Capítulo Segundo

1553 Palabras
Amira supo que quien estaba del otro lado de su puerta era su esposo y no solo por la enérgica manera de llamar a la campanilla de entrada o aporrear la puerta, sino también porqué solo él podría estar buscándola con tanta insistencia en ese momento. Por eso, abandonó las cajas a medio embalar en plena sala y, luego de levantarse del suelo y sacudir un poco el polvo de su ropa, se encaminó a la entrada para atenderlo. Cuando abrió la puerta y lo vio de pie frente a ella, no pudo hacer otra cosa que suspirar profundo, preparándose mentalmente a la batalla que debería enfrentarse. Una batalla que no quería tener pero de la cual no huiría fácilmente. La verdad era que se sorprendió con su presencia, a pesar de saber que iría; pero hacia casi dos meses que no veía a su esposo y mucho menos asi. Nicholas traía el cabello algo revuelto y la camisa con tres botones desprendidos, las mangas arrugadas, estaban arremangadas hasta los codos de manera desprolija. Respiraba con dificultad como si hubiese corrido, pero en realidad era por las emociones que lo atravesaba en aquel instante. Y ella no pudo más que inquietarse, solo una vez había visto esa expresión en el rostro de su esposo; solo una y ni siquiera estaban casados. Por segunda vez se había presentado frente a ella con una expresión neutral sin enojo, pero sin alegría; estaba allí, de pie frente de ella y se veía más hermoso de lo que ella recordaba. Porque Nicholas era realmente hermoso. Tenía 31 años y su cuerpo se erguía en toda la extensión de un 1,90 metros. Tan blanco que parecía pálido y con el cabello n***o que contrastaba a la perfección. Los grandes ojos de un azul, tan claro que parecía el cielo despejado en una mañana soleada, y sus carnosos labios hacían de su belleza algo inigualable. Delgado pero de contextura bien formada y con un pequeño lunar bajo su ojo izquierdo, lunar que Amira adoraba contemplar desde la universidad. Y Ella no pudo hacer otra cosa que bajar la vista y ver los holgados jeans que traía puesto, la camiseta debajo de la camisa favorita, a cuadros, de su padre y el cabello, algo revuelto, trenzado. Tenía ganas de sonreír, por la vergüenza. Se sentía horrible. Eran realmente diferentes; ella era pequeña y con la piel de un precioso color canela, herencia de su sangre afroamericana; de grandes ojos pardos y de labios exquisitamente carnosos. Su melena negra y rizada siempre recogido en hermosas tranzas le llegaban hasta casi la cintura. Era como el agua y el aceite; él, todo recatado y remilgado; y ella, de sangre caliente y siempre alegre, aunque ahora solo podría llorar fruto de los días de dolor y sufrimiento que había estado atravesando. -¿Qué haces aquí? -ella rompió el silencio cuando él ingresó a la casa, abriéndose paso- No quiero ni tengo ganas de hablar contigo, tengo mucho que empacar. -dijo regresando al salón. Necesitaba poner distancia porque su presencia le alteraba- -No puedes hacerme esto, Amira. -Sí puedo. Es más, lo hice. Te libero de todo esto que tanto asco te dio desde el principio. -dijo volviendo a sentarse en el suelo para seguir guardando en cajas, las los libros de contabilidad de su padre- Nos libero a los dos se todo esto. -Lo haces adrede ¿Verdad? ¿Por qué follé con otras? -dijo parándose a unos pasos de ella- - Fuera -dijo poniéndose de pie- ¡Fuera de mi casa! ¡Fuera de mi vida! -gritó está vez, incapaz de soportar más su insensibles palabras. Estaba despistada de emociones y escucharlo hablar así, colmó su paciencia. Tomó un almohadón de una silla cercana y se lo arrojó al pecho- ¡¿Quién te crees que eres, eh?! ¡¿Acaso te crees lo suficientemente guapo e importante como para que la vida de todos gire a tu alrededor?! ¡Pues estás muy equivocado! -¡¿Te has vuelto loca?! -soltó furioso con ella- -¡Sí! ¡Puede que me haya vuelto muy loca! ¡Desquiciada! ¡Pero por tu culpa, por todas las mierdas que me tuve que aguantar! -rompió en llanto por la impotencia. Limpió sus lágrimas con ira porque se había prometido no volver a llorar por él- Vete. Tengo cosas por hacer. -dijo intentando recobrar la calma- - Espera. Hablemos... Por favor. No puedes dejarme ahora. Podemos componer las cosas, tratarnos mejor. Te juro que firmaré los papeles pero te ruego que no sea ahora. -¿Tratarnos mejor? Siempre te he tratado bien. Eres tú el que debe Cambiar. -dijo, luego sonrió con nerviosismo- Además, como creerte si ni siquiera te importa como estoy. -negó con la cabeza levemente- - Amira, por favor. Te lo estoy suplicando. -Todo tiene que tratarse siempre de ti. Vienes, súplicas, sufres. Sólo tú, siempre. -dijo caminando a la cocina seguida muy de cerca por él- -¡Por Dios! -dijo volteándola hacia él cuando se detuvo frente a la encimera- ¿Qué tengo que hacer para que lleguemos a un acuerdo y me des sólo un tiempo más? - No lo sé, ¿Tal vez preguntarme como estoy? ¿O mejor darme el pésame? –soltó rompiendo a llorar y el tragó saliva– Pero Nicholas no dijo nada, no sentía en lo más mínimo las ganas de compadecerse de aquel sujeto oportunista que no hizo más que presionar para que ambos se casaran. Él tragó saliva y ella se giró a darle la espalda realmente desbastada por su indiferencia. Luego de un eterno minuto de silencio, ella volvió a suspirar para recuperar la compostura y agregó, levantando la cabeza con las pocas fuerzas y la casi nula dignidad que le quedaban. -¿Quieres que vuelva? Tendrás que demostrarme que no eres un imbécil. -dijo girándose hacia él, luego de secar sus lágrimas- Seré tu esposa lo que te lleve tener tu maldito puesto, pero con una condición. -Sí, lo que sea. -Nada de juegos. -suspiró pero luego sonrió, más para no llorar que porque le diera gracia- O mejor sí, jugaremos un juego tu y yo. -¿Cuál? -Jugarás a ser el esposo perfecto. No más putas, ni viajes sin mí, no más fiestas sin mí. Me cansé de vivir encerrada en tu estúpida mansión. De aguantar tus estúpidas mierdas. Si quieres tu maldito puesto, deberás ser un esposo de ensueño. Quiero que beses el suelo donde camino, que le demuestres a toda Devon City que yo soy lo que a ti te paraliza el mundo. La luz de tus ojos y por quién te postras. -Estas de broma ¿Verdad? -soltó cuando por fin pudo articular palabra y luego tragó saliva con dificultad- -Pues si crees que es broma, ahí está la puerta. -dijo señalando la salida- Ah... me olvidaba. Cuando recibas tu estúpido puesto, quiero suficiente dinero como para comprarme dos mansiones cómo la tuya. -él frunció el ceño realmente ofuscado y ella tuvo que empujarlo del abdomen para sentir que no se abalanzaría sobre ella- Eres tú quien tiene más que perder. Y el valor de dos cosas es lo suficientemente barato para el presidente de O'C Tecnología. -Sabía que era por el estúpido dinero. -dijo sonriendo con malicia-. -Shh... No ofendas a tu esposa. No estás en posición de hacerlo. -él se mordió el labio y apretó los puños para contener la ira. Ella se acercó a su cuerpo y se puso en puntas de pie para estar más cerca de su rostro inútilmente, era demasiado baja a comparación de su esposo- Recuerda ser un buen esposo o me buscaré un amante -le susurro- -Descuida cariño -dijo tomándola de las mejillas con una mano- Te daré tanto de mí que no podrás pensar siquiera en buscar a alguien más. -soltó apretando los dientes antes de besar sus labios con brusquedad- La soltó empujándola levemente hacia atrás y girándose sobre su eje se encaminó a la salida. "Tienes hasta el anochecer para volver a casa" soltó antes de desaparecer de su vista. Entonces, ella se desplomó sobre el frío suelo y lloró abrazándose a sus piernas, encogidas contra su pecho. Jamás pensó en decir o proponer todo aquello, hasta estaba arrepentida. Solo pudo acariciar sus labios hundida en llanto. Ese había sido su primer beso con él y había estado tan cargado de odio y brutalidad que le destrozó el alma y las ilusiones. Siempre había soñado con que fuera dulce y apasionado, que la tomara tiernamente de la cintura y sus labios se unieran casi con timidez y todo se llenara de una mística única. Que todo fuera perfecto. Ahora, esa vocecita en su cabeza que le había dicho que era buena idea tener su cuerpo y compañía, como consuelo de no tener su corazón, se había retractando por completo. v Ahora le daba miedo llegar a aquella casa y que sus caricias estuvieran cargadas de esa actitud tan ofuscada. Le daba pavor la idea de que él se propusiera llevarla a la cama y no tenerle piedad alguna. ¿Qué haría entonces? Entonces, lloró nuevamente. Quería retroceder el tiempo, lo suficiente como para no haberlo conocido nunca.
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