Amenaza

1001 Palabras
Francisco Ruiz Cansado de la situación en casa, decidí ir a mi oficina. Necesitaba un lugar donde encontrar tranquilidad y pensar con claridad. La presión era abrumadora; había tomado la difícil decisión de incluir a un nuevo socio en mis empresas. Era la única solución viable, después de unas inversiones desastrosas que amenazaban con llevarme a la ruina. Brandon apareció como caído del cielo justo cuando más lo necesitaba. Sin cuestionar, invirtió el dinero que tanto necesitaba. Investigé sobre él y todo parecía en orden, pero esa certeza se desvaneció cuando recibí una llamada de mi amigo de toda la vida, Elías. — Tengo una sospecha sobre Brandon —me dijo, y un escalofrío recorrió mi espalda. — Lo investigué y todo es limpio —le recordé, tratando de calmar mi creciente inquietud. —Lo sé, solo revisa la información que te envié, Francisco —su tono de voz me alarmó. —Claro, lo haré. ¿Y cómo está Diego?— Indagué. Hace años Elías se divorcio de su esposa y ella se llevó a Diego. Sé que a él le duele tener a su hijo lejos. A él se lo arrebataron y yo abandoné a mis hijas durante casi cuatro años.Las últimas vez que las vi ambas eran niñas y ahora están enormes. —Estudiando mucho. ¿Y Alexa y Lucía?— Indaga Elías. —Lucía bien, y Alexa rebelde como siempre.— Respondí —Diego no deja de preguntar por ella —rió Elías, pero su risa no me alcanzó. Con la mente en otra parte, intenté iniciar una conversación con Alexa. La culpa me pesaba por haberme dejado llevar por un impulso y golpearla. No importaba lo que tuviera que hacer para recuperarla; estaba dispuesto a cualquier cosa. — Hablé con Elías, el padre de Diego —le informé, intentando abrir un canal de comunicación. —Me da igual —respondió, girando los ojos con desdén. —¿Por qué terminaron? —pregunté, curioso. Alexa solía contarme todo. Desde pequeña, había sido su confidente y cómplice, pero ahora todo era diferente. Ya no era la niña dulce que se sentaba en mis piernas, ahora era casi una mujer y una muy fría y arrogante, idéntica a Sebastián en cada aspecto. —¡Porque se me dio la gana! —exclamó, y mi corazón se hundió. —No tienes que hablarle así —intervino Bárbara. Con un gesto despectivo, Alexa se marchó, subiendo las escaleras. —Mejor iré al despacho a trabajar — Le informe a Bárbara. Cuando finalmente leí la información que me había enviado Elías, quedé perplejo. ¡El maldito de Brandon me había engañado! Una fotografía en un reportaje mostraba al narcotraficante más buscado del país, y ese era Brandon. Pasé la noche reflexionando y tomando una decisión. El silencio de mi habitación era interrumpido solo por mis pensamientos, como ecos de advertencias. A primera hora, con una determinación que me ardía en el pecho, me dirigí a la oficina de Brandon, decidido a acabar con esa sociedad que tanto daño había causado. Al llegar, el ambiente era tenso, cargado de un aire que parecía anticipar una tormenta. Observé a Brandon, un hombre de cabello oscuro, que contrastaba con su piel clara. Sus ojos verdes intensos, casi hipnóticos, destilaban una mezcla de arrogancia y peligro; eran como dos pozos profundos que prometían secretos oscuros. Tenía varios tatuajes en la mano, serpientes y calaveras, que se asomaban entre las mangas de su traje perfectamente ajustado. Su mirada, fría y desafiante, parecía albergar al mismísimo diablo, como si cada decisión que había tomado lo hubiera llevado más cerca de un abismo del que no podía escapar. Estaba preparado para el enfrentamiento, y el nudo en mi estómago se apretó aún más mientras daba el último paso hacia él, decidido a no dar marcha atrás. —¡Qué te pasa, imbécil! —me fulminó con la mirada cuando entré y tiré todos los papeles del escritorio al suelo, el estruendo resonando como un desafío. —¡Eres un delincuente! Brandon rió descaradamente, como si disfrutara de mi indignación. Su risa resonaba en la habitación, burlona y fría, como un eco de su desprecio. —Te urgía el dinero y lo tienes —replicó, su arrogancia como un puñal que me atravesaba. —¡Se acabó esta sociedad! —espeté, con furia contenida, cada palabra cargada de determinación. —Solo saldrás muerto —me amenazó, sus ojos fríos y calculadores brillando con una malevolencia palpable. —Entonces hazlo, pero yo no tendré tratos con un narco —respondí, sintiendo cómo la rabia me impulsaba, como un volcán a punto de erupcionar. Su expresión cambió, y una sonrisa siniestra se dibujó en su rostro. —Lucía es muy pequeña, y Alexa... —relamió sus labios— está tan hermosa. Pagarían muy bien por cualquiera de ellas. Esa mención hizo que la ira me consumiera, una llama que se avivó en mi pecho. Nadie se metía con mis hijas. —¡No te atrevas a tocarlas! —grité molesto. —Si dices algo, tus hijas se mueren, Ruiz —me advirtió, con una sonrisa burlona que heló mi sangre. Su desprecio era un veneno, y en ese instante, supe que la lucha por proteger a mi familia había comenzado. Sus hombres no tardaron en entrar y sostenerme. Después de esa amenaza, llamé a mi esposa. Desgraciadamente, me dijo que no sabía dónde estaba Alexa. La idea de perder mi dinero o mi empresa no me importaba. Lo que realmente me aterraba eran las represalias de Brandon contra mi familia. Ese hombre tenía varios negocios ilícitos y sería capaz de abusar de alguna de mis hijas o venderla, no sería difícil para él. Después de reflexionar durante una hora, decidí pedir ayuda. Según mi investigación, Brandon era un asesino y tratante de blancas. No podía exponer a mis hijas a ese peligro. Necesitaba ayuda y solo una persona podría asistirnos en este momento crítico. Debía proteger a mis hijas, sobre todo a Alexa.
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