A la mañana siguiente, me levanté temprano y escogí el traje más formal que tenía. Si iba a pedir un préstamo, debía proyectar profesionalismo. Nada de vestidos de fiesta ni tacones imposibles; esto era un asunto serio. —¿Adónde vas tan arreglada? —preguntó Mar, divertida. —Al banco. Quiero pedir un préstamo para restaurar el Pazo. Mar me miró con una mezcla de asombro y duda. —Verás, la agricultura no es lo mío —continué—. Pero soy buena organizando eventos. Estaba pensando en convertir el Pazo en un centro espiritual… —¿Qué? —Un sitio donde la gente venga a hacer yoga, a relajarse, a desconectar de sus preocupaciones —le expliqué con entusiasmo. —¿A relajarse? —preguntó todavía confundida. —Sí, pero con un toque de glamour. —¡¿Glamour?! —se rió a carcajadas—. Recuerda que llegas

