Mar, fiel a su naturaleza, se posicionó a mi lado con una expresión que oscilaba entre alerta y protectora. David la miró de reojo, como quien aparta una mosca, antes de volver su atención hacia mí. —Victoria, ¿puedo robarte unos minutos? Quería hablar contigo sobre la venta de los terrenos. ¿Recuerdas nuestra conversación? —Sí, claro que la recuerdo —dije, levantándome de la silla, consciente de que no tenía escapatoria—. Pero como te dije, David, he decidido no vender el Pazo. —¿Así? —respondió, arqueando una ceja mientras observaba el mobiliario sencillo del salón. —Sí, he decidido empezar a trabajar en la agricultura. Los productos orgánicos están en auge, ¿sabes? David me miró como si acabara de decirle que pensaba criar dragones. Su sonrisa se tornó condescendiente. —La agricul

