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A oscuras con el jefe

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Descripción

Diez años atrás, Maddox Sterling juró que nunca volvería a pronunciar su nombre.

La noche antes de partir al extranjero, encontró a la mujer que amaba —Clarisse Hutton— en la cama con su mejor amigo.

Desde entonces, solo existieron dos cosas en su vida: el éxito… y la sed de venganza.

Convertido en uno de los empresarios más poderosos del país, Maddox aprendió a ocultar su vacío bajo el control y la ambición.

Hasta que un día, el pasado regresa disfrazado de solicitud de empleo. Clarisse entra a su empresa buscando una segunda oportunidad. Él ve una sola opción: hacerla pagar.

Pero nada en ella es como recuerda.

Detrás de su mirada cansada hay una historia que no conoce, una hija que lo desconcierta y un silencio que pesa más que cualquier traición.

Cada encuentro entre ambos se convierte en una batalla entre el rencor y el deseo, entre el pasado que los condena y el amor que se niega a morir.

Cuando las verdades ocultas salgan a la luz, ambos descubrirán que el perdón no siempre libera…

y que a veces, la venganza solo es otra forma de seguir amando.

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1.No me arrepentiré
1.No me arrepentiré POV Clarisse —¡¿Qué… qué demonios?! —la voz quebrada de Maddox retumba en la habitación, más como un lamento que grito. La puerta se abre de golpe y el ruido hace que Alan y yo alcemos la vista, sobresaltados. Me llevo la sábana al pecho en un reflejo desesperado, intentando cubrir mi desnudez. —N-no. No es lo que parece —atino a decir, la voz hecha un hilo. Maddox, con el rostro desfigurado por una ira apenas contenida, avanza hasta quedar frente a la cama. Su mirada, tan dura que parece capaz de desgarrarme, me hace encogerme. —¿No es lo que parece? —repite, con una mueca amarga. —¿Y qué se supone que parece según tú? ¿Que mi maldita prometida se acuesta con su mejor amigo mientras yo estoy de viaje, partiéndome el alma para conseguir un trabajo que nos permita casarnos cuanto antes? —Su voz se quiebra en una carcajada seca, tan cruel que me hiela la sangre. —¿O estaban recordando los juegos de su infancia? Las lágrimas me nublan la vista y un sollozo escapa de mis labios, pero Maddox solo se burla con un gesto de desprecio. —Si ya no me amabas… si no querías estar a mi lado, ¿por qué no me lo dijiste? —al final, su voz se rompe. Bajo la mirada, incapaz de sostener la suya. —Y-yo… no sabía cómo decírtelo. —¿Y era mejor traicionarme? —ruge, la voz cargada de incredulidad y dolor. —Por Dios, Clarisse… ¿era mejor engañarme? Se vuelve hacia Alan, que permanece rígido, con el rostro pálido. —Y tú… —escupe con rabia. —¿Así pagas la confianza de los demás? Como una maldita rata que roba lo ajeno. Intento incorporarme, pero Maddox alza una mano en un gesto tajante que me detiene. —No te esfuerces. Quédate ahí, en la inmundicia de tu traición —sentencia, con un tono helado que me desgarra —Es evidente que lo nuestro termina aquí. Se da la vuelta. Antes de cruzar la puerta, sus palabras caen como una condena: —Te vas a arrepentir —dice con voz firme, cortante como un cuchillo. —Te juro que un día te vas a arrepentir de lo que hiciste esta noche. La puerta se cierra de un portazo que hace vibrar las paredes. El silencio que sigue resulta ensordecedor hasta que un fuerte sollozo lo rompe. Alan corre hacia mí y me envuelve en sus brazos, apretándome con fuerza. —¿Estás bien? —pregunta en un murmullo. Niego, incapaz de pronunciar palabra; la garganta me arde con el dolor de lo que acababa de provocar. —No… no estoy bien —logro decir al fin, con un hilo de voz. —Acabo de romper su corazón… casi pude sentirlo. El mío se quebró al mismo tiempo. Alan se sienta a mi lado y me atrae contra su pecho, ofreciéndome un refugio momentáneo. —Creo que sus palabras finales son proféticas —murmura con amargura. —Creo que vas a arrepentirte. Me limpio las lágrimas con el dorso de la mano. Sabía que mi decisión no tenía marcha atrás. —Nunca me arrepentiré —susurro, con una firmeza que no sentía. —Todo esto es por un bien mayor. Es lo que le debo. El eco de mis palabras queda suspendido en el aire, tan frágil como la convicción que intentaba sostener. ***** POV Maddox El camino a casa es un tormento. Cada paso que daba, sentía que mi corazón se hundía un poco más. El aire parece más pesado, los sonidos de la calle se mezclan en un eco insoportable. Me pregunto en qué momento había perdido todo lo que soñé con ella. Recuerdo sus promesas, sus palabras de amor, los besos robados bajo la lluvia, las confesiones al oído que ahora parecen una cruel mentira. “Siempre estaré contigo”, me había dicho una vez. “Eres mi único futuro”. Y yo, iluso, le creí. Al llegar a mi casa, apenas cruzo la puerta y subo corriendo a mi habitación. Saco la maleta que llevaba días preparando. Allí estaba todo lo que necesitaba: un par de mudas de ropa, mis libros más preciados, el pasaporte y el boleto de avión que marca el inicio de mi nueva vida. Lo tomo entre mis manos. Ese papel que hasta hace unas horas había sido un símbolo de despedida dolorosa, ahora se transforma en mi salvación. No me queda nada aquí. No tengo razones para quedarme. Me desplomo sobre la cama, sosteniendo el boleto contra el pecho. Las lágrimas que me negué a mostrar frente a ellos finalmente escaparon. Lloro como un niño, con el alma desgarrada. Pero en medio de la tormenta, una chispa de determinación comienza a encenderse dentro de mí. Si ella había elegido traicionarme, si había preferido destrozar mi corazón por un instante de placer con alguien más, entonces no merecía ni una sola de mis lágrimas. —Lo juro —murmuro en la penumbra. —Un día, cuando me veas triunfar, vas a recordar lo que perdiste. Y yo no volveré atrás. ***** A la mañana siguiente, me levanto temprano. El cielo tiene un color grisáceo, como si aún cargara con el peso de la tormenta de la noche anterior. Preparo lo último que falta en mi equipaje y me despido de mi madre con un abrazo largo, intentando disimular la tristeza. Ella sabe que algo andaba mal, lo notó en mis ojos, pero no preguntó. Tal vez porque entiende que hay heridas que uno debe cargar en silencio. Tomo un taxi hacia el aeropuerto. Durante el trayecto, me dedico a observar la ciudad que me ha visto crecer: las calles llenas de recuerdos, los parques donde jugué de niño, los cafés donde soñé con ella. Cada rincón parece despedirse de mí con un susurro. Cuando el avión despega, miro por la ventana y veo cómo la ciudad se hace pequeña bajo mis pies. Cierro los ojos y respiro hondo. El dolor sigue allí, pero también la certeza de que debo seguir adelante. El amor que había dejado atrás ya no es un faro, sino una cicatriz. Y con cada latido, me juraba a mí mismo que esa cicatriz se convertiría en la fuerza que me impulsaría a ser alguien nuevo, alguien digno. Ella me había perdido. Y algún día, lo lamentaría. ***** POV Clarisse —¿Llevas todo? —pregunta Alan en un susurro. Asiento despacio. Maddox se ha ido, y en esta ciudad ya no queda nada para mí. Las paredes que antes me parecían familiares hoy me resultan ajenas, como si de pronto hubieran perdido toda su historia conmigo. —En cuanto llegue, te llamaré —digo con la voz apenas audible. —Tu tía va a esperarme en la central de autobuses. Alan se acerca sin decir nada más y me envuelve en un abrazo que me sostiene más de lo que imaginé. Siento el peso de su respiración, pausada y cálida, y por un instante el mundo deja de ser tan cruel. —En cuanto pueda, iré para allá —murmura cerca de mi oído. —Sin ti aquí, la vida no será igual. Te acompañaré a empezar de nuevo. Juntos. Una sonrisa cansada se dibuja en mis labios. Alan siempre sabe qué decir cuando el suelo tiembla bajo mis pies. Él ha sido mi refugio desde que tengo memoria, mi compañero silencioso en cada tormenta. Cuando mis padres se divorciaron y eligieron rehacer su vida lejos de mí, mi mundo se resquebrajó en mil pedazos. Me quedé sola con mi abuela, que me crió como pudo, entre silencios y ausencias que nunca supe llenar. Fui una niña solitaria, siempre buscando un lugar donde sentirme querida. Y lo encontré en la familia Bradson. Alan, sus padres y su tía Alysson fueron, sin saberlo, todo aquello que yo no sabía que necesitaba: un hogar donde las risas no eran un lujo, sino un hábito; un calor que no dependía de la sangre, sino del corazón. Ahora, al partir, siento cómo cada recuerdo compartido me tira suavemente de la ropa, como si quisiera retenerme. Pero la decisión está tomada. —Gracias, Alan —susurro, apretándolo un poco más. —Por todo. Él me mira a los ojos, y en su gesto reconozco la promesa muda de que, aunque los caminos se separen, la amistad que nos une seguirá latiendo, intacta, en cualquier lugar.

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