Capítulo Primero
Aquel día 5 de abril, era el segundo aniversario de matrimonio entre Amira Higgins y Nicholas O'connor. Aún así, ninguno de los dos esposos creía conveniente concertar cita alguna entre ellos, para ningún tipo de reunión y/o celebración que pueda reunirlos, aunque sea un momento.
El motivo principal de este desencuentro en una fecha tan importante, era uno solo, pero realmente poderoso. Lo qué sucedía dentro de aquel matrimonio era qué, tanto Amira como Nicholas, creía que aquella festividad no era realmente importante en esta relación.
Sucede que ambos esposos no se llevaban para nada bien. Su matrimonio había sido netamente comercial y ambos habían tenido que aceptar aquel papeleo de rutina. Ella, porque mejoraría su estatus social y económico sacándola del mal trago que cruzaba su empresa audiovisual; y él, porque recibiría la presidencia de la prestigiosa empresa de su padre, vinculada al mundo de la electrónica.
Pero, no era como si no existiera algún sentimiento entre ellos dos. Amira, por su lado, amaba locamente a su esposo, a quien había conocido en la universidad a la que ambos asistieron. Ella, había alimentado aquel amor platónico y unilateral por aquel superior, pero jamás se había atrevido a acercarse siquiera. Es que él era de la élite estudiantil cursando el tercer año de la universidad; y ella, solo una becada de primero.
Pero en el caso de Nicholas, había nacido en su pecho un sentimiento casi tan poderoso como el de su esposa, pero este estaba muy lejos de ser amor. Más bien era todo lo contrario.
La primera vez que supo de la existencia de Amira Higgins fue al final de su tercer año de universidad, en una fiesta donde la ayudó a librarse de un idiota de segundo, quien intentaba propasarse con ella en la piscina de aquella casa en la playa, donde solo festejaban el final de las clases los hijos de las más prestigiosas familias.
Esa noche, se había sorprendido al presentarse y descubrir que nada tenía que ver ella con el mundo de todos los presentes. Entonces, él supo entonces que la amiga de universidad de Amira la había invitado y ella, tan ingenua, había aceptado. Lo que Nicholas descubrió fue que la amiga la había llevado para burlarse junto con otros estudiantes.
Pero no pensó que, luego de aquel primer encuentro, volvería a cruzarse con ella en su camino. La vio un par de veces por el campus, pero jamás volvieron hablar. No hasta que su padre la contrató en la empresa cuando ella se graduó con honores.
Cuando su padre le impuso casarse con Amira, su secretaria, para tener la presidencia un día después de descubrir un falso rumor de su affaire con ella hacia eco por toda la empresa, supo que no podría huir de aquello si quería obtener lo que tanto había buscado.
Por ello, un 5 de abril tuvieron que presentarse frente un juez, rodeado solamente de sus testigos y sus padres, para firmar el acta de matrimonio.
Sin fiestas, sin amigos, o vestidos de novias o trajes costosos, ni mucho menos luna de miel. Nada de lo que se considera tradicional, más bien fue una firma, un asentimiento de cabeza en lugar de beso y una retirada poco alegre del recinto.
Y toda aquella parafernalia había sido una especie de augurio para todos aquellos días de matrimonio. Ni bien se casaron, ella desocupó su departamento y se mudó a una casa en el barrio más prestigioso de la ciudad. Y Nicholas tuvo que ir a su nueva casa, dejando también su departamento de soltero.
La única diferencia entre estas dos acciones fue qué el flamante esposo no abandonó por completo aquella propiedad debido a que era su pequeño lugar en el mundo, donde satisfacer sus necesidades masculinas con cuanta mujer se le cruzara y él deseara.
Por su lado, Amira fue respetuosa y amable. toda una mujer sin nada más que nombrarla "esposa perfecta". Ni amantes, ni malos tratos, ni malas caras. Nada, absolutamente nada.
Pero toda aquella paciencia y espera tenía fecha de caducidad. Amira tenía dignidad y, si bien estaba dispuesta a aguantar todo lo posible, sabía bien que tenía un límite.
Y así, ese 5 de Abril, cumpliéndose dos años de haber firmado el acta matrimonial que creyó que, más tarde que temprano, le traería felicidad, decidió que era tiempo de darle fin a tan patética vida. Tomó el teléfono móvil y llamó al número que tanto había evitado marcar y esperó, luego de tres timbrados, oír la voz de su interlocutor.
Aquel "¿que quieres?" agitado y molesto le obligó a desprender el último par de lágrimas de sus ojos color pardo, las cuales, con una de sus pequeñas manos, limpió.
Los molestos gemidos femeninos de fondo, le dejaban poco a la imaginación. Amira suspiró profundo antes de espetar la frase que tanto había estado masticando toda la mañana.
-Quiero el divorcio
El silencio de su esposo la puso en alerta. Solo podía oír a la mujer que, entre gemidos, le preguntaba que sucedía. Ella pasó saliva con dificultad, porque el nerviosismo le había cerrado la garganta.
-¿De qué mierda estás hablando? -espetó él, mientras apretaba los dientes. Supuso Amira que era para no gritar- ¡Quítate! -entonces gritó él y Amira dio un pequeño brinco en su sitio al oírlo correr a la mujer junto a él- ¡¿Te has vuelto loca, Amira?!
- No. Ya junté mis cosas, me estoy yendo. Tienes total libertad para lo que se te plazca hacer.
- ¡Joder, Amira! ¡¿Justo ahora cuando estoy tan cerca de la puta presidencia?!
-Yo...
-Quédate ahí. Voy para allá.
-Haz lo que quieras, ya me iba.
-¿No puedes esperar un puto segundo?
-Bien. Dos minutos.
-¿Estás enferma? Me llevará al menos media hora.
-Bien... Entonces cinco. -concluyó antes de colocar y apagar tu móvil-
De camino a casa, Nicholas intentó marcarle varias veces pero la casilla de mensajes le rebotó la llamada. El que atreviera a colgarle le provocaba aún más enfado ¿Cómo se atrevía aquella mujer a jugar con él? ¿Cómo se le cruzaba, siquiera, por la cabeza amenazar con su futuro?. Lo dejaba a la deriva luego de haberla salvado de la vil miseria.
Cuando Nicholas llego, claramente tarde por la distancia que tuvo que recorrer, se encontró con la casa solitaria. Amira se había llevado lo indispensable, todo aquello que le pertenecía. Solo pudo encontrar, sobre la mesa de café, en la sala, los papeles de divorcio.
La ira lo poseyó, como si un balde de agua helada le hubiese caído encima y lo hubiera empapado completamente. Caminó a la cocina y, azotando la puerta, entró. Las sirvientas dieron un brinco realmente temerosas por la actitud de él. Todas excepto Carmen, su ama de llaves.
-Carmen ¿Y mí esposa? –se dirigió a ella al verla tan tranquila en sus quehaceres–
-¿Esposa? –soltó la mujer con un tono lleno de ironía. Jamás la había llamado así–
-sí. Amira, mi esposa. –entonces supo que el tono empleado por él no concordaba con el hecho de reconocerla su cónyuge; más bien, estaba cargado de odio y rabia contenido–
-Se ha ido, señor. –dijo luego de detenerse y voltearse hacia él–
-Eso ya lo sé. –dijo sintiendo su sangre hervir- ¿A dónde? –preguntó sin dejar de presionar los dientes–
-No lo sé, se largó. Intenté detenerla, pero dijo que prefería vivir en la miseria que tener que aguantarlo a usted un día más. –agregó desafiante. Sabía que él no le haría nada, la familia O'connor le tenía demasiada estima y un berrinche del señorito no le costaría los treinta años de servicio–
-Carmen –soltó amenazante–
-Niñas, limpien la planta alta. –las muchachas de servicio, quien se habían agazapado en un rincón intentando pasar desapercibidas ante los ojos de Nicholas, agradecieron su vía de escape y se esfumaron de allí– Si la Señora de la casa se ha ido, pues no es mí culpa. La hubieses tratado mejor. –continuó cuando ambos quedaron solos–
-Va a dejarme cuando estoy tan cerca de mi objetivo. –soltó arrojándole a sus pies los papeles de divorcio– Esa perra maldita va a joderme la vida una vez más.
-Más jodida la tiene ella, oírte dormir con otras cuando te llama o leer las revistas donde sales con tus amantes para saber de ti. Eso no es vida.
-¡Le di esta maldita vida de princesa para que no se muriera de hambre!
-¿Y según tú, debe festejar tus conquistas con esas mujerzuelas por esta mansión y tu anillo en su dedo? –soltó molesta– Y a mí no me grites. No soy tu esclava o tu enemiga. Disculpa si no puedo ser el esposo que tú no eres con tu esposa y no retenerla aquí cuando te revuelcas con cada resbalosa que se te antoja. –dijo dándole la espalda, volviendo a lo suyo. Lo oyó suspirar un par de veces antes de oírlo hablar–
-¿Dónde está, Carmen? ¿En su apartamento?
-Para tu información, han pasado muchas cosas mientras tú te divertías con tus chicas. Déjame hacerte un resumen: su padre falleció hace una semana, se suicidó porque su empresa quebró. –Nicholas quedó inmóvil e incrédulo– Amira lo encontró en su oficina, se ahorcó. Te llamó pero no la atendiste.
-Yo no...
-No sabías. –dijo acabando la frase cuando el se quedó en silencio sin saber que agregar– Su apartamento de soltera lo vendió hace un año, cuando su padre necesitaba el dinero para intentar salvar su empresa.
Él se sentó en una de las bancas de la cocina incapaz de saber que decir o hacer. Había sido tanta la información que había recibido en un segundo, que había perdido las fuerzas hasta en las piernas.
-Así que supongo que se fue a la casa de su padre unos días hasta que encuentre comprador, porque también está a la venta.
-¿Por qué no me has hablado tú?
-¿Yo? ¿Por qué debería ser mi obligación si ni siquiera atiendes las llamadas de tu esposa?. –se giró a mirarlo a los ojos– Solo te pido que si vas por ella, la trates con amabilidad. Se que eres bueno y ella también. No la obligues a nada. Si no puedes dejar todo ese rencor atrás, no vayas. Déjala sola. Necesita ser feliz –dijo juntando los papeles– Fírmalos y déjala encontrar la felicidad.
Pero Nicholas no dejó que ella diera un paso más. Salió de allí apresurado y abandonó aquella gran casa en la que había estado tan pocas veces viviendo. Tomó su carro y se encaminó a los suburbios de la ciudad de Devon City, donde su esposa se había criado y dónde, seguramente, la encontraría en aquellos momentos, ocultándose de él como la cobarde que siempre había sido.