La mente de July siempre ocupada funcionaba bien cuando algún pendiente se atoraba en su vida, procuraba pensar en él y si éste resultaba sencillo la preocupación no le agobiaba, pero si por el contrario aturdía su mente, durante su itinerario se transformaba en un manojo de nervios que no se calmaba con nada y estaba alerta de cualquier cosa. Por mucho que habría querido quitar de su mente el compromiso del sábado simplemente no pudo, aunque estuviera aún le quedaba tiempo, sin embargo, un día da paso al siguiente y así sucesivamente hasta que las hojas estampadas con números y días de la semana se acercan al día marcado con rojo y entonces, ella no pudo huir de lo inevitable.
Sí, quería cancelar, sería lo más aceptable, tal vez, pero no podía hacerle eso a su hermana, no a ella que había esperado mucho para volver a verla. Así que a primera hora y siendo inútil esperar más, tomó el autobús que la dejara lo más cerca del hogar de su hermana, el incesante tamborileo de sus largos dedos sobre sus piernas o el movimiento de estas, solo podía indicar su nerviosismo, en realidad no había por qué ocultarlo, no es como si estuviera dirigiéndose a su último destino, más tenía demasiadas cosas por las cuales creerlo de esa manera y aunque trataba de que su faz se relajara, nada durante el trayecto consiguió que lo hiciera.
Una hora más tarde se encontraba caminando por una zona ubicada al sur de la cuidad, donde se ubicaban las construcciones caras. La zona alta ¿En dónde más viviría su hermana teniendo por marido a uno de los hombres más ricos del mundo?
Suspiró, deteniéndose un momento a contemplar la arboleda que cubría la reja de una de las mansiones, se sentía como una olla a presión cuyo horripilante regulador se encontraba justo en su pecho impidiendo la entrada y salida de oxígeno, sudaba demasiado y la intención de regresar sobre sus pasos cada vez se hacía más atractiva, más dadas las circunstancias y las palabras de Killian, no podía huir; al menos no otra vez.
— Es verdad, es lo mínimo que le debo por desaparecer así, además... solo seremos ella y yo.
Trató de infundirse ánimo, aunque sabía que era en vano, jamás se había distinguido por su cobardía o miedo, dio un par de pasos antes de detenerse nuevamente y buscar un sitio en donde sentarse, estaba segura que de continuar así, tardaría toda la mañana y parte de la tarde en llegar. La banca debajo de un árbol en la acera le sirvió a la perfección, solo que, en lugar de sentarse cayo de sentón, lo único en su mente era relajarse un poco y terminar de sentirse como una estúpida cobarde y sin decisiones, entre más lo pensaba, más se adentraba en sus recuerdos, factor que la lastimaba en sobre medida e inevitablemente.
— ¿Qué voy a hacer?— preguntó a la nada restregando sus manos sobre su rostro.
La desesperación que sentía era tal que por un momento creyó que desfallecería o peor, que saldría corriendo cual niña indefensa y asustada, pero pese a la ridícula imagen formada en su cabeza, así se sentía: una criatura indefensa a cuestas de no saber qué hacer, con un inmenso nudo en la garganta y el corazón resquebrajándose por la amargura de los días vividos y jamás olvidados, siempre había sido su deseo olvidar todo y comenzar de nuevo, a pesar de todo ese dolor... sin embargo la realidad le enseñó que no podía ser así, tendría que vivir con su pasado y mientras no lo superara sería su cruz y su martirio.
El asfixiante calor que comenzó a sentir le hizo abrir su chaqueta y ventilar un poco su pecho, sabía que le estaba dando un espectáculo espantoso a los peatones y transeúntes, aun así, ya no estaba en su poder guardar la compostura, en esos momentos se estaba rindiendo completamente a lo que experimentaba y estaba segura de que ni la voz amable de su hermana la sacaría de eso que sentía. Necesitaba con urgencia nicotina, por lo que buscando desesperadamente en su chaqueta dio con lo que a su parecer tal vez la tranquilizaría, en el acto desenvolvió goma de mascar y la introdujo en su boca, comenzando a sentir un efecto placebo de alivio.
— No sé cómo esto sirve, pero en verdad, bendito aquel que creo estas malditas cosas— sonrió, recargándose en el árbol de al lado.
Era el tratamiento que los fumadores utilizaban para dejar el hábito, consistía en mascar aquellas gomas que poco a poco, según la prescripción la alejarían del tan llamativo vicio.
July se estaba acercando a la segunda etapa de tres y conforme masticaba se relajaba, tal vez dentro de poco ya no necesitaría esa pequeña carga de nicotina en su sistema, era difícil salir de eso y muchas cosas más, pero su determinación era grande y admirable.
Ya más relajada y pensando coherentemente, suspiró muy alto para finalmente incorporarse y continuar con su camino, sus pasos eran temblorosos, al igual que aquel día al entrar al edificio de Killian, aunque más convencidos de que hacia lo correcto. La mandíbula se abría y cerraba al ritmo que la chica le imprimía y de repente, la idea de mascar más rápido se hizo tentadora, y así lo haría a menos que le dolieran los dientes, necesitaba una distracción y una manera de darse valor donde no había más que terror. La acera la guió por una pequeña pendiente que cruzó sin problemas, cuya cuesta desembocaba justamente en aquella casa que tenía por destino.
Al acercarse a la mansión, la miró por unos segundos, había estado en ese lugar solamente tres veces, no le gustaban las cosas ostentosas, mucho menos una atmosfera donde la hipocresía y la élite sobrepasaban la suya, desafortunadamente si su sueño se cumplía alguna vez, probablemente se vería rodeada de personas como las que vivían en aquella zona, donde las sonrisas fingidas y el trato semi amable era lo que estaba a la orden del día. Abriendo y cerrando los dedos finalmente se atrevió a tocar el timbre y con igual impaciencia aguardó, mientras lo hacía inconscientemente recordó.
POV July
La primera vez que me acerque a un sitio tan grande, pensé que sería un sueño o al menos suerte antes de que me echaran a patadas, cuando entré a esa mansión, pensé que uno de mis anhelos se había vuelto realidad, soñaba con paredes de oro y techos de plata o rubí, sillas de madera fina y ventanas de cristal caro, un sueño hermoso que en nada se parecía a la realidad. Había lujos, mucho más de lo que yo imaginaba, la realidad sobrepaso algunas ilusiones de mi infancia.
Tendría yo... no recuerdo bien, sin embargo, estoy segura de que pasaba de los veinte, como sea, mis ojos brillaban ante el esplendor y la idea de estar en un castillo como en el que infinidad de veces imaginé de niña.
— Entre— me señaló un educado sirviente que me hizo sentir inferior, incluso ese hombre tenía más modales que yo.
Recuerdo que las piernas me temblaban, siempre ha sido así cuando algo fuera de mi control sucede y aunque yo solo iba de paso me sentía emocionada, el mayordomo me guío por un largo pasillo en donde cuadros y espejos contrastaban con el impecable suelo, por un momento creí que hasta yo podría reflejarme en él y vi que no erré en mis deducciones.
— La falla está adentro, ahí le indicaran donde.
Asentí en silencio y caminé a la cocina donde varias personas conversaban mientras efectuaban sus quehaceres.
— Hola, ¿en qué puedo ayudarte?
La amable cocinera me recibió con una sonrisa y no pude más que devolvérsela y admirar que incluso ese lugar era fantástico, calculaba que no equivalía ni a todo mi hogar.
— He venido a arreglar un problema.
— Oh, ¿la fuga?
— Aja.
— Gracias a Dios, estaba a punto de gritar de la histeria.
La mujer me señaló un lujoso fregadero que no parecía tener ningún error.
Sosteniendo mi caja de herramientas con la mano izquierda y abriendo el gabinete del mueble con la derecha inspeccioné aquello que me había llevado al interior de esa inmensa morada.
— Solo te pediría que no dañes demasiado el mármol, el ultimo plomero se fue de aquí sin pago, el patrón es... un tanto especial.
Asentí nuevamente, estaba segura de que ni con todo el salario de mi vida saldaría algún accidente dentro de esa mansión, por lo que estuve consiente de ser más precavida que nunca, siempre fue mi destino trabajar, me gustaba ganarme mi propio dinero y ahorrar un poco para el colegio, era lo único que podía hacer con las condiciones tan precarias de vida que llevaba. Podría decir que era "todóloga", especialista en esto y aquello: plomera, mecánica, electricista, jardinera, conserje, estilista, enfermera, cajera, repartidora y cualquier cosa que mis manos y mi ingenio pudieran hacer. Por ello y sin tardanza me dispuse a reparar lo que a simple vista era una insignificante fuga y que terminó convirtiéndose en una inundación; con sudor en la frente y después de un par de horas conseguí solucionar el problema, no de manera permanente, pero al menos hasta que el dueño de la casa se animara a cambiar la vieja tubería de la cocina.
— Hice un desastre— murmuré al mirar al piso lleno de agua.
— Descuide, al menos solucionó el problema.
— Lo hice, aun así, déjeme solucionar el otro.
Sin más pedí un trapeador y una cubeta y en el acto comencé a limpiar mi desastre, los empleados me veían trabajar admirados, mientras charlábamos de cualquier trivialidad, dijeron que yo no era como los demás, pues solían recoger el desastre que dejaban otras personas que iban ahí a arreglar algo. Mientras mi overol gris se secaba, la cocinera me invitó un refrigerio y de esta manera me enteré un poco sobre los dueños de tan linda mansión.
Se suponía que el antiguo patrón había muerto hacía unos años, repartiendo su herencia entre sus dos hijos, siendo el mayor quien administraba la mayor parte de sus posesiones. Envidié la acomodada vida de aquellas personas, pues yo, desde temprana edad había tenido que salir a trabajar mientras que el par de ricos jóvenes simplemente habían tenido la suerte de nacer en cuna de oro.
— Ambos patrones son amables a su manera, pero reacios como el antiguo amo; su carácter es complicado pero los dos gozan de una inteligencia inigualable.
— ¿Enserio?— pregunté intrigada.
— Sí, se suele decir que ambos son genios y que era gracias a su padre.
— ¿Cómo es eso?
— No lo sé, pero si las personas dicen que los patrones son genios, entonces les creo, son muy jóvenes y a pesar de eso ya dirigen el imperio del antiguo señor.
Lindo enterarme de que aparte de ricos... genios. La vida sí que da sorpresas.
— El amo le espera para pagar sus servicios— dijo el mismo hombre que me recibió.
Me apresuré a terminar mi sándwich y agradecer las atenciones de la cocinera, dirigiéndome rápidamente hasta donde me pagarían. El mayordomo me llevó hasta la puerta del estudio.
— Pase, la espera.
No dejaba de imaginar el rostro de quien me pagaría, sintiéndome tonta respiré hondo y me adentré en el lugar.
— ¿Ha terminado con las reparaciones?— me cuestionó un chico que tendría más o menos mi edad.
— Sí señor, lo hice lo mejor que puede.
Mi sonrisa se borró con la dura mirada azul grisácea que el muchacho me lanzó, tal vez había cometido un error.
— Lo mejor jamás es suficiente, siempre debe ser excelente.
— Bueno y-yo... me esmeré— tartamudeé, no me había encontrado con tales palabras en mi vida.
— ¿Te esmeraste?
— Sí... al menos dentro de lo que me permitió la vieja tubería.
— ¿Lo que dices entonces es que te ha limitado un tubo?
— Así es.
El joven tras el escritorio me sonrió con mucha menos altivez y me indicó que me acercara más a él.
— Comprendo, entonces cambiaremos la dichosa tubería.
— Sí, eso sería lo mejor.
— Bueno, aquí tienes lo de tus servicios más un cargo extra por tu sinceridad.
Me sentí halagada, pero dado mi orgullo no podía aceptar la enorme cantidad que me ofrecía.
— Lo lamento, no puedo recibir más de lo justo.
— Pero te lo mereces— insistió el muchacho tratando de convencerme.
— Quizá, no obstante, es imposible para mi aceptarlo, de todas formas, agradezco su generosidad.
El joven me miró de pies a cabeza y su escrutadora mirada me hizo temblar un poco.
— Entiendo, entonces toma lo justo.
Acepté el cheque que me daba del cual solo recibiría una mínima parte después de entregarlo al jefe.
— Me retiro señor, muchas gracias.
El joven sonrió y me acompañó hasta la puerta, debido a eso me di cuenta de algo que no imaginaba, el muchacho de apariencia altiva y amable carácter se hallaba en silla de ruedas.
— ¿Te sorprende?— indagó cuando mi mirada observó de más.
— Sí... no... yo...
— No se preocupe señorita, es normal la reacción.
Me sonroje, lo admito, y eso que siempre me esforzado por no aparentar la sensibilidad que poseia para estas cosas, aunque no pareció importarle al joven quien rio de buen agrado.
— Un día fui como tú, podía caminar; era un atleta ¿sabes?
— ¿De verdad?
— Sí, a pesar de que a mi padre le gustaba más que estudiara a que corriera, pero la pasión por la velocidad es algo que no puede describirse para mí.
— Al parecer le gustaba mucho— insinué rompiendo su ensoñación.
— Sí, y me sigue gustando, aunque ya no pueda hacer nada.
— Lamento escuchar eso y lamento que no pueda hacer más por continuar con sus gustos.
— Sí... yo también.
— Bueno, espero que se esfuerce en lo que pueda y encuentre algo nuevo que disfrutar.
La tristeza no era buena consejera, por lo que termine despidiéndome y saliendo de aquella mansión de ensueño que resguardaba como fortaleza a un muchacho de imponente carácter, pero de dulces conversaciones. Esa fue la primera vez de varios encuentros, y no fue sino hasta tiempo después que regresé a esa casa para compartir dos sucesos que modificaron mi vida por completo.
Fin POV July
— ¿Sí?
La gruesa voz del interlocutor exaltó a la joven, porque de inmediato salió de sus cavilaciones.
— ¿Sí?— repitió la voz un tanto ofuscada.
— Ah... he venido visitar a la señora Killian— indicó mientras la pequeña pantalla del aparato se encendía y una cámara sobre la reja la enfocaba.
— ¿Señorita Wells?
— Hola Graham— saludó cortes mirando al hombre que hacía muchos años le recibiera en aquella mansión.
— Que gusto verle, permítame, ya abro la puerta.
El rechinido de la reja le permitió saber que la entrada estaba libre para ella, caminó hasta la puerta principal donde el mayordomo le esperaba.
— Que sorpresa verle señorita Wells.
— ¿Sí verdad?
— Pase, pase, la señora la espera con ansias desde muy temprano, como no indicó la hora de su llegada ella dispuso todo para el desayuno, el almuerzo y la cena.
July sonrió, así era su hermana, siempre previsora y dispuesta a todo para satisfacer a los demás, mientras la guiaban por los corredores una vez conocidos, no pudo saber en realidad en qué momento se había ganado la cordialidad de la servidumbre, así como también la imparcialidad del mayordomo que le sonreía y cuestionaba como si le conociera de toda la vida. Era un misterio, pero le alegraba el trato.
— La señora espera en el salón de té, ¿desea que le sirva algo diferente?
— No, té estará bien para mí.
— Entonces pase, le dará mucho gusto verla nuevamente.
La rubia miraba al hombre desaparecer por la esquina y se dedicó a sentirse más vulnerable que antes de entrar a la mansión, pensó entonces que la goma de mascar sin sabor dentro de su boca no bastaba para su ansiedad, pero temiendo mortificar a su hermana se preparó para desplegar sus habilidades, lo que mejor sabía hacer en la vida: "engañar", así que plasmó una luminosa sonrisa y giró la sofisticada perilla.