Sentía un dolor profundo en el alma. No sabía si era por no haber logrado hacer nada en todo el día, por lo desesperante de mi situación, por la imposibilidad de cumplir con mi "proyecto", o por la cruda realidad de que no encajaba en este pueblo. Quizás era por las burlonas palabras de Víctor, que me habían hecho sentir completamente inútil. El caso es que, ahora, lloré tan amargamente como lo hice en el funeral de mi padre. Ya no quería nada. Solo deseaba subir a mi coche y conducir, lejos de todo, a cualquier lugar donde pudiera dejar este peso atrás. —Lo siento, no quise ofenderte en absoluto —escuché la voz de Víctor detrás de mí—. Admito que no soy el mejor bromista, pero... Me sequé las lágrimas de las mejillas, evitando mirarlo, y traté de responder sin que mi voz traicionara los

