PEDRO, EL HERMOSO-

1319 Palabras
CAP. 11 - PEDRO, EL HERMOSO. Busqué el significado de vergüenza, parece que viene del latín verecundia y es, textual, la turbación del ánimo por una falta cometida, o por una acción humillante y deshonrosa, ya sea propia o ajena. Bien, me siento una inspiración, ja. La cumplimenté toda: la falta, la humillación, la turbación del ánimo. Mi primera borrachera y yo. Mi torpe ingreso al mundo de los adultos. En las danzas, en el desamor de Edmundo. Nunca más lo vi. Fue divertido. Con el tango también me divertí, pero no me calmo… No somos estrellas de cine ni de ningún medio estuve diciendo, pero estamos solos, como ellos, como todos. A Madonna o a Luismi los fans y su persecución los vuelven solitarios, parece. La soledad es patrimonio del universo, de los que llegaron pronto al éxito y ya no saben qué desear, de los que nunca pudieron llegar y de aquellos que estamos vacíos de amor y no sabemos estar solos. Es como que nadie sabe estar solo. Todo esto mascullaba, Liz, para aceptar su carencia. Pero, bueno, suceden cosas extrañas que no son casuales. Y Amelié también se detenía a pensar en la soledad de Liza. Del tiempo hablamos mucho con mi marido, Lucio, el que lleva el nombre en homenaje a su pueblo, ése. Lucio es un clásico, como la belleza de Grace Kelly, ¿la recuerdan? Se los ve, te enamoran, pero no sobresalen. Aunque cuando “lo pelas” como solía bromear por esto de buscar su carozo, ¡es irresistible! Es un trabajo de hormiga, una labor minuciosa, que concluida conduce a entender que se perdió la pasión. Grace Kelly era bellísima, pero descolló cuando se casó con el príncipe Rainiero. Lucio es así, sobrio, lindo y apetitoso a partir de haberme conocido jajaja Estatura normal: 1,75. No ha perdido la masa muscular en su totalidad por los deportes que practica. Fútbol en todas sus versiones. Cinco, de salón, de 11 en cancha. Tiene algo de pancita, por no negarse a la cerveza. A mí me gusta así, también la cerveza. Siempre tiene un tema de conversación interesante, ese hilo que nunca perdimos o que tal vez fue mejorado con la convivencia. Digamos que de lejos es lindo, de cerca guapetón, a su lado: mío. Pero volviendo a la tarde de confidencias, en algún momento mencioné la mirada insistente de alguien haca Liza. El grupo es tan diverso como nuestros encantos, pero para el caballero en cuestión evidenció sentir un flash al descubrir a nuestra pequeña saltamontes. Otro mote con que la distinguíamos: cortita, vivaz, inquieta. Verde en sus decires y con amplia capacidad de vuelo. La vio conmigo, me asoció a Lucio, a quién conocía de las canchas del Club House. Pedro, así se llamaba el hermoso, era tal cual, dotado de grandiosidad y excelencia. A sus 40 años, tenía la galanura del inglés Jeremy Irons, la barbilla de Kirk Douglas y los ojos violeta de Liz Taylor. De verdad, te dejaba sin aire. Casi 1,90, atlético, manejaba un auto eléctrico que no pasaba desapercibido. Ingeniero recibido en la Universidad de Buenos Aires, Recién llegaba para cubrir un cargo como profesor, en la Tecnológica y Facultad de Ciencias Exactas y Agrimensura. Cuenta una leyenda urbana, que apenas arribó, y con esa forma de hablar tan particular del porteño, el porcentaje de estudiantes femeninas, aumentó considerablemente. Todas querían ser ingenieras, estar con él. Ver y oírlo. Se dice que cuando sonríe, ese silencio ambiguo de dientes perfectos, incrementa la torpeza en el sexo opuesto. Y él, sabe. La noche que jugaron la semifinal de fútbol 5, en las canchas del barrio, se acercó a Lucio, lo convidó con un cigarrillo a tiempo que hacía comentarios banales. Al rato le habló de su interés por Liza, entre volutas de humo y bromas divertidas. Sabía cómo llegar a las personas. Le contó que tiene casa en San Isidro, linda, heredada; un departamento en Puerto Madero, sin mucho énfasis, y como para que sumara a la hora de armar un encuentro. Se fue animando en la conversación, y le confió que la había visto a Liza, que miraba a muchas, que las mujeres rosarinas son espléndidas criaturas, pero que lo que había visto en Liza, dijo, sin querer parecer un pelele, que era como que la conocía. Que quería saber más de ella. le propuso sin más, con todo respeto, enfatizó, organizar una reunión en la casa del country donde vivíamos también. Algo sencillo, asado, que invitaba a él, a todo el grupo y obvio, a Lucio, para no sentirse solo en su primer acercamiento. Todo dicho de golpe, de un tirón. Mi esposo dice que lo vio vulnerable, honesto en su pedido. ¡Estaba encantado! Es más, no sé si algo cautivado por aquél Adonis ¡jaja! Me dio un poco de celos. Corrí al celu, seleccioné al grupo en whats y tiré una frase imperiosa: debemos vernos. Una luna llena, veraniega colmada de formas oscuras, me detuvo. Era tarde para chusmear, quién más quién menos todas teníamos alguna labor por cumplir. Sorpresivamente me contestó Ro, estuvimos hablando mucho por el altavoz para que participe Lucio, quién parecía una cortesana, o una geisha. Si partimos de que una geisha o persona que practica el arte de entretener, acompañar en las reuniones y que inicialmente fueron hombres los que lo hacían, y fueron comparados con bufones- esto dicho por nosotras y una estridente risa de Rosi. Y allí mi marido dejaba de interesarse en la conversación, carraspeaba y miraba la tele. Al rato se volvía a unir, sugiriendo, complacido por este protagonismo inesperado. Lo cierto es que todos habíamos notado el cambio en Liza, la tristeza implícita detrás del esfuerzo de ser ella. La sombra de sí misma, una mujer sola, gravemente sola. La que había intentado todo por resistir, El baile, los viajes, la vida. No lograba entender que lo tenía todo, aunque todo para ella era un compañero y se le había negado. Y volvía a intentar y otra vez le salía mal. Decía que el amor la esquivaba, que mejor adoptaría una mascota y llegó Lola, una gatita y tampoco alcanzó. -Lo ideal- decía mi marido, es que todo sea natural. Que nadie presione, que no haya miradas cómplices, ¡Pero, Lucio!- a dúo, enojadas. -Yo las conozco bien- -Ah, sí ¿y que tanto? - refunfuñaba en broma, Ro. Estábamos todos contentos. Mañana nos reuniríamos para proponer el encuentro, aunque nunca imaginamos lo que pasó El tiempo y sus circunstancias. Al día siguiente, Liz tuvo que salir hacia el sur para cuidar a su madre, se había caído esquiando y hubo que internarla de urgencia. Una más. No tenía buena relación con su mother, como la llamaba. La había abandonado de pequeña, la educó una abuela y aquél tío que por muy eficaz se fue de mambo. Siempre fue una enorme lectora, era quién robaba libros, por su enorme curiosidad, de la habitación del tío, consumiendo páginas y enseñanzas. Historias que alimentaban su imaginación, hasta que llegó a sus manos: Memorias de una Princesa Rusa. Hija del príncipe Demetri, Vávara Softa cuenta con apenas catorce años cuando se inicia el relato. El texto intercala la voz de Katumba Pasha —quien no se escandaliza, pero tampoco aprueba lo que lee en ese diario íntimo— y la de la princesa, quien en los breves tramos del diario personal se ocupa de describir explícitamente sus momentos más hondos de placer, lascivia, lujuria e impudicia. Fuente: Zona de libros. Fuerte. Hay más, claro. Más allá del escándalo que armó el “cuidador” sobre la actitud de la joven Liz, preparó una pira y ostentosamente quemó la obra del anónimo autor erótico. Amenazó e impuso castigos. -Por entonces ya era una buena actriz- ha confesado entre risas. Lo que nunca supo es lo del burro, lo leí hasta el final-.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR