equilibrio me dejé acompañar hasta el bello vehículo, creyendo que eran claras mis respuestas, ininteligibles. Abrí la ventanilla para despejarme, el viudo me preguntó si quería que parara. –No-, le dije, eso lo recuerdo. Y juro que no sé cómo sucedió, una bocanada de lava oscura salió de ese volcán en erupción que era mi boca. No podía parar. Alcancé a abrir la puerta, pero manché la luneta, el panel, tablero de cambios, todo. Todo. ¡Ah y a Edmundo, por si fuera poco, a sus pantalones azul cielo y a su Rólex.!