CAP. 18 - LA CITA
Al levantarse, al día siguiente, escuchó el mantra del maestro Thich Nhat Hanh (nadie le ha dado importancia a la H, como esta gente) que era para la compasión. Es hermoso y otorga paz, lo recomiendo.
Luego se abalanzó al celu, buscó las predicciones de otro grande, el profesor Géminis, para leer como sería su día. Envió al w******p, el mensaje que consideró más importante, para la tarotista del sur, preguntando si debía encontrar a Pedro, conocerlo mejor. Liz confesaba que le consultaba las cuestiones indispensables, nosotras sabemos que le consultaba todo. Los pagaba los enviaba por transferencias.
-Bienestar y mejoría mi reina. Pasarás momentos muy hermosos en paz y armonía. Sería conveniente que me consiguieras nombre y apellidos completos, fecha de nacimiento y una foto donde se le vieran bien los ojos. ¿Y hacemos una video llamado, de acuerdo? ¿Te parece, reinita? - .
Liz para sus adentros anotaba que debía pedir turno para depilarse, otro para arreglo de uñas y también con la peluquera. Dejaría pasar unos días, igualmente, como para que no se notara tanto su interés. Esto también le recomendó la cartómana. Que siguiera con los mantras y las meditaciones. -Las relaciones mejoran cuando mejora la comunicación- aseguró.
Si eres como te imagino…
No tengo modo de escaparme
Si eres como te presiento
Estoy perdida en este cuento
Porque sospecho que eres de piel por fuera
De fuego por dentro…
Se oía en la radio, Roja Boca de Los Nocheros, porque parece que cuando en una emerge la ilusión, una nueva, todo se oye como dedicatoria. Son señales creemos, para nosotras.
Y ahí estaba la peque, adelantando el proceso, como hizo siempre, aunque aún no lo llamaba. Debía decidirse sin parecer tan obvia.
Cuando lo hizo, sugirió que fuera a su casa, en terreno local se maneja mejor. Pedro preguntó cuándo, jueves 21 horas dijo sin respirar, que iba a hacer una pasta y él confirmó que llevaría un vino. Ok, ok, ambos. A liza le temblaban las rodillas y fue tan notorio que, por un momento, la casa pareció un colmao.
Los Nocheros seguían cantando, Boca Roja
Si eres como te he soñado
Estoy vencida de antemano
Y sin poner condiciones
Feliz, derrotada, me entrego a tus manos
Liz ya no podía escapar. Pensaba: -Lo pedí. lo soné y ahora estoy tan nerviosa, que tengo ganas de agarrar el auto y escapar…estoy perdida en este cuento. Estoy perdida. La señora que me tiró las cartas me lo dijo, -Conocerás un buen amor, y se irá antes que vos-.
Evitar el encuentro y quizás sólo seguir con un camino espiritual que se acrecentó durante la pandemia; viajar a la India; o convertirme al budismo. Y Pedro permanecería vivo.
Esto le conté a las del grupo. Me miraron mal, ¿Estás loca? ¿Maléfica tenía razón?
Las chicas me colgaron, así nomás, creo que para no caer en sandeces. Hice la lista de compras para el jueves. Sabía de un lugar donde venden el mejor reggiano. ¡Ay esa boca, recordaba! Y recobraba la calma. – Cuánto hace que no tienes una cita, Liza- se preguntaba en tercera persona.
Estás a un paso de decir te quiero…
Repetían los cantantes, los llevaba con ella, y reproducía e tema una y otra vez
Roja Boca me provoca
Y de pronto siento que me muero
Dulces besos me mantienen presa
Terminó de cocinar la salsa roja, se paró un poco para agregar a los sorrentinos cuatro quesos, el resto lo serviría en una salsera de plata heredada. Todo hecho con movimientos mecánicos, tanto que se dejó estar, sumida en sus vuelos románticos…
-Y bueno-, se convencía, -me puede tocar a mí, ¿eh? ¿Por qué no?…
Los sorrentinos se pasaron de cocción, ella encogiéndose de hombros los coló, habían perdido todo el relleno y mostraba un continente blanco, vacíos, ella los comió igual mientras lloraba, garúa primero y como lluvia copiosa después. Los recuerdos se amontonan y la garganta se cierra en una contracción que aprieta y la deja sin aire. ¡Por Dios, estaba histérica!
Decidió elegir la ropa que se pondría el jueves. Casual, pero o tanto; sexy aunque sin provocar. Una malla debajo de un vestido veraniego, le permitiría moverse libremente. Y unas ojotas arregladas, las de noche, no las básicas de goma, claro. Quiero gustarle, que no se canse de mirar y admirar y que Pedro me provoque eso. El embeleso eterno entre ambos, para permanecer y nuca aburrirnos. Para…- Basta, se dijo a sí misma. Otra vez cabalgando a la carrera. Si todavía no me besó. Y sin aprobación del beso, no hay paraíso jaja
Con 42 años, bonita, de cabellos rubios y ojos azules, herencia de una oma alemana, como gusta de contar, por aquella canción
La Oma es una mujer
De setenta y pico de años
Vive en el monte chaqueño
Cerquita de San Bernardo
Tiene los ojos azules
Como el agua de los mares
Porque vino de muy lejos
Y el cielo quedó en su sangre
La Oma es feliz con poco
Digamos que, mejor, con nada
La Oma era rubia y se ve
Que era una linda alemana
Y eso quería Liza, una vida sencilla y grata.
Mide algo más de un metro cincuenta, la peque, un rostro de rasgos delicados. Piernas altas a pesar de no ser alta. Cintura pequeña, figura armoniosa. Lo que más destaca en ella es como se planta en la vida, su forma de andar, su coraje. Eso. Se la ve valiente y naturalmente se la admira. Cuando cuenta que en sus viajes nunca pasaba desapercibida era por eso, se olía su fuerza. Suele llevar colores alegres, que favorecen el color de su piel, como bronceado todo el año. En verano, luego de tirarse al sol, que amaba, se ponía oscura y deslumbrante. El tono de sus ojos se enfatizaba.
El jueves llegó demasiado rápido, nos contaba luego. Pedro arribó puntual. Trajo dos botellas de vinos de boutique. Tres rosas blancas, que sorprendieron a Liz y un pote de helado, de muchos sabores, multicolor. Ambos tropezaron al saludar y casi se besan en la boca, se inquietaron. Él manejó la situación a pesar de que ella era local. La mesa estaba puesta y al principio salieron al parque a beber un aperitivo con unas canastitas caprese (que el que quiere la receta, sólo debe pedirla)
Una luna incompleta iluminaba la noche, lo árboles de naranjos y sus azahares competían con el aroma del jazmín del aire, también blanco, también soberbio.
A lo lejos se oían los sonidos urbanos de la autopista. Estar sólo así, en silencio, hubiera bastado, pero se estaban conociendo. En algún momento él comenzó a cantar y ella se le unió en un murmullo al inicio para ir elevando la voz. Se rieron y todo fue fácil. Ella se abrazó a si misma pues sintió frío. Sin palabras, ahora, Pedro le extendió la mano y la llevó adentro. Todo había comenzado bien.