CAPÍTULO CINCO: SIN DUDAS
Ethan Cooper.
La puerta de cristal se abre ante mí justo cuando llego frente a ella. La joven que se encuentra dentro me ha dado el pase.
—Gracias —digo con un asentimiento de cabeza.
Paso por su lado y me encuentro con otra empleada que no había visto antes. Llevo una semana visitando el lugar; mejor dicho, desde que salí de la universidad aquel día de mi inscripción. La tensión es la misma, aunque me doy cuenta de que ni la encargada de la entrada ni la camarera son las mismas de la semana pasada.
«Eso no importa. La atención es la misma», me digo a mí mismo, intentando tranquilizarme.
Avanzo hacia una mesa y observo que el lugar está un tanto solitario en comparación con otras ocasiones. Miro la hora en mi reloj de mano y me doy cuenta de que falta una hora para las diez.
Tomo la carta y miro con dudas, sin saber qué pedir en esta ocasión. Estoy distraído, debatiendo mi pedido, cuando una dulce voz llena mis oídos. No es conocida, porque nunca la he escuchado, pero se siente familiar.
Contesto su saludo, casi en un susurro, pero sin levantar la mirada de la carta.
Nuevamente, su voz suave sale de ella con amabilidad y un profesionalismo impecable.
Levanto la mirada y me encuentro con la suya: esos ojos oscuros y profundos que me atraen con una intensidad extraña. No digo nada por un segundo, o tal vez más. Su carraspeo me obliga a hablar sin pensar, y las palabras salen en modo automático.
Ella toma mi orden, anotando en su libreta, y mientras tanto, yo la observo. Miro su rostro definido, su piel tan blanca, de porcelana, que me provoca acariciarla por la suavidad y naturalidad que irradia.
Relajo mi postura y esbozo una sonrisa, suavizando mi expresión y mi impresión ante ella.
La palabra "gracias" me sale con tanta amabilidad y gratitud que yo mismo no me reconozco. Ella gira sobre sus pies y se aleja.
Bajo la mirada a la carta.
«No es que sea un mierda con las mujeres; solo que no ando sonriéndole a todas, ni a todos en general», pienso, mientras sus ojos se quedan grabados en mi memoria.
Recibo el pedido y le respondo que no necesito nada más. El instinto me hace dejarle propina.
Me retiro con una satisfacción instalada en el pecho y con la promesa silenciosa de volver mañana.
—¡Solo te cayó bien, Ethan! —me repito en silencio, mientras miro a través del cristal de la ventana del taxi.
La imagen de los edificios y establecimientos se desvanece a medida que el auto transcurre por las calles del centro londinense. Esos ojos marrones oscuros no se apartan de mi memoria.
Sacudo la cabeza y me hundo de hombros, diciéndome que no es nada importante.
—¡Sí, cómo no! —me grita mi conciencia.
Le doy un sape mental a mi conciencia para que me deje en paz y no diga cosas que no son.
—¿Y de cuándo acá mi mente habla? —murmuro para mí.
—¿Decía, joven? —pregunta el conductor, de voz gruesa y robusta.
—No, no, nada —me apresuro a decir.
Él asiente para luego detenerme en el edificio. Le pago y subo con mi pedido en mano y mi morral pegado a mi espalda, allí donde llevo mis libros.
Salgo del ascensor y cruzo el pasillo que guía a mi apartamento.
Cruzo la puerta de mi solitario y silencioso hogar. Me dejo caer en el sofá, sintiéndome agotado.
«Avy», pienso, recordando su nombre ahora. Nunca he sido un hombre observador ni detallista, pero con ella sí que me detuve a mirar más de la cuenta.
De repente, me encuentro sonriendo como un idiota.
—¡Ethan! —pronuncio en modo de reprensión—. ¿Qué te pasa? ¿Te volviste idiota con solo verla una vez en tu vida? —me digo en voz alta, y me levanto del sofá y me alejo para tomar un baño, como si así pudiera espantar cualquier sensación y cualquier pensamiento de mi cuerpo.
Dejo un camino de ropa esparcida por el suelo. Me adentro desnudo y comienzo a ducharme con el agua regularmente caliente.
Salgo sintiendo un peso menor, pero la noche para mí no ha terminado. Recojo el desastre de ropa que había dejado y lo tiro al cesto. Regreso a la sala y nuevamente me dejo caer en el sofá. Dejo sobre la mesa mi pedido servido para luego devorarlo a medida que estudio para el examen de mañana.
La noche avanza y la verdad es que no he podido estudiar como suelo hacerlo. El rostro angelical y sus ojos me persiguen. Cuando pienso que voy a lograr concentrarme, regresan mis pensamientos en ella, en esa joven que, de algún modo o de alguna manera, me jode mis planes.
—¡Maldición! —digo con frustración.
Me obligo a permanecer un par de horas más, logrando retener algo de información para el examen.
Cierro el libro y dejo todo tirado.
«Mañana, aseo», pienso, cayendo a la cama. Cierro los ojos y es esa chica la que aparece en mi oscuridad, iluminando con su imagen.
—Debo concentrarme en lo que vine —me digo, aún con los ojos cerrados.
«¿Y si no regreso al Coffee Coffee?», pienso. «Que sea algo pasajero. ¿Y si regreso y descubro que es una idiotez de mi parte? Que no es nada del otro mundo y es una mujer más que se cruzó en mi camino como cualquier otra».
Me duermo con la indecisión y la duda de ir o no ir al establecimiento y encontrarme con la camarera Avy.
AL DÍA SIGUIENTE.
La mañana ha llegado, y la luz del sol que se filtra por la ventana ilumina mi habitación. El cantar de los pájaros y el sonido de los cláxones se mezclan, aun en la distancia, formando el rumor de Londres.
Me estiro bajo las sábanas. Un entusiasmo repentino, que hacía tiempo no sentía, me impulsa a salir de la cama con decisión. La erección matutina me recuerda que debo liberarme de la presión que siento sobre mi vientre, y por supuesto, bajar la hinchazón en mis testículos.
Jadeo, sintiéndome liberado de la opresión que me molestaba. Al mismo tiempo, mi pequeña oruga se acurruca, y la guardo con decisión.
—¿Oruga, ajá? —me burlo de mí mismo por la forma en que lo mencioné—. Pero cuando está brava se convierte en una pitón. —Río por la comparación.
Ordeno el desorden de anoche con una energía cargada de entusiasmo. Tomo un baño rápido, y luego elijo una ropa casual, acorde a mi excelente estado de ánimo. Por último, esparzo suficiente perfume.
Como si el tiempo estuviera a mi favor, todo se me hace rápido. En cuestión de minutos, y antes de ir a la universidad, me encuentro frente al establecimiento.
Camino sin dudas.
Sin temor, y sin pensar en lo que siento, voy a sentir, o lo que pasará después.