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Sueños

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multimillonario
arrogante
poderoso
atreverse a amar y a odiar
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drama
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de enemigos a amantes
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Descripción

July vuelve después de estar desparecida un tiempo, tratando de seguir adelante a pesar su triste pasado, porque la vida es como el teatro, hay comedia, drama, tragedia, usamos constantemente máscaras de felicidad, tristeza o enojo y el final de esta obra depende de tus habilidades de actuación y la fortaleza para cumplir tus sueños.

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El regreso
Cuando te miras al espejo después de una vida y observas lo que con tanto recelo y ahínco se ha formado en tu rostro, vale la pena entonces decir que el tiempo ha sido benévolo y hasta grato en tu andar. Más cuando las sombras oscuras forman surcos sin indulgencias y con pesadez, entonces puede decirse que un gran peso se ha formado en el alma y corazón. Esta es la historia de un sueño, uno que terminó incrustándose en la vida con tanta vehemencia que difícil fue sacarle de ahí: ya que cuando las cosas cambian y el universo juega contra ti, todo se modifica para no saber dónde se detendrá, sobre todo junto a los demás sueños que se cumplen sin intromisión. Esto lo aprendió Julianna Wells cuando una mañana después de sentirse perdida se miró al espejo como quien busca una luz al final de un oscuro camino. Siempre había sido algo diferente a lo que la estandarizada forma de sus colegas rayaba. Intrépida e inquieta, con toque juguetón en las facciones y una voz convincente que en más de una ocasión le había ayudado. Rubia de ojos castaños que rayaban muchas veces en lo dorado debido a su eterna sonrisa tatuada y animo en su andar, una joven de ímpetu más que evidenciado que trataba siempre de sonreír a una vida no demasiado feliz para ella. Aun cuando las adversidades se presentaban no quedaba más que vencerlas y forjarse un duro pero sabio camino por donde pasar. Podría ser entonces que una historia no muy interesante se forme, pero solo aquellos que le conocen a la perfección puedan desmentir tal falacia, pues en el largo camino que es la vida muchas historias hay que contar, pero ninguna como la que la joven rubia tiene que dar. Antes de que la mañana a través del espejo se diera y ella se mirara como una demacrada sombra de soledad, existió un relato que no inicia con las clásicas palabras "había una vez", pero comienza más o menos así: Hacía casi un año que no lo veía. En realidad, la universidad se lo había impedido y no era que buscara excusas, era la verdad. Con un poco de desconfianza caminó unos pasos hasta que la puerta de cristal accionó el sistema automático y le permitió la entrada libre al lugar, siempre le había parecido maravillosa aquella tecnología, más no era momento de ponerse a discutir con su mente lo fabulosa o decadente de la vida. Había recibido una... invitación, o al menos así podía llamarle al recado que su compañero de piso le había dejado escrito en un "post-it" pegado en el refrigerador. Indudablemente no había estudiado para descifrar jeroglíficos, pero dada la continua prisa de su compañero no podía culparlo por al menos tomar su recado. Divagaba más en sus pensamientos, su analista diría que se traban de "Resistencia a enfrentar la realidad" y no le quedo más que aceptar que se estaba resistiendo a lo que inminentemente y a escasos minutos se presentaría. Sus pasos despreocupados de siempre se vieron resumidos en torpes pisadas que complementando con las manos en los bolsillos de los pantalones y la palidez de su rostro... en realidad no estaba dando una excelente imagen en aquel lugar. — ¿Puedo ayudarle? — le indicó una mujer de aspecto respetable la cual había seguido sus movimientos desde que entro al edificio. — Yo... no... sí...mmm. La elocuencia jamás había sido su fuerte, pero al menos intentaba no tartamudear, cosa que se presentaba solo cuando la ansiedad hacia presa fácil a su sistema. — ¿Perdón? — inquirió la mujer, que tras su uniforme azul y la mirada despectiva no quedaba demasiado a admirar. — Yo... Sí— afirmó al final, cuando la patada mental que se dio en el trasero la impulso a hablar con claridad. — ¿En qué? La creciente antipatía que se alzaba hacia la recepcionista estaba comenzando a afectarle un poco, bien podía ser alegre y aparentar despreocupada pose de artista de cine, pero también podía ser tan impulsiva como una atleta de juegos extremos. La adrenalina acumulada en su cuerpo no era muy buena, mucho menos cuando dependía del mal humor. — Han solicitado mi presencia. — ¿Quién? Gruñó por lo bajo, aparentemente la mujer estaba disfrutando sádicamente de su ansiedad y olvidando los años en terapia simplemente explotó. — ¿Está usted aquí para preguntar o para dar indicaciones?, de ser así creo que me equivoqué de mostrador. — Está en lo cierto— asintió aquella mujer tras volver su mirada al computador—. Estoy aquí para dar indicaciones, pero también para cuestionar a personas que no son... de mi total confianza. Indicó tras una fugaz mirada despectiva a la muchacha quien sin más depositó ambas manos en el mostrador y adoptó una posición más impaciente y ruda. — Entonces diga a quién puedo acudir para quejarme de usted. — Oh, que calamidad— se quejó la mujer con sonrisa burlona—. A nadie. — El gerente— exigió sin poder controlarse más. — Lo siento, no vino. — El subgerente entonces— bufó, importándole muy poco que las miradas comenzaran a observarla. — De vacaciones; la siguiente en la jerarquía soy yo, así que... quéjese. Eso era demasiado y a punto de golpear el mostrador, alguien con la suficiente prudencia la detuvo. — ¿Señorita Wells? Con el rostro rojo de ira miró a quien se atrevía a llamarle en un momento tan alto de ofuscación, no obstante, la sensatez regresó a ella al reconocer al hombre que le llamaba. — ¡Ed! Que gusto— dijo, exhalando una gran cantidad de aire. La joven caminó en dirección al hombre, olvidando a la recepcionista quien sonrió de lado, su pasatiempo era hacer enfadar a cierto tipo de personas; sabía que se jugaba el empleo, pero eso no la detenía de realizar su labor con el absoluto fin de distraerse un poco. — El gusto es mío señorita Wells; ha pasado mucho tiempo. — Si, demasiado— asintió la muchacha quien apretó fuertemente la mano que el hombre amablemente le cedía— ¿cómo has estado? — Trabajando. — Eso es bueno. — No puedo quejarme— aseveró el más alto, que vestía todo de n***o. — Al menos es empleo. — Así es señorita. — Aunque sobre todo agradezco que aparecieras, esa mujer estaba por volverme loca. — ¿Quién? ¿Samantha? — Si, ella— gruñó, mirando de reojo a la mujer. — Oh, no debe preocuparse, suele ser así de inoportuna a veces. — Que milagro que no la hayan despedido. — Ya sabe cómo es el jefe, extraño, nadie le comprende, sus razones debió tener para contratarla. La frase resonó fuertemente en la cabeza de la joven y lentamente se olvidó de todo a su alrededor. Por supuesto que nadie podía comprender al dueño de aquel enorme edificio, era tan enigmático como sus ojos azules o su presencia autosuficiente y engreída. Nadie podía entender la barrera que siempre disponía para con su persona, nadie a excepción de... — Disculpe, el jefe me mandó a buscarle, ¿le parece bien si subimos ya? Ella asintió y siguió al hombre que la guio a uno de los ascensores del fondo. — De repente la veo demasiado pensativa, según recuerdo así no era usted. — ¿No? — interrogó la muchacha cuando el de n***o presionó un botón. — No, yo la recuerdo siempre sonriente y con algarabía en el rostro, hoy parece como si el sol que lleva se hubiese extinto... simplemente no es la misma. Si, exactamente eso le habían dicho infinidad de veces cuando se sumía demasiado en sus recuerdos o meditaciones. Sin embargo, no siempre era necesario mostrar algarabía para dar a conocerse. — Tal vez al fin las terapias han funcionado. — ¿Le parece? Pues yo diría que es usted misma quien ha cambiado un poco... Por aquí por favor. Las puertas se abrieron y el pasillo largo que miró solo le indicó que por fin había llegado a su destino. Con prudencia siguió al hombre de n***o, quien no era más que el guardaespaldas principal de la persona que seguramente le esperaba ya. Desde que lo conocía, Ed había sido un buen hombre y hasta indirecto consejero que daba en el blanco sin siquiera proponérselo, un buen elemento de seguridad con su 1.95 de estatura, musculatura sorprendente, con un corazón enorme y sensible como nadie que hubiera conocido. Si, en verdad le había extrañado en ese tiempo, pero tenía sus motivos por los cuales se hubo alejado. Ed tocó un par de veces a una puerta y de inmediato la abrió sin aguardar respuesta, ese era su modo de ser. — Permiso señor, la señorita Wells llegó. — Que pase. Aquella frase estremeció por completo el cuerpo de la rubia, cuyos ojos castaños temblaron al unísono de su sistema — Ya lo escuchó — le guiño Ed tras permitirle el paso a la joven quien con los mismos torpes movimientos del principio camino al interior de la habitación. Solo fue capaz de escuchar cuando el guardaespaldas cerró la puerta y el silencio del lugar llenó sus oídos por unos instantes. Nada había cambiado en el lugar, a no ser por las macetas con helechos que se encontraban estratégicamente colocadas bajo un par de lámparas con poca luz. Elementos esenciales que solo un experto podría saber. — Vamos, no te quedes ahí, camina. Una orden más que una invitación, esa era la manera de comportarse que su anfitrión tenía. No podía pedir manzanas donde había peras, por lo que tragando con fuerza y aun sintiendo la boca pastosa se encaminó al interior del enorme privado, sin embargo, cada paso era una tortura en su pecho, de buenas a primeras no sabía el por qué se encontraba allí, o el por qué había accedido a la "invitación"; no sabía por qué temblaba cuando se suponía que ya había olvidado todo lo referente a eso que durante años había sido el tema central de sus terapias y pensaba ya superado; no creía posible estar pisando ese lugar nuevamente e incluso se encontraba rezando una oración que un buen amigo le enseñó una vez, no era que fuera una devota religiosa, en realidad solo creía en el supremo señor de los cielos cuando las cosas en la vida se ponían tensas o pesadas, era mejor acudir a él en una especie de milagro que obviamente no apareció. Cada paso era un tormento, pero no podía dar ninguno hacia atrás, siempre al frente, aunque le costará la vida. — Parece que no desayunaste ¿No puedes indicarles a tus piernas que caminen más deprisa? Su usual toque personal se avistaba nuevamente y ella solo pudo sonreír con una extraña mueca entre ironía y remembranza. Qué si le agradaba escucharlo, eso no podía precisarlo, pero al menos aquel recibimiento le había servido para darse valor de donde no creía que existía nada. — Tan propio de ti el recibimiento, al parecer no aprendes la cordialidad de un saludo, ¿verdad? — ¿Debería? — preguntó irónica la voz del que en unos segundos más se evidenció sentado bajo la escrutadora luz de un inmenso ventanal. — Al menos así serías un mejor anfitrión. — Yo no quiero ser un buen anfitrión, yo solo quiero ser el mejor en todo. Simplemente no había quien pudiera ganarle y eso la rubia lo descubrió hace muchos años cuando lo vio por primera vez. — Bien, aquí me tienes, ¿para qué me llamaste Killian? El aludido sonrió y July no pudo más que recordarse a sí misma no mirar los brillantes zafiros que muchas ocasiones se transmutaban en estoicos, irónicos o cualquier otra cosa que no iba precisamente de la mano con la amabilidad, pero a pesar de eso eran sinceros, y el brillo indescifrable que la rubia vio en ellos así se lo hizo saber. — ¿Ahora quién es la descortés?, tanto tiempo sin vernos y ese es el saludo que me das; si no fueras parte de mi familia ya habrías probado un poco de mi medicina especial. Era suficiente, July no estaba preparada para el súbito cambio de actitud del hombre de ojos azules, simplemente la amabilidad no iba con él y la bella sonrisa que los labios de Killian delinearon no iba tampoco con su recia personalidad. — Dime ¿en dónde dejaste al Alex Killian normal? — inquirió con sorpresa, esperando que todo fuera un sueño o mejor, una pesadilla. — Aquí; solo que con los "amigos" puedo darme el lujo de ser como soy en realidad. No, aquello debía ser una especie de chiste o algo así, un año atrás el muchacho que se incorporaba de su asiento y le extendía amistosamente la mano era un manojo de contradicciones, sentimientos enredados y el ceño siempre fruncido en decisiones sin flaquear. ¿En dónde había quedado entonces la arrogancia, la distinción, el diablo empresario que congelaba con tan solo mirarle?, el que le saludaba no podía ser y así se lo hizo saber nuevamente sin titubear. — No eres tú. — ¿No? ¿Entonces quién sería, July? La joven parpadeo, definitivamente había entrado a la dimensión desconocida. — Para empezar tu jamás me llamas como mis amigos y para terminar... no eres amable ni conmigo ni con nadie más ¿qué demonios te ocurrió? Killian comprendía su aturdimiento más solo sonrió y la invitó a sentarse en la pequeña sala a su derecha. Tenían mucho que conversar y tenían todo el tiempo para hacerlo. — Digamos que después de todo una persona pudo controlar mi mal genio, no obstante, como te dije, solo con aquellos que conozco, con los demás continúo siendo el muro de hielo que recuerdas. — ¿Una persona? — preguntó la rubia recibiendo la copa de vino que le extendían. — Claro, ¿quién más podría ser? July sorbió instintivamente un poco de vino mientras bajaba la mirada, era obvia la respuesta y ella no la daría en voz alta, después de todo era innecesario. — Me alegra, eres una persona mucho más tratable aun con tus necias oposiciones y deseos de ganar. — Siempre gano, no lo olvides, yo no dije que el cambio fuera permanente, solo indispensable para hacer más llevadera esta conversación. — ¿Entonces solo lo haces para que esta "reunión" no termine mal? — Digamos que le prometí a ella que no resultaríamos lastimados y eso incluye mi inmueble privado, ¿tienes idea de lo que me costó el vidrio del ventanal la última vez que estuviste aquí? Killian miraba su copa, con una postura elegante sobre el sofá frente a July, mientras ésta recordaba perfectamente como la enorme ventana se había quebrado. Ambos eran como la sal y el azúcar, aparentemente no se soportaban y siempre que se miraban resultaban heridos física o emocionalmente. — Sí, creo que es mejor una actitud neutral a una dura, no quiero deberte la oficina entera. — Claro que no, no te alcanzaría la vida entera para pagarla. July gruñó, ese era el ojiazul que conocía, más en el fondo se alegró de que al menos charlaran de esa manera. — No es que apresure las cosas, pero... tu llamada me extrañó mucho, ni siquiera estaba enterada de que conocieras mi paradero. — Te esmeraste mucho en cubrirlo, no obstante, recuerda que con dinero todo se puede. — Debí sospecharlo. Murmuró la rubia tomando más vino. — Conseguí tu numero fácilmente, lo que no sabía es que vivías acompañada, espero no haber importunado nada. La chica tardó un poco en entender lo que el ojiazul había dicho, después solo negó con una sonrisa en sus labios. — Gabriel es solo un amigo, es mi compañero piso, compartimos departamento, él se la pasa demasiado ocupado como para tener algo serio. — Es lo que supuse, me apresuro bastante al tomar el recado. — Sí, así es él, siempre contra reloj; en cierta medida me recuerda un poco a ti— reveló sin sentirse apenada. — ¿De verdad? ¿Por qué? — Porque siempre maldice cuando las cosas le salen mal o cuando no llega a tiempo a alguna reunión... trabaja en la bolsa de valores. — Interesante currículo, lo tomaré en cuenta para la próxima vez que te pida una linda cita. Entonces July enrojeció en desmedida, si bien Killian podía ser insoportable tanto como lo eran sus bromas, esa en especial no le gustó mucho. — Yo... yo... — Calma Julianna, serías el último adefesio a quien acudiría en caso de querer una cita. — Lo mismo digo— indicó con indignación la rubia, odiaba cuando él bromeaba. — Bueno, dejando de lado las niñerías, pasemos a lo que nos atañe; ella quiere verte y cuando digo que quiere, es en calidad de urgente. — ¿Por qué? ¿ocurre algo? — la exaltación en la joven acudió a ella tan rápido como la directa forma de ser de su interlocutor, y aunque peleaban, siempre hablaban sin rodeos. — No lo sé, ella no ha querido decírmelo. El suspiró mitad frustración mitad desesperación que el ojiazul lanzó no le gustó demasiado a la rubia, quien trató de indagar más al respecto. — ¿Cómo que no ha querido decírtelo? DEBERÍAS SABERLO, POR ALGO ERES SU... — Lo sé y créeme que no es de mi total agrado quedar a la expectativa y al margen de lo que hace, pero es tan terca como tú y ante ello no puedo hacer nada, solo me ha pedido que te busque, contacte y pase el recado; en lo demás estoy en ceros. Aquello no era bueno, tratándose de Killian sabiéndolo todo (no en balde era un genio), el que no supiera era algo alarmante, mucho más al referirse a la única mujer que tenían en común y que en cierta manera los unía un poco. — Yo... no sé qué hacer. — Ve a verla, es lo mínimo que le debes por este tiempo que permaneciste desaparecida. — No desaparecí, solo estaba estudiando— debatió con su usual impulsividad. — No importa lo que haya sido, lo estuviste, y créeme, aunque yo sea el más ruin de todas las personas, no le habría hecho "eso" a mi hermana. Para la desgracia de July, Killian tenía razón, aunque se encontrara estudiando nada justificaba la falta de contacto con la única persona y familia digna de su corazón, ni siquiera por sus más secretas razones. — ¿Y bien? ¿Qué harás? July depositó la copa medio vacía en la mesa que tenía en frente y cruzo los brazos sobre su pecho, cosas como esas no se pensaban demasiado, desgraciadamente por algo se había alejado de su hermana y claro, del joven cuya mirada mortifica a quien observa. — No sé ¿quiere verme en tu casa? — ¿En dónde más?, sabes que no puede salir mucho y no voy a arriesgarla por algo tan sencillo como una visita de cortesía. Era cierto, su hermana no estaba en condiciones de salir, mucho menos cuando ella podía ir a visitarla, un dilema tras otro, todo en el mismo día. — Tengo algo que hacer esta semana, ¿te parece bien que los visite el sábado? Se armó de valor para mirar al ojiazul, pero nunca espero mirar interrogación en sus ojos. — ¿Los visite?... No, a ella es a quien visitarás. Si, era verdad, era solo por su hermana que estaría ahí. — ¿Entonces el sábado está bien? — El día que quieras, por mí no hay inconveniente, solo ten cuidado con lo que puedas romper. — ¡Oye, no voy por la vida rompiendo cosas! — Eso es lo que tú crees. Había sido apenas un murmullo, pero la rubia lo había escuchado perfectamente, el mutismo que siguió a ello fue exasperante para July, pero debía comprender que después de un año y con tan repentino llamado era algo duro socializar, especialmente con la persona que menos imaginaba en este mundo. — Te... tendré cuidado con lo que pueda romper Killian, por eso no te preocupes. — Más te vale. Indicó el ojiazul mirando con seriedad a la muchacha que asintió y se incorporó del sofá. — Debo irme, estoy un poco ocupada y no deseo quitarte más tu tiempo; comunícale por favor a mi hermana que la visitare y... gracias por informarme. — No es un placer, solo lo hago por ella. — Sí, por supuesto, ¿por quién más habría de ser? La atmosfera tensa que caracterizaba las reuniones del dúo había aparecido repentinamente sobre ellos, eso era a lo que July estaba acostumbrada: a la dureza de las facciones estilizadas del genio y a la incomodidad que ella pudiera sentir debido a ello. Una barrera que podía ser catalogada como enemistad y sin embargo ni tan cercana como la misma palabra podía ser. — Entonces... hasta pronto Killian. — No choques con la puerta al salir. July frunció el entrecejo y girándose caminó hacia la puerta, aquella despedida era digna de ambos: típica, sencilla y exenta de todo sentimiento que pudiera fingirse, como el que recibió cuando entro al lugar, la puerta se cerró tras la rubia sin hacer un solo sonido y la chica aprovechó para recargarse y suspirar sonoramente. La ansiedad se había desvanecido y todo lo demás junto con ella, al final fue tarea sencilla reunirse con él y hablar de su hermana, las cosas habían comenzado diferentes pero finalizado como siempre o como solían serlo antes de su autoexilio. — Está bien, no tengo que preocuparme porque sea alguien que no es; mientras siga siendo el mismo millonario engreído yo estaré bien— susurró. Con paso seguro, pero no por ello menos vacilante, se dirigió al ascensor, donde Ed la esperaba para guiarla a la planta baja. — Su conversación con el jefe fue corta. — Fue lo que tenía que ser. — No escuché vidrios romperse en esta ocasión. July sonrió, en su última entrevista con el millonario, aquella vez había lanzado hacia Killian un pesado pisapapeles que terminó estrellándose contra la ventana, en eso había resultado su último encuentro. — Cosas como esas suelen pasar— murmuró un tanto azorada por la risita del guardaespaldas. — Sí, claro, mucho más cuando ambos tienen un carácter similar. — ¡¿ÉL Y YO?! — exclamó con espanto—. DE NINGUNA MANERA ME PAREZCO A ÉL. — Eso es lo mismo que él dice y ya ve, aunque siempre discuten pueden tolerarse, usted es la única persona que puede hablarle fuerte y directamente para hacerle ver lo que no puede, desde luego que esto también pasa a la inversa. — ¿Qué tratas de decir? — inquirió July con un poco de enfado. — Nada, es que simplemente algunas personas nacieron para ser pares, es como el fuego, no puede vivir sin viento que lo avive. — Pero el viento puede vivir sin el fuego. — Literalmente, sí, sin embargo, se complementan. July guardó silencio mientras el ascensor se abría en el lobby, lo único que deseaba era salir de ahí y refugiarse en su habitación para escuchar alguna canción que hablara del calentamiento global o aún mejor, del viento moviendo las hojas de los árboles. — Fue un placer verla señorita Wells, espero que no sea la última vez. — No Ed, no lo será, creo que... ya tengo tiempo para ver a algunas personas otra vez. — Eso espero. Sin más ambos se separaron y July volvió al exterior donde el sol brillaba intensamente y no había nada que se comparara con la libertad que aquello le causaba. — No sé qué voy a hacer— musitó cinco cuadras ya lejos de aquel edificio que acababa de dejar—. ¿En qué lio me he metido? Dios ayúdame— gimió desesperada. Lo que menos deseaba en ese momento era recordar, ya que si lo hacía, estaba segura de que caería desmoronándose sin la más mínima intención de recuperarse. Tomar un taxi e ir a sus deberes era lo mejor que podía hacer por el momento, entre más ocupada estuviera mejores serían las cosas para ella, lo único que deseaba era dejar de temblar o sentir que sus manos sudaban desesperadas, o mejor aún, que su corazón recuperara el sonido tranquilo que la caracterizaba y que su mente dejara de ver el par de orbes azules que le provocaban vértigo sin querer, de nuevo comenzaba la historia, pero estaba segura que no se repetiría. * * * De vuelta a la oficina de cierto millonario, el hombre hablaba por teléfono. — ¿Y qué conseguiste? —preguntó su esposa. — Irá a verte el sábado. — ¡¿De verdad?! — Sí. — ¡Eso es fantástico Alex! Muchas gracias. — Todo por ti. Después de unos cuantos halagos por parte de aquella voz femenina, el ojiazul terminó colgando el auricular y pidiendo a su secretaria que no le pasara llamadas de ninguna clase. El encuentro que tuvo lo había dejado exhausto pues no era fácil contener sus sentimientos cuando estaba acostumbrado a expulsarlos todos en forma de enfado u orden. La tentación había estado a la orden mientas la "plática" con Julianna se había efectuado, solo el cielo sabía cuánto luchó por detener sus impulsos o arranques de ira y no imprimirlos ante el rostro pálido de la rubia que acababa de marcharse. En ese tiempo la probable antipatía de que había nacido en consecuencia al carácter y modo de ser de Julianna se había extinguido un poco para pasar a la tolerancia y hasta la comprensión, no obstante, el último año había sido diferente, de solo recordar las noches de sollozos que había tenido que escuchar en silencio provenientes de su mujer, eran suficientes excusa para romperle el cuello a la rubia; pero había prometido no exaltarse y siempre cumplía sus promesas por muy difícil que parecieran, ahora solo restaba saber si continuaría escuchando sollozos por parte de su amable cónyuge o acabaría rindiéndose a ese enigma que resultaba la chica, púes era imposible; como la mismísima Serena Killian le dijo, no podía permanecer demasiado tiempo enfadado con una persona que involuntariamente se ganaba el cariño del quien le conociera. — Estúpida idiota, si vuelves a lastimarla pagarás— sentenció, sabiendo de antemano que eso no pasaría. Si había una persona que Julianna más quería en la vida, esa era su hermana y por nada del mundo la haría sufrir de nuevo, algo que por cierto le recordaba la desaparición de su cuñada, ¿por qué July había huido así de su hermana?, esa era una pregunta que tal vez él no resolvería, pero su esposa probablemente sí.

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