| Desearla, odiarla y desposarla |

1835 Palabras
Llegamos al rancho, la gran mansión postrada al frente de nosotros, Sertan apaga el motor del auto y giro mi rostro hacia atrás para encontrarme a la rosa venenosa dormida, la boca media abierta, murmurando cosas inentendibles. Aprieto mis dientes por la tensión que se posa en mis hombros. ―Despierta ―digo un poco fuerte. ―No. ―Se queja ella entre el sueño. ―¿La dejamos aquí? ―Pregunto con la voz ronca hacia Sertan. ―Sácala y llévala a su habitación. Mi entrecejo se aprieta. ―¿Por qué no lo haces tú? ―Encaro. Él arrastra su mirada de mí, sin decir nada más y se va hacia el interior de la mansión. Tomo una profunda bocanada, mirándola. Bajo del auto haciendo ademán de dejarla allí, pero mis pasos se detienen, mi cuerpo se congela enfureciéndome. Entre gruñidos, me doy la vuelta y abro la puerta para sacarla. Ella se rehúsa al principio, pero logro alzarla en mis brazos. El perfume de su cabello llega como un arma mortal a mis fosas nasales ¿Qué demonios? Mi corazón se despierta en latidos incesantes más cuando siento el calor de su menudo cuerpo entre mis brazos. Paso saliva con dificultad. Me obligo a caminar y no quedarme viendo su rostro de muy de cerca, es hermosa, más de lo que debería de ser y se vuelve a dormir en mis brazos. Duerme como una jodida roca ¿cómo es posible? Camino a pasos seguros hacia el interior de la casa, miro al frente, intento no mirarla a ella, no caer en su veneno. Subo la escalera, cuando de repente ella se aferra a mi cuello y suelta un leve murmullo. Una corriente se desliza por todo mi cuerpo, de pies a la cabeza. Mis ojos se abren, sin entender qué es esto. Apresuro mis pasos, comenzando a sentir que está envenenándome. Abro la puerta de su habitación y la coloco sobre la cama. Al apartarme, sus brazos no me sueltan. ―Maldición ―gruño―. Cría insoportable ―espeto entre dientes. ―Mmm. ―Se queja. Hago un poco de fuerza para deshacer el agarre, sorpresivamente, parece tener mucha fuerza. Más de lo debido ante su tamaño y brazos delgados o es que mi cuerpo de repente se ha vuelto débil. ―Hueles… bien ―murmura acercando su rostro a mi cuello. Mis ojos se abren más, mi cuerpo se tensa entero cuando de repente, me olfatea y saca su lengua lamiéndome el cuello. La corriente ahora la siento en mi entrepierna, mis pelotas se tensan, mi v***a se despierta como si ella la hubiera hechizado. ―Rosalinda… ―pronuncio con mi voz áspera, me cuesta pronunciar su nombre con facilidad. Ella me suelta, finalmente, y vuelve a quedarse dormida. Mi pecho sube y baja, la sensación de su lengua deslizándose en mi cuello sigue causando estragos en mi interior. Tengo que tragar saliva, me sostengo el cabello en mis manos y trato de entender lo que ocurrió. Aprieto mis manos en empuñaduras y salgo de su habitación. Si duro un instante más allí, perderé la cabeza. Camino a pisotones hacia mi habitación, azoto la puerta cuando me encuentro en el interior y en la oscuridad, paso una de mis manos por mis pectorales, sintiendo cómo bombea con rudeza mi corazón, alzo la mirada, respirando en jadeos y mi mano se encuentra con mi enorme dureza. La aparto de golpe, rehusándome. ―No, no puedes hacerlo pensando en ella ―gruño para mí en un regaño. La furia me carcome. Me arranco la camisa, los zapatos, el pantalón y me meto bajo la ducha helada, esperando que eso logre calmar este incendio que ha provocado mi hermana adoptiva. Mis pupilas se quedan clavadas en los azulejos, viendo cómo corre el agua y no me explico por más que le doy vueltas en mi cabeza, ¿cómo pude permitir que ella tuviera ese efecto en mí? ** Cuando me levanto al siguiente día, trato de no mirar el pasillo que conecta a su habitación, no pude dormir, estoy encabronado, todo por culpa de esa chica. Me dispongo verificar que todos los peones estén levantados y que inicien con las actividades en el rancho. ―Aslan, tu hermano y tú a mi despacho ―ordena nuestro padre de repente. Asiento y me dirijo al despacho, encontrándome con Sertan. ―¿Qué ocurre? ―Pregunto sin entender qué quiere Gabriel Emperador. ―No lo sé, pero presiento que no es algo que nos agrade ―espeta él. Comienzo a sentir la tensión en mi sistema. Entramos al despacho, papá enciende un puro y camina viendo los cuadros familiares de todo el linaje Emperador, desde los primeros que tomaron estas tierras de miles de hectáreas. ―Como saben, he acogido a Rosalinda por caridad, ya que… su madre me salvó la vida, dando la suya a cambio. Y a pesar de que nuestros enemigos asesinaron a mi mano derecha, siguen queriendo tomar nuestras tierras, el imperio Emperador ―manifiesta tomando nuestra atención―. Debemos de seguir peleando, porque estas tierras serán siempre para nuestro linaje, nos pertenecen, hay que defenderlo, a toda costa. ―¿Qué tiene que ver Rosalinda en esto? ―Pregunta Sertan―. Ella no tendrá nada. Las dagas grises de Gabriel nos observan. ―Tienes un poco de razón en eso. Ella no es una Emperador. Mi entrecejo se aprieta. ―Pero lo será ―afirma. ―¿Le darás el apellido? ―Pregunto desconcertado. ―No, uno de ustedes se lo dará ―manifiesta. Mi corazón da un vuelto. ―¿Qué carajo? ―Farfullo. Sertan da un paso adelante reaccionando igual que yo. ―Padre, ¿qué quieres que hagamos? ―Exige Sertan con la voz ronca. ―Aquel que se case con Rosalinda, la proteja y la cuide, será quien se convierta en el primer heredero de todo ―responde de forma súbita. Sertan suelta una carcajada con falta de humor. ―Sí, claro… ―dice con sarcasmo. ―A mí no me interesa obtener ninguna herencia ―espeto dejándolo en claro. Hago ademán de irme. ―Pero tendrás que obedecerme, Aslan y esto, es una orden, tienes la jodida marca, por más que no te importe el rancho, porque sé que no te importa, pero debes de cumplir con tu propósito. Pelear y proteger al legado, el imperio por sobre todas las cosas ―dice y mis pasos se detienen de golpe. Me recuerda la marca que está en mi pecho, grabada con acero caliente, misma que intenté ocultar con tatuajes, pero es imposible ocultarla. Él mismo me la hizo, porque todas las personas en este maldito imperio le pertenecemos y debemos de protegerlo. La sangre comienza a calentarse en mi sistema. ―¿Por qué ella? Es una bastarda, la hija de una empleada ―Le clavo mi mirada furiosa. ―Debemos de mantener el legado y ella al ser criada por mí, bajo este yugo, es la más apta para ser la esposa de uno de ustedes. ―Yo me casaré con ella, la obligaré, no debería de ser un problema ―sugiere Sertan. ―No… ella debe de aceptarte como su esposo. Tienes que ganarte el jodido imperio, Sertan. ―Ella nos teme, nosotros la detestamos ―gruño. ―Entonces, trabajen en eso. No sé cuánto tiempo me quede, o si los enemigos logren finalmente su cometido cuando nos despistemos, el imperio Emperador debe de quedar en las mejores manos, al que se lo merezca. Mis ojos se abren. ¿Cómo pretende que eso suceda? Que obedezca a esa orden. Gabriel ve su celular. ―Hay una fiesta de gala con la alcaldesa, es una beneficencia, Sertan, te necesito allí para que logres una mejor alianza, debemos de tenerla de nuestro lado, tendrás que dejar algo de nuestro dinero allí, sabes qué hacer. Mientras, Aslan irá conmigo a encargarnos de los malditos que se robaron parte de nuestro ganado ―manifiesta sin esperar alguna replica. Miro a Sertan, está igual que yo de desconcertado, pensativo y tenso. ―Irás con Rosalinda ―acota y él abre los ojos apretando los puños. Mi mandíbula se tensa, rechino los dientes entre sí y empujo la puerta con fuerza yéndome. No cumpliré esa jodida orden, no pienso acercarme a la rosa venenosa ni planeo desposarla, mucho menos fingir que no la odio mientras anoche el deseo dentro de mí me estaba torturando. ** POV Rosalinda Bajo la escalera con el vestido de gala, ante las órdenes de mi padre adoptivo. Camino sobre mis tacones, vislumbrando a los hermanos a las bestias con ojos despiadados. Aslan está usando el chaleco antibalas del comisionado, sé que no irá solo a proteger el ganado, más cuando enfunda su arma. En cambio, Sertan está usando un traje de gala, mirándose impecable e imponente. Lleno mis pulmones con una fuerte bocanada de aire. Esta mañana desperté con un fuerte dolor de cabeza, una de las peores resacas y no sé cómo llegué viva a mi cama sin que ninguno de los dos decidiera abandonarme en algún lugar baldío. ―¿Nos vamos? ―Pregunto. Estoy molesta de solo pensar que estaré toda la noche a un lado de Sertan, al lado de ese tempano de hielo sin sentimientos. Sertan se aparta de la entrada invitándome a salir. Arrastro mi mirada de Aslan que se clava en mi mente y con mi mentón alzado, camino sobre mis tacones, saliendo de la mansión. Cuando llegamos al evento de la alcaldesa, Sertan toma mi brazo, deteniéndome antes de que baje del auto. ―Te vas a comportar y no me vas a hacer pasar vergüenza, recuerda tu jodido lugar ―demanda, encarándome. Sus ojos grises se clavan en los míos, mi piel se eriza, el aliento se me escapa. ―Sé cuál es mi lugar ―digo en un jadeo. Él me observa el rostro un instante más, mientras mis latidos golpean incesantes dentro de mi pecho. De repente, baja del auto soltándome del brazo y me quedo mirando a la nada con mis pulsaciones alteradas. Termino de bajar del auto cuando me abren la puerta y él me espera con su figura grande e imponente. Me ofrece su brazo con cortesía, misma cortesía que me da miedo. Pero lo acepto, sosteniéndolo y caminamos hacia la entrada rodeada de la prensa, reporteros y las luces de las cámaras sobre nosotros, capturándonos como si realmente no fuera un infierno vivir bajo el mismo techo. ―Tendrás que fingir que no me odias tanto esta noche ―dice entre dientes fingiendo una sonrisa helada hacia las cámaras. ―No creo que pueda, desearía tener un puñal en mi mano en este momento ―murmuro. Él suelta un gruñido mirándome. ―Pero no te preocupes, seré una buena hermana adoptiva, solo esta noche ―manifiesto. No sé cómo me salen las palabras sin que me trabe o tartamudee ante esos ojos despiadados que podrían matarme…
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