CAPÍTULO SEIS: ES PROTECCIÓN.
Ethan Cooper.
El taxi se estacionó al otro lado de la acera. Salí de él después de pagarle al conductor.
«Me estoy familiarizando con los taxis y las carreras», pensé, mientras me posicionaba frente al establecimiento. El simple hecho de estar allí me provocaba una extraña mezcla de anticipación y nerviosismo.
Solté el aire que no sabía que tenía retenido, para luego inspirar profundamente. Caminé y crucé la calle, mirando de un lado para cerciorarme de que no viniera un auto, y luego hice el mismo procedimiento para el carril siguiente.
No me detuve. Las puertas del café se abrieron para mí una vez más. Avancé sin prisa, buscando una mesa. La vi de reojo y no pude evitar sentirme nervioso, pero logré disimular por fuera la conmoción que llevaba dentro.
«¿Pueden notar mi nerviosismo?», pensé mientras levantaba la mirada.
La joven camarera ya estaba frente a mí. Mi rostro esbozó una sonrisa genuina que salió espontánea apenas la vi.
— Buenos días — dije, respondiendo a su cortesía. Busqué su nombre con un gesto, aunque ya lo sabía.
No sé por qué razón ella me descoloca. Me siento atraído por esta chica. Es protección, son ganas de cuidarla, es ternura y, tal vez, algo más.
Mencioné su nombre, Avy, y seguido le ordené mi pedido. Su mano tembló ligeramente y ella rió suavemente, un sonido melodioso que me hizo sonreír aún más.
Desde que llegué, no dejé de mirarla.
Cuando se marchó, pensé que su distracción y su naturaleza risueña podría ser normal en ella, o que su torpeza fuera por falta de experiencia. Hundí mis hombros y le resté importancia, ya que, a pesar de todo, su trato era amable y cordial.
Salí de Coffee Coffee con la certeza de que Avy me caía bien, y no todos tienen el privilegio de llamar mi atención de esa manera. Aunque quise huir e ignorar esa sensación, más me atraía. Desde entonces, visitaba el café todos los días, y solo deseaba que ella me atendiera.
Un Día Después...
Había dormido muy poco. Los constantes exámenes y compromisos universitarios me tenían bajo presión, y el tiempo no era suficiente.
«¿Viernes?», pensé, manteniendo los ojos cerrados.
La noche fue larga, pero culminé el análisis financiero que me mandaron como tarea. Me acosté alrededor de las cuatro de la madrugada y sabía que no despertaría temprano. Tendría que ir a desayunar o a comprar cualquier cosa que me sirviera de excusa para ver a mi hermosa camarera de piel de porcelana y ojos marrones oscuros.
Salí del apartamento con la idea de ir al establecimiento después de las clases. Fui de un salón a otro, presenté el análisis y entregué proyectos sobre el tema de Economía, temas importantes e interesantes que se llevaban toda mi atención.
La noche cayó, y salí tarde de la universidad. Miré la hora del reloj: faltaban diez minutos para las diez de la noche.
«Dudo en llegar a tiempo», pensé con una punzada de frustración.
Caminé a las afueras de la universidad para ver si encontraba un taxi, pero Chris, un amigo, me dio un aventón y me dejó a una cuadra. Él continuaba su destino, y yo, al mío.
Caminé apresurado y, al llegar, me encontré con la santamaría abajo: todo cerrado y oscuro. Miré nuevamente, y una mueca de desagrado se asomó en mi rostro.
— Llegué tarde — susurré, sintiendo una profunda decepción.
Giré sobre mis pies y comencé a caminar en busca de una parada. Llevaba la mirada en el suelo, lamentando mi retraso. Vi, en la corta distancia, a alguien sentado bajo la oscuridad. Sin embargo, lo ignoré porque seguía absorto en mi pesar.
Tomé asiento, mirando al lado contrario, pero un carraspeo me hizo fijarme en la persona que antes había visto sin reconocer.
— ¿Joven, es usted? — preguntó. Su voz interrumpió el silencio, y mi corazón sintió un vuelco al reconocer su tono único e incomparable.
«No hay otro igual», pensé, mi interés volviendo a la vida.
— ¿Avy? — devolví con otra pregunta y miré en la dirección de donde provenía su voz.
— ¡Sí! — contestó con un hilo de voz.
— Sal de la oscuridad, Avy, ven aquí — le pedí. Me atreví a decirlo con confianza, aunque no estábamos en su trabajo. Yo no era su cliente, ni ella mi empleada.
— U-Usted, ¿qué hace aquí a estas horas? — Me encantaba el temblor de su voz y la muestra de nerviosismo. Desde que visitaba su trabajo, había observado que era una chica tímida y de poco hablar, y sentía que había cierto temor en ella.
— Olvídate de mí — le dije, restándole importancia. — ¿Tú qué haces ahí? — pregunté y miré la hora en mi reloj, las 10:15.
— Esperando el transporte o un taxi que me lleve a casa — respondió pausadamente.
Asentí.
— Te acompaño. Una joven como tú a estas horas y sola es un peligro — me ofrecí de inmediato, con un instinto protector.
— Pe-pero joven... — protestó.
— Me llamo Ethan — me presenté, extendiendo la mano con firmeza. — Y no acepto un no como respuesta. Te acompaño a donde sea que vayas, así estarás más segura — declaré.
— Avy — respondió, risueña, y tomó mi mano, misma que sentí fría como la noche y que también hizo reaccionar mi estómago con una sensación cálida.
El sonido del claxon interrumpió nuestra presentación. El vehículo se estacionó frente a nosotros, ofreciendo su servicio.
— Vamos — le dije sin soltar su mano, y la atraje para que se adentrara al auto. Sentí un poco de resistencia, pero ella cedió.
Avy le mencionó al conductor el sitio donde la iba a llevar. Este asintió y se puso en marcha enseguida. No era un conjunto residencial lujoso; al contrario, era una zona humilde de Londres donde residía la clase baja.
«Es un lugar modesto en la zona donde ella habita», pensé, notando el contraste con mi vida.
— ¿Todos los días sales a estas horas? — pregunté con curiosidad, girando mi cabeza hacia su dirección.
La ciudad se desvanecía, y con ella, el paisaje a medida que el auto avanzaba.
— Sí — afirmó, después de vacilar un poco al responder.
— ¿No te da miedo? — volví a preguntar y busqué su mirada. Sus dedos estaban entrelazados sobre su regazo, y sus constantes movimientos en ellos me indicaron: ¿Nervios? Sí, estaba nerviosa.
«Es algo que ella revela sin darse cuenta y capta toda mi atención», pensé.
— Sí — confesó —, pero debo hacerlo. — Sonó más a resignación que a cualquier otra cosa.
Asentí y me dije que no debía propasarme en mis preguntas, así que pensé en cambiar de tema.
— Al parecer, se me hizo tarde — dije.
— ¿Dónde? — preguntó.
— Al Coffee Coffee — contesté.
— Ah, comprendo. Sí, bueno, ya es tarde. Su horario es hasta las diez.
— Sí, lo sé, pero estuve ocupado en la universidad.
— ¿Estudias?
— Sí — respondí y al mismo tiempo asentí.
El conductor anunció que estaba dentro de la zona y le pidió indicación con exactitud.
— Ahí — señaló Avy, extendiendo la mano y apuntando con el dedo.
— Al parecer, se nos acabó el paseo — manifesté con una punzada de pesar.
— Sí.
— ¿Puedo invitarte a almorzar? — pregunté, y su mirada se fijó en la mía. Levanté las manos en son de paz.
— Plan de amigos y de nada más — declaré, tratando de transmitirle confianza. La verdad es que mi intención no era dañarla.
Ella esbozó una sonrisa y asintió.
— Sí — pronunció en un susurro suave.
El auto se estacionó y ella sacó el dinero. Le detuve la mano, y en ese momento, nuestros ojos se encontraron nuevamente.
— Yo pago — le hice saber, y mi voz salió tan suave que no pude ni reconocerme. Su mano se resbaló de las mías.
— Intercambiamos números — sugerí, pero su rostro se ensombreció.
— No tengo teléfono — confesó.
— No importa. Puedo pasar por ti a tu empleo.
— Sí. Después de las 2:00 — recomendó. — A esa hora salgo del trabajo.
— Sí, sí, perfecto — confirmé, sintiendo que una pequeña victoria calentaba mi pecho.