Capítulo 8

482 Palabras
Harvey cerró los ojos y tomó el lindo rostro de su acompañante entre sus grandes manos para tratar de profundizar el beso, pero al ver que él se mantenía quieto, se alejó y vaya, su mejilla comenzó a arder cuando la mano de Louis aterrizó allí. — ¡¿Por qué me golpeas?! — ¡Porque me besaste! — Santo Dios —siseó el rizado—, eres un jodido loco. — Entonces, ¿qué querías? ¿Dejarte meter tu asquerosa lengua en mi boca? — No es asquerosa, la lavo tres veces al día. Louis levantó una ceja y puso sus manos en sus caderas—. Ni siquiera un odontólogo debes conocer. — Tengo una boca linda —Harvey bufó—. No trates de hacerme sentir inseguro. — Tranquilo, no lo estoy haciendo. ¿Te cuento un chiste? Clive chasqueó la lengua y movió su mano diciéndole claramente que prosiguiera. Aunque ya sabía que de alguna manera buscaría ofenderle. — Bien… —continuó el más pequeño—… ¿sabes cómo muere Harvey Clive? — Mhm, ¿no? — Lanzándose desde su propio ego —rió. — Sabes que no —rodó los ojos el ruloso y tomó rápidamente la mano de Louis para llevarlo a la cancha de fútbol; donde ya se podía apreciar el claro revuelo por el partido que pronto iniciaría. — ¿Qué crees que haces? — Llevándote a donde tú hermano. — Harvey suéltame, puedo ir solo. No soy un niño. Clive sonrió mirándolo por encima del hombro. — j***r, pues mides como uno. — Hijo de puta. — No maldigas, hay infantes. Louis se burló—. ¿Quién utiliza ese término? ¿Acaso eres mi abuelo? — Demonios… — No maldigas, hay enanos. Se mantuvieron en silencio hasta llegar a la gradas y sentarse. Harvey mantenía su entrecejo fruncido, pero nunca soltó la mano del ojiazul, el cual tampoco lo hacía aunque momentos antes le pidió que deshiciera el agarre entre sus dedos. Acomodó su cabello con su extremidad libre y comenzó a jugar con sus dedos. — ¿Acaso te muerdes las uñas? El cuerpo de Miles vibró al sentir aquellos tiernos toques—. Sólo cuando estoy nervioso. — Bueno —carraspeó Harvey—, no deberías hacerlo más, tus uñas son tan pequeñitas como un insecto. — Estoy al lado de uno y déjame decirte, es sumamente grande. Harvey sonrió y segundos después, los niños salieron a la cancha obteniendo toda la atención de sus acompañantes. Sus cuerpos estaban adornados por uniformes blancos y violetas. El juego empezó y con ello los nervios de Louis, que mordía sus uñas sin importarle nada. El partido se basó en faltas, blasfemias (por parte suya) y uno que otro gol. Terminó en empate, como Louis lo había predicho. — Whoa —Harvey silbó—, ahora eres un adivino. — Trabajo de lunes a sábado, cada consulta son dos de los grandes. — Me dejarás en banca rota. — Tranquilo —Miles palmeó su espalda—. Sólo porque eres tú te dejaré gratis las primeras… cincuenta. Harvey le miró y entrelazó su mano con la de él para recoger a los niños, que gritaban despidiéndose de sus compañeros. Al final de cuentas estar con Louis no era tan malo.
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